En los alrededores de la Estación Drago de la línea de trenes que va a José León Suárez...
sábado, febrero 27, 2010
martes, febrero 23, 2010
“Los órdenes sociales nunca cierran”
Entrevista a Eduardo Rinesi
Por Javier Lorca
“En la tensión entre el conflicto y la necesidad de un orden radica la fuerza de la idea de república. Y nos perdemos esa fuerza cuando convertimos a la república apenas en un conjunto amable de buenas maneras”, dice el politólogo Eduardo Rinesi, volviendo sobre un tema recurrente en sus últimos escritos, la urgencia de aceptar el conflicto como algo inherente a toda organización comunitaria. En su nuevo libro Las máscaras de Jano. Notas sobre el drama de la historia (Gorla), asedian ése y otros problemas políticos contemporáneos y lo hace sobre una base inesperada y atractiva, que ya había ensayado en trabajos anteriores: la obra de William Shakespeare, en este caso, particularmente, El mercader de Venecia.
–¿Por qué propone pensar la política desde el drama, por qué la política como drama?
–La literatura constituye una herramienta muy poderosa para pensar los problemas de la vida social, quizá porque está menos obligada que las ciencias sociales o la filosofía a ser fiel a los hechos y, por eso mismo, es más libre frente a ellos. En particular, la tragedia y la comedia tienen una gran potencialidad para pensar la vida política de los hombres y los pueblos. La tragedia es muy útil por dos motivos. Primero, porque es una reflexión sobre la materia misma de la política, que es el conflicto. Es posible decir que hay política porque hay, entre los hombres y los grupos, conflicto, y que hay tragedia, también, porque hay conflicto. Por supuesto, el conflicto con el que lidia la tragedia es diferente del conflicto con el que lidia la política. Y la propia dignidad de la política radica en tratar de sostener esa diferencia: la diferencia entre los conflictos políticos, que pueden procesarse y tratar de resolverse, y el conflicto trágico, que es radical e irreductible. De modo que la tragedia permite pensar la política no porque la política sea necesariamente trágica, sino porque la tragedia nos muestra el límite de la política, su cifra oculta, su posibilidad última y siempre desplazada. En segundo lugar, la tragedia es muy útil para pensar la política porque supone una reflexión sobre lo precario y frágil de la existencia humana, sobre el hecho de que los hombres siempre estamos en manos de fuerzas –de dioses, digamos– que nos exceden. La tragedia sirve para pensar la política en la medida en que, en el mundo de la política, los hombres y los pueblos estamos siempre expuestos a esas fuerzas que no controlamos.
–¿Y cuál sería la relación de lo político con lo cómico?
–A diferencia de la tragedia, la comedia plantea situaciones en que los hombres consiguen derrotar a los dioses o burlarlos, siquiera provisoriamente. Mostrarles que no son tan omnipotentes y que los mortales, con su astucia, su virtud o su piedad, a veces pueden abrirse paso en medio de los azares y los imponderables de la vida. La política, la vida política de los pueblos, tiene un poco de esas dos cosas. Hay política porque siempre hay fuerzas que nos superan y dominan, pero también porque, a pesar de eso, los hombres, peleando, conversando, acordando o no, vamos abriéndonos camino en medio de “los dardos y flechazos de la insultante fortuna”, de las fuerzas que no podemos controlar. Vamos construyendo colectivamente, con más o menos sagacidad y suerte, órdenes que son siempre contingentes, nunca definitivas, pero que nos permiten ir viviendo la vida e ir imaginando otros destinos. La tragedia y la comedia, esos dos grandes inventos de los viejos griegos, se articulan después, se yuxtaponen durante el Renacimiento inglés, y especialmente en la obra, magnífica, de Shakespeare, y a esa mezcla solemos llamarla drama. El drama es sumamente útil para pensar la política porque la política, como la vida misma, mezcla siempre estos dos elementos, estos modos de plantearse la relación entre los hombres y las fuerzas del mundo: la subordinación o la impotencia y la decisión de, como dice Hamlet, tomar las armas contra las adversidades y tratar de derrotarlas. Shakespeare presenta siempre con gran sensibilidad lo difícil, lo complejo de estos combates, que no suelen tener una resolución nítida sino un final siempre abierto. Kierkegaard decía que no sabemos si la historia de la humanidad es trágica o cómica, porque no conocemos el final.
–En sus últimos escritos, también en este libro, hay una recurrente preocupación por resaltar el carácter conflictivo de toda sociedad. ¿Por qué esa insistencia?
–Porque tiende a volverse hegemónica en la discusión política, periodística e incluso académica una idea sobre lo que sería un buen orden político que querría creer que el conflicto no es inherente a las sociedades, que las sociedades podrían vivir sin conflictos, y que cuando el conflicto aparece, debemos atribuirlo al carácter más o menos pendenciero de tal o cual dirigente y no a algo que constituye la naturaleza misma de todo orden. Es necesario recuperar la idea de que los conflictos son inevitables e incluso, en ciertas circunstancias, buenos. De que los órdenes sociales nunca “cierran”. Disimular la conflictividad inherente a la vida social es ideología pura. No habría vida individual ni colectiva, ni historia universal, si no hubiera conflicto. Por eso trato de recuperar, con la ayuda de estos grandes instrumentos que son la tragedia y la comedia, la centralidad del conflicto para pensar cualquier orden político. Más todavía cuando se trata de pensar, como es el caso hoy en Argentina, la cuestión de la república. En efecto, la cuestión de la república aparece con gran insistencia, hoy, entre nosotros, pero lo hace en general de un modo muy pobre, asociado a la reivindicación de las reglas y los procedimientos, a la crítica de la corrupción y a la celebración de la división de poderes. Es más interesante recuperar del gran pensamiento republicano clásico la constatación de la tensión entre el hecho de que la cosa pública –eso quiere decir res publica– es una cosa común, una cosa de todos, y la verificación de que esa cosa de todos es una cosa conflictiva. En esa tensión entre el conflicto y la necesidad de un orden radica la fuerza de la idea de república. Y nos perdemos esa fuerza cuando convertimos la república apenas en un conjunto amable de buenas maneras.
–¿Aparece en otros discursos sociales esta idea bucólica de una sociedad sin conflictos?
–David Viñas suele insistir en la fuerza de lo que llamó la inversión de la dicotomía sarmientina de civilización y barbarie hacia el 1900. Mientras antes de eso el pensamiento de nuestros grupos dominantes tendía a ver a la ciudad como el alma civilizada de la nación, y al desierto o el campo como el cuerpo indómito que había que civilizar, cuando la ciudad se ve “invadida” por nuestros abuelitos, feos, sucios y malos, y se vuelve “peligrosa”, la élite empieza a verla como el cuerpo enfermo de la patria, y a recuperar idílicamente al campo como su alma espiritual. Sin conflictos. Análogamente, cuando uno lee la ideología que aparece en los suplementos “Countries” de los grandes diarios, o en las entrevistas realizadas en la muy interesante investigación de Maristella Svampa sobre la fuga de los sectores acomodados hacia los countries en los ’90, se encuentra de nuevo con esa vieja ideología del no-conflicto, ahora vestida con los ropajes new age de la “vida verde”. Pero se trata siempre de lo mismo: el conjuro de la ciudad y de sus vicios. Que es también el modo en que lo que se llamó “el campo” logró tematizar, con mucho éxito, el conflicto que sostuvo con el gobierno nacional en 2008, presentado hábilmente como una lucha de almas puras y virtuosas contra un invasión fiscalista externa. Para pensar esto me resultó iluminadora la contraposición que establece Shakespeare, en El mercader de Venecia, entre la ciudad de Venecia, la ciudad capitalista, “real”, de los comerciantes y los usureros, y la de Belmont, una ciudad que no existe, paraíso imaginario del amor idílico, puro y como fuera de la historia. Esto nos devuelve a la cuestión republicana: aquí uno puede pensar en una tradición republicana oligárquica, que es la de la era de oro de los dueños de la tierra, y en otra tradición republicana, asociada a la lucha de los sectores populares urbanos modernos, que nos da una idea de república muy distinta. Si en una tradición la república es armonía, amanecer campestre y ausencia de conflicto, en la otra, la república está asociada a la lucha permanente entre clases sociales.
–¿Qué relación hay entre esa idea de república agonal y el populismo?
–Con la palabra “populismo” pasa algo parecido a lo que pasa con la palabra “república”. Ambas contienen cierta tensión. Si república contiene la tensión entre la cosa pública, que es de todos, y el conflicto, que es inherente a esa unidad, la tradición populista expresa la ambivalencia contenida en la propia idea de “pueblo”, que –como viene insistiendo sistemáticamente Ernesto Laclau– es al mismo tiempo la parte y el todo, puesto que “pueblo” es el conjunto de los pobres que se oponen a los ricos –y ahí tenemos la dimensión del conflicto del populismo– y el conjunto de todos los ciudadanos. En esa tensión radica el hecho de que el populismo sea siempre un blanco fácil para pensamientos políticos muy distintos, incluso en muchos sentidos opuestos, y que ligue, por así decir, tanto por izquierda como por derecha. El populismo liga por izquierda porque es demasiado consensualista –lo es–, y por derecha porque es demasiado conflictivista –también lo es–. Esas tensiones que expresan las ideas de república y de populismo son análogas porque, en el fondo, son la misma. De ahí que sería interesante dejar de insistir en la contraposición entre republicanismo y populismo, que está asociada a una lectura muy parcial y sesgada de ambas tradiciones –a una lectura de la tradición republicana que enfatiza su carácter consensualista y procedimental, y a una lectura de la tradición populista que enfatiza su carácter democrático arrebatado y poco cuidadoso de las formas–. En cambio, habría que tratar de pensar sus múltiples formas de articulación. En los modos de construir, en otras palabras, una república popular y democrática.
Fuente: pagina12.com.ar
lunes, febrero 22, 2010
EL TELAR DEL ENTERRADO
Armando Tejada Gómez
La identidad es un emprendimiento
de vasta, de una desmesurada dimensión.
Las raíces, de hondas, se vuelven inasibles.
Uno se ve brumoso a la luz del paisaje
y tiene una memoria que en realidad no tiene.
¿por qué perdura, entonces? ¿Por qué insiste?
Y más: ¿por qué nos busca en las vidas remotas,
en estas vidas breves, con la misma obcecada,
obstinada obsesión?
¿Por qué yo leo el aire? ¿Por qué la sed de hondura?
Siempre creo que estuve ya en la luz de este valle,
que he mirado esos rostros y esos silencios altos
donde mis dioses mudos ya no son ni oración
¿Quién soy si soy? ¿Soy el que está durando?
Soy el que ha partido o el que está llegando
a su ser, a su uso infinito de estar de sólo estar?
¿Cuánto polvo me habita? Y aún ¿cuánto barro?
¿Qué de mí está enterrado? ¿Hasta qué edad de olvido?
¿Quién me dejó olvidado en esta eternidad?
Digo el lugar: América, por señalar un ámbito
o dar de cielo a cielos señal de identidad.
Yo soy el enterrado, el poema de abajo
Hecho añicos, disperso, esparcido en el viento
que la arena ha escondido
y que yo busco en vano entre el polvaredal.
Armando Tejada Gómez
La identidad es un emprendimiento
de vasta, de una desmesurada dimensión.
Las raíces, de hondas, se vuelven inasibles.
Uno se ve brumoso a la luz del paisaje
y tiene una memoria que en realidad no tiene.
¿por qué perdura, entonces? ¿Por qué insiste?
Y más: ¿por qué nos busca en las vidas remotas,
en estas vidas breves, con la misma obcecada,
obstinada obsesión?
¿Por qué yo leo el aire? ¿Por qué la sed de hondura?
Siempre creo que estuve ya en la luz de este valle,
que he mirado esos rostros y esos silencios altos
donde mis dioses mudos ya no son ni oración
¿Quién soy si soy? ¿Soy el que está durando?
Soy el que ha partido o el que está llegando
a su ser, a su uso infinito de estar de sólo estar?
¿Cuánto polvo me habita? Y aún ¿cuánto barro?
¿Qué de mí está enterrado? ¿Hasta qué edad de olvido?
¿Quién me dejó olvidado en esta eternidad?
Digo el lugar: América, por señalar un ámbito
o dar de cielo a cielos señal de identidad.
Yo soy el enterrado, el poema de abajo
Hecho añicos, disperso, esparcido en el viento
que la arena ha escondido
y que yo busco en vano entre el polvaredal.
En el calendario de abajo el bicentenario tiene 500 años.
Sofía Pitalúa, Melina Plata y Benjamín Becerra
Para el México de abajo, el 2010 abre la posibilidad de reconocernos en el proceso histórico de más de 500 años de luchas con un firme horizonte: que el pueblo mexicano sea libre para poder decidir su destino.
Dice Durito que el Poder crea estatuas pero no para escribir o recrear su historia, sino para prometerse a sí mismo la eternidad y la omnipotencia. “Para contar la historia del Poder”, dice Durito, “basta con describir las estatuas que en la geografía del tiempo y del espacio hay en el mundo”. “Porque”, dice Durito que, “donde faltan las razones abundan las estatuas. Cuando el Poder no es todavía Poder sino está en lucha por serlo, sus dogmas se hacen declaraciones de principios, programas, planes de acción, en suma, son estatuas en proyección. Cuando el Poder se hace de la silla del Poder, sus dogmas se hacen leyes, constituciones, reglamentos, en suma, on estatuas de papel que luego son estatuas de piedra”. (Subcomandante Insurgente Marcos, Durito y una de estatuas y pájaros )
El Poder escribe desde su escritorio una Historia a su conveniencia. Pedazos de una historia de triunfadores y perdedores, en la que la lucha de los de abajo está siempre representada con derrotas, traiciones y claudicaciones. La Historia inventada desde el Poder tiene como objetivo el olvido, la negación de la vida del pueblo, y su función es desdibujar la memoria colectiva, la que crea identidad y raíz. Para el Poder, la Historia de la humanidad es un cúmulo de acontecimientos determinados de manera natural para la conformación de su presente. El pasado no tiene sentido sino como precursor de sí mismo. Por ello, se esmera tanto en construirlo y reconstruirlo tantas veces como sea necesario, hasta dibujar el mapa del devenir histórico, como un croquis que de manera lineal y progresiva marca el camino correcto hacia su constitución como Poder, tal como lo conocemos y como debe ser. Para el Poder, la historia de la humanidad es su Historia.
Los festejos del bicentenario serán la materialización de esta visión de la Historia. Se realizarán en medio de la peor crisis de legitimidad del Estado, donde ya no son fiables los mecanismos de mediación y es nula la credibilidad tanto de los gobernantes como de los intelectuales al servicio del Estado.
La “Estela de Luz” arriba y el periscopio invertido abajo
Nos quieren quitar la historia para que en el olvido se muera nuestra palabra. No nos quieren indios, uertos nos quieren... [...] Luchamos para hablar contra el olvido, contra la muerte, por la memoria y por la vida. Luchamos por el miedo a morir la muerte del olvido. Hablando en su corazón indio, la Patria sigue digna y con memoria. (EZLN, Cuarta Declaración de la Selva Lacandona)
La “Estela de Luz” es el nombre del monumento oficial que será construido por el gobierno federal y el de la Ciudad de México, para conmemorar el bicentenario de la independencia y el centenario de la revolución. El arquitecto creador de la obra, César Pérez Becerril, al referirse a su proyecto dijo: “Desde antiguos, los seres humanos cada vez que queremos perdurar miramos hacia el cielo. Creyentes o no, la humanidad voltea los ojos a lo alto cuando quiere inspiración, ideas, fuerza. Este monumento es, en primer lugar, eso. Búsqueda de lo infinito, búsqueda de lo absoluto. “[…] Esta figura espigada expresa a un pueblo que mira, que sueña hacia arriba, que sabe que prevalecerá a pesar de todos los avatares que la historia ponga en su camino. Porque nuestro corazón es un extraño caso de músculo flexible que está hecho de piedras antiguas que iluminan. Es su luz la que hace de México, México”.
Estas palabras aparecen publicadas en la página oficial del bicentenario y están firmadas por el autor, “con la poética colaboración” de Eugenia León. Sí, la misma ferviente activista de la convención obradorista. Podemos mirar a la historia a través de la “Estela de Luz”, como quiere el Poder: hacia arriba. O podemos hacerlo, como dice el Viejo Antonio, con un periscopio invertido: hacia abajo. Mirar hacia arriba significa creer en la Historia oficial construida desde la ideología del Poder. Representa olvidar que la construcción histórica de nuestro país se cimienta en un proceso continuo de luchas. “Soñar hacia arriba” es creer que nuestra historia se compone de segmentos aislados y que nada ocurre entre ellos. Significa olvidar a nuestros muertos, a los verdaderos forjadores de nuestra patria.
El Poder quiere que, en el 2010, olvidemos y no miremos que donde hubo una conspiración, hoy hay un banco; que donde hubo una insurrección, hoy hay un puesto de comida rápida; que en lugar de la patria, tan referida por los gobernantes en estos días, quedan escombros en venta. En fin, como dice el Subcomandate Insurgente Marcos: “donde había memoria, hoy hay olvido” (Carta al pueblo de Chile, “Homenaje a Miguel Enríquez”). Nosotros oponemos a la idea de la “Estela de Luz”, la imagen del periscopio invertido. Cuando miramos a la historia a través del periscopio, no miramos segmentos aislados, miramos un movimiento subterráneo, un terremoto de 500 años que no para de moverse y que, de vez en vez, sacude profundamente al país desde abajo. El epicentro del terremoto es la rebeldía alimentada de la memoria.“La memoria es el alimento vital del guerrero. El agua donde abrevamos es nuestra historia. No sólo como zapatistas, no sólo como indígenas, no sólo como mexicanos. Donde otros leen y repiten derrotas, para así justificar rendiciones, nosotros leemos enseñanzas. Donde otros ven personajes, líderes y héroes, nosotros vemos pueblos enteros cumpliendo la función de maestros a la distancia, en tiempo, geografía y modo. La historia de abajo no es sino una inmensa memoria colectiva” (Subcomandante Insurgente Marcos, Dos políticas y una ética).
El simulacro de la paz y el progreso arriba, contra el dolor y la rabia organizada abajo
El monumento del Ángel de la Independencia fue construido para enaltecer uno de los mitos pilares en la historia de la nacionalidad mexicana: el ideal de la paz y el progreso. Porfirio Díaz puso la primera piedra al conmemorar y festejar el centenario de la Independencia, queriendo representar así el avance del progreso humano en la historia, un tiempo por demás homogéneo y vacío. Ahora, doscientos años después, quieren, nuevamente, festejar arriba sobre los muertos en quienes se trepa el Poder. Pero el progreso, como dice Don Durito de la Lacandona, va dirigido a la catástrofe.
Para describir al ángel de la historia, W. Benjamin hace referencia al Ángelus Nobus, un cuadro de Paul Klee, y dice lo siguiente: “Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener este aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja sus pies ruina sobre ruina, amontonándolos sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hacia el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso”. El peligro en esta historia del progreso, nos dice Benjamin, es el de entregarnos como instrumentos de la clase dominante, pues la profecía del ángel es que: “Tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer” (Walter Benjamin, Tesis sobre la historia y otros fragmentos).
A finales del siglo XIX y principios del XX, Díaz controló la vida política del país. Influenciado por el grupo de “los científicos”, su dictadura tuvo como lema: “orden y progreso”. Díaz presumía de haber acabado con el bandolerismo, los levantamientos y los cuartelazos; y de haber dejado al país en condiciones maduras para la transición democrática. El gobierno de Díaz se fundamentó en el principio, “mucha administración, poca política”.
El impulso de Díaz a la política económica abarcó la construcción de ferrocarriles y telégrafos, la creación de industrias, la expansión de la minería, el fomento de la agricultura capitalista en los sectores que daban buenas ganancias (azúcar, tabaco, henequén, etcétera). Tuvo puertas abiertas al dinero extranjero para acelerar este ciclo de expansión capitalista. Como elementos necesarios de esta política se estimuló la educación, se fomentó el sentimiento nacional y se favoreció a las ciudades. Uno de los “olvidos” fundamentales de Díaz (no el único, pero quizá el más grave) fue la situación en que se dejó al campo, en donde vivía la mayor parte de los mexicanos (entre el 70 y el 80 por ciento, según la región).
Ese “olvido” nos permite ver lo que implicaba para Díaz el progreso. Ya en la conformación del Estado posrevolucionario se consolidó el mito de que el desarrollo y el progreso sólo son concebibles en el capitalismo. Al respecto, el Subcomandante Insurgente Marcos dice: “No se trata de si el desarrollo y el progreso son concebibles sólo en el capitalismo. Nosotros decimos que la destrucción y la miseria sólo son posibles en el capitalismo. Entonces, si nosotros no queremos ser destruidos como humanidad, o como nación en este caso de la mexicana, y queremos salir de la miseria, tendríamos que destruir el sistema que lo está provocando. Esto quiere decir que en cuanto al desarrollo y al progreso también hay uno arriba y uno abajo. No sólo eso. Aquella ficción de que el hombre se construía su fortuna ya no se puede sostener más. Los ricos y poderosos de este país y del mundo, lo son, por un crimen fundamental que es el del despojo y, en muchos casos, crimen de sangre, de muerte y de destrucción. “El progreso y el desarrollo de ellos ya no es que ellos son ricos allá y nosotros somos pobres, sino, fundamentalmente, esa riqueza que están acumulando brutalmente es por el despojo, por la explotación, la represión y el desprecio que sufrimos nosotros abajo. Su desarrollo y su progreso son, necesariamente, nuestra destrucción y nuestra miseria” (El elemento extra: la organización. Entrevista realizada por la revista Rebeldía).
(...)
La herencia de la clase política: el miedo a los de abajo
Hace siglos, lunas, soles que el país va navegando. Látigos de dura historia, montonera de hambre y años; hace mucho —el tiempo es hombre— que la Patria va en un barco hacia su puerto de paz, navegando. Hay que admitirlo. Es un hecho largamente elaborado, un modo de muchos sueños y una esperanza almirante.¿No es hermoso que pensemos a la Patria navegando? ¿No es bello saber que todos vamos navegando el mismo barco? Políticos, presidentes, honorables ciudadanos, generales, abogados, sacerdotes, diputados, señoras, hombres de empresa, comerciantes, funcionarios. Sobre la flor de los vientos, la Patria se ha vuelto barco. ¡Ya no me digas, guitarra, cómo es mi patria! Lunas, siglos, días ciegos, navegando. Y mientras ellos te beben, abajo vamos remando, remando, vamos remando, abajo vamos remando! Guitarra, Patria, Bandera, luna, río, sueño y cielo, navío del alto viento, dulce rosa navegando, hay dos modos de saberte mientras tanto: arriba como un olvido, como una memoria, abajo. (Armando Tejada Gómez)
En la destrucción del Estado Nacional mexicano, no sólo la independencia y la soberanía están en la lista de bajas, también la cohesión política. Si antes el presidencialismo era la columna vertebral del sistema político mexicano, el paso del quehacer político a un quehacer comercial, más preocupado por los vaivenes del mercado electoral que por gobernar, ha provocado que nuestro país se vea como un desordenado archipiélago. (Subcomandante Insurgente Marcos, Contra la represión, Otra Campaña).
El ofensivo derroche de dinero planeado para los festejos del bicentenario de la revolución de independencia
ilustra perfectamente el mito de que la clase política representa los valores de la patria. La clase política se reconoce a sí misma como heredera de la lucha por la independencia, en cuya custodia recaen los logros políticos y económicos conseguidos tras ésta. Cierto, la oligarquía nacional halló la manera de hacerse del Poder, de arrancar el poder político a la Corona española y elevar su bandera de independencia para saquear, oprimir, explotar el territorio y sus habitantes con total libertad. En el terreno de la economía, la situación no cambió radicalmente, el capitalismo encontró un campo fértil para instaurarse de manera más sólida y profunda. Eso festejan allá arriba, por eso tanta alharaca, por eso tanto discurso.
¿Tan seguros están de la solidez de su herencia? Nosotros creemos que no. En medio de una crisis económica sin precedentes como la que vemos asomarse a nivel mundial, en medio del ridículo y el descrédito que caracteriza a los juniors que creen gobernar este país, tanta arrogancia y despilfarro sólo se pueden traducir de dos maneras: estupidez y miedo. Miedo al festejo de abajo. Porque de todo esto no deducimos que el México de abajo no tiene nada que festejar. Abajo tenemos nuestras propias razones y nuestros muy otros modos de festejar. Si la herencia para los que arriba se anquilosan tiene que ver con la realidad política y económica que nos oprime y explota, la herencia nuestra es la lucha de hace doscientos años, continuada hace cien, más viva que nunca hoy día. Nuestra herencia es la capacidad de vernos entre nosotros para encontrar la fuerza y la compañía necesarias para enfrentar al Mandón. Nuestra herencia es el ingenio de revertir y recrear la política como actitud ante la vida, como autodeterminación de nuestro propio navegar por el mundo. Nuestra herencia es una historia cotidiana de dignidad y lucha, de construcción y confrontación, de dolor y rabia, de esperanza. Nuestro festejo es por la vida de nuestros muertos, los masacrados, los desaparecidos, los negados, a quienes no han podido ni podrán matar. La defensa de nuestros muertos pasa por mantener la dignidad: no vendernos, no rendirnos, no vencernos.
Dar continuidad de manera digna a la lucha iniciada hace más de quinientos años, como hace 200, como hace 100 años, lo hicieron los guardianes del territorio. Ahí está para el México de abajo el sentido del bicentenario, sólo así será nuestro bicentenario.
(...)
A manera de conclusión
“Y sobre el tesoro se arrojó la jauría con ropas de sotana y armadura. Se destruyó y se saqueó. La tierra,
la Madre, adolorida, ordenó a sus Guardianes la resistencia y el paciente alivio, que no la cura, de la cobija de la lengua, el vestido, el canto, el baile, la cultura.
“En las naguas y las trenzas de las mujeres, en los dobleces de la piel de los más mayores, en el asombro de los niños, en la digna rebeldía de sus hombres y mujeres, fueron guardados los recuerdos, pero no de lo que fue, sino de lo que será. “Bajo estos cielos ondearon las banderas usurpadoras de las monarquías española, portuguesa, holandesa, británica, francesa, siempre la del dinero; y los saqueadores tenían cartas de gobiernos que, decían, se preocupaban por ‘civilizarnos’.
“[…] En el reloj de abajo sonó después la hora de la lucha, y la sangre indígena corrió por los 7 puntos cardinales. Y se llamó independencia al cambio de ropa que el dinero hacía para seguir oprimiendo tierras y gente. “Llegó después al arriba de arriba el nuevo Emperador, el capital, y con él la nueva alquimia que todo lo convierte en mercancía.
“Arriba se simulaba independencia y soberanía, pero la ropa del extranjero seguía vistiendo al Mandón. El calendario de abajo cumplió el ciclo y el centenario alumbró un nuevo alzamiento. La sangre morena se reiteró, generosa, y sobre ella y por ella cayó el tirano. El final se decretó hecho monumento y los pendientes fueron tantos que el alivio fue escaso y la cura nula.
“La tierra, la Madre, brindó entonces su alimento de dignidad rebelde a otros colores y, como fragmentos de un espejo roto, la lucha tomó desde entonces la ropa del obrero, del campesino, del empleado, del otro amor, de la juventud, de la mujer, de la sabiduría que no se vende por comodidad o moda. “La resistencia floreció, florece. “Pero la historia de arriba vuelve a ofrecernos, como salida, la mentira que ni cura ni alivia…200 años después.
“El Emperador ha crecido y ha crecido su ambición y poder de destrucción. Si antes el tesoro era de oro,
plata, metales y piedras preciosas, ahora es de agua, aire, bosques, animales, conocimientos, personas. “Y si antes el ropaje de sus oficiales de conquista era la sotana y la armadura, y después la afrancesada levita de ‘científicos’ y militares porfiristas; ahora es la chaqueta de múltiples vistas de los partidos políticos”
(Subcomandante Insurgente Marcos, Las ropas nuevas de los viejos conquistadores).
La única salida real a la crisis de legitimidad es la construcción de un proceso organizativo de nuevo tipo, que tengan como banderas la libertad, la democracia y la justica para todos y todas. Proceso organizativo cuya práctica esté guiada por la ética, que construya una nueva forma de hacer política. Eso nuevo que tiene que imaginarse y construirse, tiene que nutrirse de la lucha de los pueblos de abajo y a la izquierda y ubicar su lugar histórico en ese continuo de 500 años de resistencia.
El capitalismo se enfrenta con la necedad de los pueblos a defender su derecho a la vida, a decidir tomar las riendas de su rumbo, alimentados por la memoria de sus muertos y de su historia. La fuerza que derrotará al capitalismo es el mismo impulso que ha guiado estos 500 años de lucha, es el impulso más humano que existe y se llama: rebeldía. Texto completo en revistarebeldia.org
jueves, febrero 18, 2010
Riachuelito
Por F.F.D.G.
Por F.F.D.G.
Acá la gente dice que en realidad estos pibes murieron ahogados, víctimas de algún pozo o chupón invisible, de correntadas furibundas, fierros y resacas del demonio. Que es pura negligencia. La gente dice: “Que se jodan, si está prohibido bañarse en el río, si ya saben que está contaminado”. “Que se jodan”, dice la gente, sin creer en la posibilidad de que la culpa en realidad la tiene un monstruo, un bicho horrible con predilección por las vidas jóvenes. Nadie cree en esas cosas, pero ahí en el Río de la Plata hay algo que cuando hace calor se cobra siempre juventud. Un ente que se traga a los bañistas adolescentes y al cabo de unas horas los devuelve a la orilla, como si se hubieran ahogado. Se cree que les chupa el alma. No es seguro. En el río de Vicente López, que allá por los ‘60 era un balneario limpio y puro llamado El Ancla, ahora hay al menos ochenta personas refrescándose. No son vecinos, la mayoría viene de lejos, pero no pueden ir al mar, qué va’cer. ¿Guardavidas? No hay. Pero hace calor. Mucho. Y el río refresca el alma, entonces el cartel que dice “Prohibido bañarse, aguas contaminadas. Cuide su salud” es un adorno que de verdad dice “mirá que te avisé”. Pero los chicos siguen metiéndose y no logran desalentarlos ni el cartel ni los motoqueros de agua dulce vestidos de prefectos, que pasan a fondo tirándoles olitas en la cara. La policía de río sugiere que abandonen el agua. Nadie se va. Más bien se siguen metiendo. Es como una procesión que dice, tácitamente, “a ver quién es el elegido esta vez, a ver ahora a quién marca la criatura para llevárselo al más allá, para siempre”. Y se meten. Y todos los años alguno no vuelve, con suerte retorna su envase descartable, un cuerpo sin vida. Los diarios no informaron que una vez más un pibe de 16 años se ahogó en el Río de la Plata a la altura de Vicente López. Menos van a informar que en verano una criatura poco conocida como el gigante Riachuelito, bagre mutante producto de la contaminación industrial del Riachuelo, descripto por Juan Diego Incardona en su novela El campito, se sale furioso de su hábitat natural, el río Matanza, y va vengador por las costas de la ciudad: feo, pinchudo, patinoso, bien chupado al fondo.
Fuente: