jueves, julio 26, 2007

Fe, fidelidad, confianza*
Carlos Campelo


Me produce malestar la frasecita “ la confianza mata al hombre”, porque de verdad creo que es la falta de confianza lo que lo mata.
La fe es el núcleo simbólico y etimológico de fidelidad y de confianza.(De fides, en latín : fe, confianza, crédito, buena fe, promesa, palabra dada). Ambas dependen del sujeto. Quiero decir que tanto en la fidelidad como en la confianza hay un acto fundante de fe. El acto de fe, a diferencia del acto de conocimiento, en cualquiera de sus formas, es un acto propositivo del sujeto, anterior a la constatación empírica del objeto y, en cierto modo, prescindente de sus características. El acto de fe es un modo fundacional de prometer una determinada calidad del ser del sujeto para con ese objeto. En esa promesa se lanzan hacia el futuro del sujeto y del objeto, y del vínculo entre ambos, líneas ontológicas de constitución de uno y de otro, y del lazo que se constituyen.
En el acto de fe, el hombre constituye al objeto de su fe. Con su acto, le asigna una dimensión antes desconocida para sí mismo, y para el propio receptor de la fe del sujeto. Me viene a la memoria un viejo cuento de María Elena Walsh, Angelito, con que solía entretener a mis hijos sin sospechar que con él iniciaba en este hermoso oficio de saber que no estamos solos, aunque la esperanza nos abandone a veces.
El tema de la confianza me devuelve a otro hermoso recuerdo : la pieza de Carlos Gorostiza, El bombero o Hay que apagar el fuego , que desde 1982, en Teatro Abierto, me ayuda a sostener mi propio modo de vivir.
Cayetano, bombero, llega a su casa antes de hora y con algunos accidentes derivados de su llegada imprevista para Libertad, su mujer, y para Pascual, su mejor amigo, consigue contar el accidente que sufrió esa tarde (una bagatela, gajes del oficio). Cuenta también la promoción que obtuvo por ello en el cuerpo de bomberos que integra, y hasta llega a venderle algunas rifas (bastantes) a Pascual para comprar la nueva autobomba. Mientras, Libertad teme, tiembla, recela, grita, llora, se enoja, se amiga con él, lo abraza. Pascual teme, tiembla, tartamudea, intenta burlarse, queda afuera de la situación amorosa, se viste, se va a la carnicería de la que es dueño, al desierto de Dios, allí donde la carne ha perdido el sentido propio. La escena final de la pieza se constituye sobre la imagen de La Pietá , Cayetano, en el lugar de la virgen, y Libertad sobre su regazo, como Cristo yacente. La obrita (un acto), que es un esquicio cómico, tiene un dispositivo narrativo gracias al cual el público ve (¿dónde está lo que vemos, cuándo lo vemos ?) otra escena : Cayetano, con su sorpresiva llegada encuentra a Libertad y a Pascual en una comprometida situación sexual, escena que Cayetano no ve, o finge no ver, mientras insiste en relatar un incidente banal sufrido en el último incendio. El público espera, añora, desea, impone una reacción violenta de Caye, la “reivindicación de su honor injuriado”, “el repudio de una amistad que lo agravia”, “la defensa de su hombría herida”. Contrariamente a lo que el público le pide desde ese infame (sin fama) imaginario colectivo, Caye “no ve” el adulterio de Libertad ni el daño de esa amistad de Pascual, e insiste en relatar el anodino (para muchos, no para todos), pequeño accidente de su menester de bombero. Para mí, ese episodio es una epopeya. En ese relato, Cayetano enuncia su ética matrimonial. La infidelidad de Libertad no interrumpe su propia voluntad matrimonial, ni su matrimonio, del cual el episodio es un doloroso accidente, no su transformación sustancial. El público se deja vencer mayoritariamente por su propia debilidad e imagina un Cayetano tonto, imbécil, banal, o cualquier otra variante de la incapacidad o la carencia. (Perdónalos, Cayetano, no saben lo que hacen. O lo que es lo mismo, lo que hacen, no lo saben. Carecen de ángel.) Desde este punto de vista, es el público el que no puede ver. Digo ver como cuando el que ve es Tiresias, que es ciego, pero sabe. Al público, un sujeto de mirada débil, lo deslumbra los acontecimientos, los actos vacíos de sujeto, las acciones sin deseo de ser, de permanecer. Prefiere identificarse con la versión de Pascual (que no es la misma de Libertad), y que es tan diferente de la de Cayetano, que no se opone a ninguna. El público ignorante, no puede ascender al nivel en que Cayetano es un sabio, por su propia convivencia y la de sus prójimos (próximos) . La crítica del momento de su estreno coincidió en hablar del “cornudo de Cayetano”. Excepto García Olivieri, que dijo : Se trata de un viejo sabio, que sabe lo que quiere, y lo que hace”.
“El bombero” es un vía crucis a través del cual y por la prepotencia de su propia confianza, el protagonista –nunca mejor usado este nombre– hace su matrimonio con Libertad, consigue lo que el quiere. Organiza un mundo a partir de su deseo. Como el payaso de Noche de circo , de I . Bergman, que es el que tiene alguna idea de vocación matrimonial en ese film de desanimados, desolados y perdidos.
Cayetano es visionario de su propio deseo. Un alucinado, dirían los desangelados. Pero, ¿cómo es posible llamar así a los que, mirando a su interior, logran ver su propia realidad deseada, su proyecto, su voluntad pre-potenciada echa su destino ?.
Imagino a los propios colonos sionistas frente al desierto ingrato de Israel, pero viendo, pudiendo ver la Tierra prometida, la promesa de la Tierra, un lugar en donde poder ser nación, aunque frente a sus ojos no hubiera nada más que las piedras desnudas y la mano que habría de trabajarla.
Así vista, la opción de Cayetano es heroica. Suprahumana. Quiero decir es de lo superior del hombre, que en Cayetano es su voluntad matrimonial con Libertad (su Libertad).
Nuestra cultura urbana denigra la confianza, la fidelidad, la lealtad y el matrimonio, como a las suegras, los berretines, las creencias y el chamamé. Pero no es justo, ni respeta nuestras íntimas, modestas preferencias personales.
Me parece que debo aclarar. La confianza no es una mera función pasiva de espera de un cierto modo de comportarse del otro, el destinatario de la confianza.
La fe, sustrato epistemológico de la confianza y de la fidelidad, es una aptitud excepcional del sujeto cognoscente, y no una dádiva graciosa con que el sujeto puede reconocer al objeto si este lo merece. La fe no es el reconocimiento de una virtud en el objeto, sino una aptitud del sujeto que paternaliza o patrocina la emergencia de un correlato fáctico en el ser que se tiene fe. Los seres humanos somos seres haciéndose, y en este hacernos, nos hacemos unos con otros, recíprocamente.
Este trabajo lo podemos hacer todos juntos, ahora, como cantan Los Beatles, o cada uno por su cuenta, como si fuéramos polvo, nada. Los cuentapropistas de la salvación pueden prescindir de la fe, y en el mejor de los casos, pueden obtener un cielo privado, que tiene el mismo aspecto que el desierto.
*(Fragmento)

Nota publicada en la Revista Uno Mismo a principio de los años noventa.

UTOPÍA: ESE LUGAR NO EXISTE*
Carlos Campelo

El horizonte es más amplio cuanto más alto está el vigía.

Los hombres, de distintas maneras, han deseado, han imaginado, y hasta han creído que había una utopía. Algunos la afirmaron, aunque se negaban a sí mismos la posibilidad de llegar a ella. Aunque nosotros no lo veamos, la verán nuestros hijos, o los hijos de nuestros hi­jos. Otros, en cambio, llegaron a ella sin reconocerla. De éstos, algunos fueron felices, y aunque otros no reconocieron que bajo sus pies estaba la Tierra prometida, y que lo que ellos comían eran los frutos prometidos del Paraíso, su felicidad era su sabiduría. Y la gratitud con la que devolvieron en trabajo y amor los bienes que esa Tierra les daba, hizo real el reino, creó un orden, dio a luz un sentido y rescató a sus cuerpos del desierto, de la necesidad, del vacío y de la muerte.
Entre los que llegaron a la Utopía, están también los que no fueron felices.
La mesa estuvo llena de manjares y ellos a su vera, inertes, hambrientos, sin apetito alguno que los pudiera saciar, sin un bocado que les fuera propio, por la propiedad que da el deseo. Al­guna vez habrá que hablar de cómo el hombre supo negar la Utopía, ese lugar que algunos creen que no existe.
Entre los que no llegaron están los que veían allá, en el horizonte, alguna señal, real o iluso­ria, de la Tierra Prometida. Y están los que no veían esa señal. Creo que debo decir mejor: están los que vemos en el horizonte alguna señal, real o ilusoria y están los que no vemos esa señal.
Los que no vemos esa señal, como los que estamos en Utopía sin reconocerlo (quiero decir sin ser felices) creemos que el horizonte es un asunto de geografía. No podemos ni siquiera imagi­nar que "el horizonte está en los ojos". (A. Ganivet) Esta frase me la enseñó Blanca Cotta en una receta de cocina. Es una maestra; enseña los domingos como si diera misa.
Los que afirmamos la existencia de esa tierra aunque no la veamos, los que sabemos de Utopía por nuestra felicidad, por nuestra plenitud (que es un estado de alma, y no sólo de nuestros estómagos, nuestros bolsillos o nuestras mentes), los que afirmamos por pequeñas señales, por vehementes deseos, por prepotencia del trabajo (Scalabrini Ortiz), por nuestra voluntad de creer, de crear, de procrear, de recrear que ese lugar existe, instalamos con esa afirmación nuestro des­tino. Nos ubicamos por encima del caos, y alcanzamos a mirar el mundo como si fuéramos Dios, que lo somos. El horizonte está más amplio cuanto más alto está el vigía.
A veces, perdidos en la bodega de la nave, ahítos de pan y de vino, o aún hambrientos y se­dientos, habremos de afirmar que la tierra sin mal no existe. Y también será verdad: en nuestros cuerpos, en nuestras almas, en nuestras acciones no existe la Utopía, cuando nuestra voz dice que la Utopía no existe.
Porque Utopía quiere decir (u) no, (topía) lugar, pero bien puede querer decir (eu) el mejor (topía) lugar, el mejor lugar. Cuando Tomás Moro la inventó (1516) seguro que lo quiso así. Por eso es santo.
Luis Gonzaga, Gonzaginha, un cantautor brasileño, dice en Es lo que es: "Eu sei que a vida debería ser ben melhor e será, mas isto nao impede que eu repita: é bonita, é bonita e é bonita¨.
*publicada por primera vez en la revista Uno Mismo en Buenos Aires a principio de los años noventa. (Fragmento)