lunes, octubre 26, 2009










Un mundo de puertas cerradas
Una muestra de Lacámera en La Boca deja entrever una Argentina en la que, pese a lo aparente, no había salida para hombres como él.




Por: Eduardo Iglesias Brickles

Cuando uno habla de los pintores de La Boca, fuera del hecho folclórico, la mayoría de las veces está invocando un espíritu, o un tipo de artista prácticamente desaparecido. Ese espíritu se sostenía en una actitud casi religiosa hacia el oficio, que se resumía en el hecho de que ellos no vivían de la pintura ni para la pintura. Ellos pintaban para salvarse. Todos tuvieron origen humilde y trabajos acordes y en cierta manera la pintura los "salvó" de la sordidez de una existencia monótona. Uno de ellos, uno de los más grandes, Fortunato Lacámera, está hoy presente en el Museo de La Boca. Es decir que gracias a la Fundación OSDE, con la curaduría de María Teresa Constantin, sesenta de sus cuadros nos muestran un cuerpo de obra de lo más relevante del arte argentino del siglo XX.

Hijo de inmigrantes genoveses, transitó por las diferentes etapas de su existencia como si no hubiera más remedio que hacerlo de esa manera. La muerte de su padre determinó que saliera a trabajar a los once años, como aprendiz de telegrafista en el Ferrocarril del Sud. A los veinticuatro, ya había dejado los telégrafos, las señales y los rieles, por la decoración de paredes "a la italiana", con imitaciones de mármoles, además de aceptar trabajos de pintor de brocha gorda.

Anarquista, por su formación obrera no tuvo la suerte de tener una educación artística formal; recién a los veintidós años, "en lo que queda del día", hace un curso de pintura con Lazzari en el salón de la sociedad Unión de La Boca.

Hasta 1926 sus óleos serán deudores del postimpresionismo criollo, en el que militan no pocos de los artistas argentinos de la época. Después de esos años de plein air, en los paisajes ribereños de Quilmes y la Isla Maciel, Lacámera se irá adentrando de a poco en lo más recóndito de su taller. Los motivos de sus cuadros se irán ciñendo a lo estricto, hasta lograr que el contenido y lujoso cromatismo de una sola flor sostenida por la transparencia del vaso que le sirve de florero, sea excusa necesaria. Cada tanto habrá alguna vista del Riachuelo enmarcada en las ventanas de su estudio, pero lo fundamental de su imaginería es aquello que alcanza a visualizar desde el borde de su caballete.

Lacámera es un personaje taciturno que busca refugio en la intimidad de los suyos para pintar, para crecer como persona y como artista. Pero el destino se encargará de torcer aquella rutina familiar con la muerte de Catalina, su compañera. El efecto de esta pérdida después se verá en su arte.

Hasta 1939 la paleta se mantiene alta y las ventanas del estudio están abiertas de par en par hacia la vista de la Vuelta de Rocha.

El aislamiento que le origina su personalidad, no es un obstáculo que le impida difundir y acercar la cultura a su barrio. En 1940 funda la Agrupación Gente de Arte y Letras "Impulso" de la que será presidente vitalicio. Cuando empieza su viraje hacia el recogimiento y la más absoluta intimidad parece que las persianas que dan a la Vuelta de Rocha se cierran, acto que denota un cambio en su paleta, que se vuelve penumbrosa, quedando prácticamente resumida a tierras, ocres y grises.

En ese sondeo de lo esencial, indaga en los contraluces de los paisajes del puerto y la luz que se filtra a través de las celosías y las cortinas de su taller. En "Interior", de 1940, la brisa infla una cortina. Aquí no es sólo el hecho fáctico, en el que reverbera la atmósfera de cierto cuadro de Edward Hopper, ni tampoco esa afinidad en la elección de temas; el asunto pasa por la transformación de un suceso banal en algo trascendente. Esta cortina que se hunde hacia el fondo del estudio, contradiciendo su misión de cancelar la claridad, la anima la necesidad de alzarse para que la luz delinee el ámbito sombrío del taller.

Esos interiores con una ventana o una puerta entreabierta, que deja adivinar el mundo exterior, son un campo de experimentación que el artista no dejará de practicar hasta el final de sus días.

En otro "Interior", de 1947, lleva al extremo su programa introspectivo. Una persiana cerrada, que deja presentir el paisaje que está detrás, subraya la distancia entre el devenir histórico y la brevedad personal; pero esa persiana, al no interrumpir totalmente la luz, crea una penumbra donde las sombras borran sutilmente los detalles, permitiendo divisar un armario, vislumbrar un banquito, una mesa con una silla y una maceta con malvones. Todos objetos cotidianos que destilan la dulce nostalgia de un prodigioso atardecer.

Cuando trabaja con el paisaje de La Boca, define las formas recurriendo al claroscuro. En el tríptico "Contraluz" de 1942, un panorama del puerto está construido con planos de grises, ocres y tierras; si aguzamos la vista tendremos la evidencia que bajo el trasegado de pinceladas se descifra, como un plus de color, la superficie rojiza del soporte de hardboard. Todo juega a favor en esta composición, hasta el silencioso ascenso del humo de algunas chimeneas, que rompen con su oblicuidad la construcción ortogonal de la marina.

A medida que evolucionan los años 40, no sólo en el color se radicaliza. También la composición y el dibujo se vuelven más esenciales. Como en "Naturaleza muerta con manzanas y ventana" (1942), donde la geometría juega un papel preponderante que acentúa una de las constantes en el arte de Lacámera: el silencio y la soledad. En esta serie de bodegones de composición limpia y clara, la geometría ordena los pocos elementos (unas frutas, papel de diario, un vaso y una flor) que son tratados con gran sencillez; los colores (en varias gamas de grises) son planos y las líneas arquitectónicas sirven para subrayar el carácter metafísico de la obra.

Mientras que en Quinquela el puerto de La Boca aparece como un canto al trabajo, en las imágenes de Lacámera casi no hay gente. Sean interiores o exteriores, ellas están inmersas en el silencio, en un espacio que es real y metafísico a la vez, que comunica al espectador una especie de melancólico extrañamiento.

Lacámera es un lúcido testigo de los cambios que se están operando en la piel de un barrio (que es un paradigma del país) que fue el centro de la esperanza proletaria. Deja entrever, detrás de una profunda soledad, la inclinación por Thanatos que estaba debajo del optimismo de una época que ahora a la distancia miramos con incrédula nostalgia. Por otro lado, pinta un contexto en el que no tenían cabida las rupturas de la abstracción y las inquietudes vanguardistas de la pintura europea. Sin embargo, aunque él no lo supiese, lo que pintaba era un mundo en el que no había salida para tipos como él, donde sus habitantes estaban atrapados en los estrictos límites de la historia. La sucesión de proyectos fracasados, la decrepitud de un capitalismo periférico, que el pesimismo posmoderno ha amasado, cancelando hasta la idea misma de progreso social, están latentes en la atmósfera de esos cuadros deslumbrantes.









Fuente: revistaenie.clarin.com/notas/2009/10/25/_-02024546.htm

FORTUNATO LACÁMERA - EUGENIO DANERI
por María Teresa Constantin





En 1708 un viajero francés escribe en su diario de viaje que “el desembarco —en Buenos Aires— se hace en un pequeño río nombrado RiochouYlle donde entran barcos de 50 toneladas... de allí a la ciudad hay medio cuarto de legua”. Así, muy tempranamente, La Boca parece fijar su imagen de barriada alejada del centro y mirando al río. Luego, un collar de casas alrededor de la Vuelta de Rocha acogerá a la mayoría italiana que singulariza al barrio; entre paisanos y apoyándose en lazos de solidaridad y cooperación es posible organízarse para construir los sueños. Así, en 1940 un pintor funda en su taller la Asociación Gente de Arte y Letras Impulso. Se trata de Fortunato Lacámera; hijo de trabajadores inmigrantes, se ha formado al calor de las ideologías obreras de la época, no es casual entonces que entre los objetivos de la asociación se plantee la difusión del arte en el pueblo. Bajo su dirección, la institución desarrolló una intensa actividad como sala de exposiciones, conferencias y conciertos, biblioteca, escuela de arte y editorial.





Paralelamente, Lacámera elabora su propia obra. De los primeros trabajos
—paisajes, sobre todo de la Isla Maciel— realizados al aire libre junto al maestro Lazzari, pasa hacia fines de la década del 20 a sus interiores, paisajes urbanos, na turalezas muertas y marinas.





El cambio no es casual, para esa época hay en Buenos Aires una fuerte presen cia de la pintura italiana contemporánea cuyo punto culminante será la exposición del Novecento italiano, en 1930, en la sala de Amigos del Arte, La pintura italiana se presenta en la Argentina con 45 artistas de ios más rele vantes y 208 obras. Lacámera encontrará en esa pintura la respuesta a muchas de sus inquietudes y su obra manifiesta el impacto recibido. Con tesón se ejer cita en la construcción del espacio, la incidencia de la luz y avanza hacia la depuración de los volúmenes en un lento y laborioso crescendo de despojamien to. De sus primeras obras de pincelada abierta, trazo visible y abundante materia pasa a una materia diluida, a grandes planos de color liso donde un detalle puede animarse con una pincelada matérica. Insiste en el uso de líneas rectas que aquietan y estabilizan la obra. El motivo parece sufrir un proceso de detención y suspensión en el tiempo. De sus obras depuradas y límpidas emana quietud y silencio. Lacámera no se alejó nunca del arte figurativo y, junto a otros artistas, encarnó una de las vías de renovación de la plástica argentina.





Buscó el contacto con el público a través del envío regular de sus trabajos al Salón Nacional y a exposiciones realizadas en el barrio y en las salas del circuito céntrico.

DE LAS CALLEJAS DEL PUERTO A LA INMORTALIDAD




por Isidoro Blaisten




"El humo llueve sin prisa / con espirales de hollín. / Bajo la lumbre carmín / se duermen los caseríos, / y en un fondo de navios / pasa Quinquela Martín". Creo que estos versos de Orlando Mario Punzi muestran con precisión cómo en el barrio de La Boca arte y vida formaban parte de un mismo paisaje. La mayoría de los artistas de La Boca nacen en el barrio y algunos llegan a la Academia: el escultor Pedro Zonza Briano, autor del monumento a Leandro N. Alern, y el pintor Miguel Diomede ocuparon un sillón en la Academia Nacional de Bellas Artes.Muchos tienen que librar su imprescindible lucha contra la pobreza y casi todos estudian en las agrupaciones culturales del barrio. En la biblioteca del Sindicato de Caldereros, una tarde, Quinquela descubre el libro El arte de Augusto Rodin y ahí comprende su destino. Y es en Unione e Benevolenza donde se forma Cúnsolo. En 1940, Fortunato Lacámera funda la agrupación Impulso, que ya había sido anticipada por el Ateneo Cultural de La Boca, en 1926. El barrio es un polo de atracción y vienen artistas de otros barrios: el extraordinario grabador y escenógrafo Abraham Vigo y el excepcional Fació Hebequer, pintor, dibujante y grabador, que tanto admiraba Roberto Arit. De La Boca fueron la cantante Rosita Quiroga, el compositor Pedro Láurenz, y el gran músico del barrio, con el que Punzi remata su poema "El gorrión y la luna": "Alguien silba con unción / un tema de tango muerto. / Y en las callejas del puerto / se aleja la melodía / mientras llora todavía / por Juan de Dios Filiberto". Es en estas "callejas del puerto" donde Victorica, Lacámera, Daneri, pintarán lo mejor de su obra. Es aquí donde dos grandes pintores: Cúnsolo y Diomede, se harán inmortales.




En los cuadros deshabitados de Víctor Cúnsolo siempre algo está por suceder. Algo extraño va a pasar y hay una atmósfera rara que confiere a la calle, al río, al puerto y a los barcos una magnitud de ensoñación. Un sosiego, una paz dormida están esperando. No se sabe qué esperan, pero esperan. Es como una respiración de ángeles. Cúnsolo crea una inmovilidad eterna, impone un lugar y delimita una arquitectura: todo puede suceder, pero siempre aquí, en estos límites precisos.No sé si Cúnsolo alcanzó a conocer a De Chirico: esa arquitectura que se impone sobre los seres, sobre las cosas y sobre la desolación, pero a mí me lo recuerda. Pero, a diferencia del gran maestro italiano, Cúnsolo no necesita de la reminiscencia de los clásicos. En sitios plebeyos, entre barracas inhóspitas y galpones destruidos, los mástiles desnudos van hacia lo alto, señalan el lugar donde han pasado las gaviotas, las huellas invisibles que dejan en el cielo. No hay nadie. Entonces el color estalla como un ramo de pólvora y la luz misteriosamente se duplica y brilla y vuelve a brillar sobre el río inmóvil. Cúnsolo murió a los 39 años, pero antes nos dejó la contemplación estupenda de un arrabal melancólico que él tornó luminoso como la esperanza."Una naranja es, para mi, un mundo necesario, perfecto". Esta confesión de Miguel Diomede creo que podría explicar su credo artístico. Para Diomede, el mundo es la pintura y busca en ella necesariedad y perfección. El hecho de que el mundo pueda caber en una naranja recuerda el descubrimiento de Borges en "El Aleph": "Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo". Toda la historia del mundo cabe en "El Aleph" y todos los problemas de la pintura caben en una naranja. "Resolver" esa naranja es, para Diomede, resolver los problemas de la pintura. Sabe que la luz que ahora ilumina esa naranja mañana no va a ser la misma y anhela registrar ese paso. Y quisiera registrar el paso del tiempo en los rostros de todos los retratos y todos los autorretratos que pinta, y el ínfimo resplandor en el espejo y el matiz pasajero, esa fugacidad y sus enigmas, la perduración del instante en todos los objetos, juntos y al mismo tiempo, como están en el mundo, como quisiera que estuvieran en el cuadro. Y lo más difícil, sin apartarse de la figuración, sin destruir las formas, aunque creo que poco a poco las iba destruyendo. Por eso volverá una y otra vez a retocar infinitamente sus trabajos y pensará que los cuadros no se terminan, se abandonan.En esa búsqueda entregó su vida. Podría haber sido uno de tantos pintores efectistas, porque poseía una extraordinaria capacidad técnica, pero era un hombre honesto, un artista cabal y su lucidez le advertía que ese refinamiento del color, esa limpidez de nacarados imposibles e iridiscencias magníficas sólo podría lograrse a través de una elaboración incesante. Y en esa elaboración incesante lucha contra el tiempo: "Pinto cuadros chicos, de pequeño formato, si no, con mi manera de trabajar, no terminaría nunca", dijo una vez. Diomede reflexiona como pocos; elimina todo lo innecesario, lo superfluo. Es un obsesivo, un perseguidor; busca lo fundamental en lo elemental y quizá, sin estridencias, lo más profundo de la condición humana.

Fuente: bioportal0.tripod.com/pintores_de_la_boca.htm