Puro Bombo y Platillo
Los Pegotes de Florida - Década de 1930
(Imagen tomada del libro "La Murga Porteña" de Coco Romero)
Notas sobre la Murga en nuestra Modernidad Periférica
Por Pupita La Mocuda
De Un Siglo a Otro
Sostiene Alicia Martín que la tradición no es un patrimonio cultural fijo e independiente de sus protagonistas y sus circunstancias. Son los hombres quienes la hacen.[1] Eso que nos interpela desde lo ya acaecido se encuentra siempre anclado a un tiempo y un lugar determinado.
El 9 de febrero del año 1869 Buenos Aires organiza su primer corso, en las calles Hipólito Irigoyen entre Bernardo de Irigoyen y Luis Sáenz Peña, para la exclusiva presentación de mascaras y comparsas. Sin embargo, hasta fines del siglo XIX la palabra murga no es citada en las descripciones de los festejos carnavalescos de Buenos Aires; no figura este término en la incipiente historia oficial de la celebración ni tampoco hay documentación periodística donde se refleje su presencia antes de la oleada inmigratoria que se produce en esa época. Eventualmente, cabalgando entre un siglo y otro, y a partir del cruce con expresiones tales como el circo y el tango, va a desprenderse de su origen inmigrante recibiendo la influencia de las agrupaciones carnavalescas ya existentes y el de la negritud apropiándose de ellas [2] en un intricado proceso de fagocitación, hibridación y resignificación.
Es quizás el momento exacto y único para su conformación como género distintivo de la cultura popular porteña. El carnaval es la escena donde se actúa el drama de la constitución de la moderna nación argentina concebida por los vencedores de Caseros: europeos pobres recién llegados, negros diezmados, gauchos perseguidos en camino a compadritos urbanos y señoritos jailaifes. [3]
La Ciudad
Pero bien vale preguntarse cómo es política, social, económica y culturalmente esa sociedad en la que tan hondo cala la murga … Podría decirse que la cultura de masas que emerge en es preciso momento histórico intenta quebrar la homogeneidad del sistema diseñado y legitimado por las clases altas. Comienza a establecerse el trípode de la cultura popular – cine, tango, sainete – que, desde los escenarios del espectáculo artístico, identificará a vastos sectores de una nación que no puede ocultar sus tensiones ideológicas. [4]
Las ciudades son los lugares disruptores de la dominación en sociedades como las latinoamericanas, profunda y dominantemente agrarias. Como dice Beatriz Sarlo, ya en el siglo XX los años veinte y treinta realizan el deseo y el temor de la ciudad en la sociedad argentina, y es precisamente esta noción de ciudad la que se convierte en organizadora del pensamiento sobre la cultura. [5] La ciudad es, en definitiva, un espacio posible para múltiples apropiaciones y significados. Buenos Aires se transforma en “el gran escenario latinoamericano de una cultura de mezcla” [6], un escenario para todos los encuentros, cruces y préstamos culturales posibles, construcción y reconstrucción constante de la heterogeneidad y desacralización del espacio público en las batallas por la ocupación simbólica entre grupos sociales. Cosmopolita a la vez que periférica, la modernidad impacta fuertemente en el Buenos Aires de las tres primeras décadas del siglo XX.
Lo Político, Lo Social y Lo Económico
En toda Latinoamérica, hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, es cada vez menos tolerada la tutela de las élites - oligarquías urbanas, aristocracias terratenientes, sectores militares a los que estas habían reconocido hegemonía política - y corresponde a esa época la conformación de un movimiento obrero urbano; de los primeros movimientos políticos que recusan la dirección de los grupos tradicionales como el caso del radicalismo. [7] El movimiento de reforma universitaria, que en la primera posguerra se difunde por la región a partir de Argentina constituyéndose en una escuela política en la que se forman muchos futuros líderes revolucionarios o reformistas latinoamericanos, es quizás el más característico de la corriente antioligárquica confesando la doble inspiración de la revolución rusa y la mexicana. El eclecticismo ideológico y la ambigüedad política de este movimiento refleja muy bien el clima – a la vez esperanzado y desorientado – de la década que se extiende desde el fin de la primera guerra mundial al inicio de la devastadora depresión económica de 1929 que responde a cambios en el orden mundial derivados sobre todo de la crisis de Europa como centro de poder y modelo de civilización. La crisis de 1930 impondrá un brusco anticlímax a medio siglo de expansión económica relacionada con los auges productivos de la ganadería, la agricultura y la minería.
En la Argentina – como en otros países latinoamericanos – la reactivación llega, a partir de la segunda mitad de la década, de la mano de la industrialización que comienza en el sector de bienes de consumo. En casi ninguna parte este avance alcanza a sustituir del todo las importaciones aun en ese rubro, sin embargo.
Al período de hegemonía burguesa, [8] que se extiende por cincuenta años (entre 1880 y 1930) le sucede una crisis orgánica que se despliega a través de prácticas dictatoriales y de democracia fraudulenta. Esta se extenderá hasta el advenimiento de peronismo en 1943 como intento frustrado de solución a la crisis de hegemonía. [9] En una primera etapa, al negar el pluralismo, se procesan las diferencias a través de la uniformación y, cuando esta no es posible, de la exclusión. Si bien la sociedad argentina de este período tiene fuertes componentes democráticos el Estado carece de ellos. No obstante, surgen dentro de este último – y no tanto dentro de la clase dominante – funcionarios, políticos e intelectuales que propugnan reformas en pro de la inclusión política y social de las clases subalternas.
La ley Sáenz Peña de sufragio universal masculino, secreto y obligatorio abre en 1912 una posibilidad de cambio que transforma el carácter de la hegemonía burguesa en pluralista aunque mantiene sustanciales restricciones en cuanto a la participación de las mujeres, de los extranjeros así como de los argentinos residentes en los territorios nacionales y por no concluir definitivamente con el voto censatario en el plano municipal, decisivo para una efectiva descentralización del poder.
Los años veinte encuentran a la Argentina bajo el abrumador predominio político del radicalismo. Sin embargo, esta primacía electoral no se traduce en una efectiva hegemonía política ni tampoco contribuye a solidificar el sistema de partidos políticos y parlamento como vehículo de mediación entre la sociedad civil y la sociedad política.
La crisis que se desata en 1930 se produce sobre la base del agotamiento del modelo agroexportador definido hacia 1880 aunque varios de sus componentes comienzan a definirse algunos años antes.
Las afinidades surgidas en la oposición al yrigoyenismo crean un bloque que desborda ampliamente la procedencia conservadora. Lo que en esa época se denomina la Concordancia – cuyos candidatos tienen la victoria asegurada gracias, en un principio, a la abstención radical y, luego, al fraude – es un crisol en el cual se combinan conservadores, radicales antipersonalistas, socialistas independientes y expertos sin partido.
El latifundio agroexportador define rasgos muy particulares de la estructura social argentina y determina un marcado desequilibrio demográfico ya que una sola región – la pampeana – y algunas ciudades como Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mendoza Tucumán y La Plata concentran la mayor parte de la población. En la Argentina se produce un proceso de urbanización muy acelerado y temprano que se explica por la demanda creciente de fuerza de trabajo en la actividad industrial, el comercio, las finanzas, los puertos, frigoríficos y ferrocarriles.
Hacia la Constitución de lo Barrial
Las grandes ciudades reciben tanto migrantes internos de las provincias débilmente incorporadas al modelo económico vigente así como también una gran masa de inmigrantes extranjeros. De estos últimos la gran mayoría de los que arriba al Río de la Plata proviene de España y de Italia y, en menor medida, de Francia, Alemania y Gran Bretaña. [10] Como reflexiona Diego Armus, resulta imposible no registrar la significación del fenómeno inmigratorio en los orígenes mismos de la sociedad argentina contemporánea.[11] Así, ante la masividad del arribo de extranjeros surgen, en las ciudades, problemáticas relacionadas con la vivienda y la sanidad así como también se modifica la estructura social y ocupacional con la expansión de las capas intermedias de la sociedad (mayoritariamente en el sector terciario). No pueden dejar de mencionarse las alteraciones en el plano político tales como la creación de asociaciones mutuales y de oficios que reúnen gente con diferentes ocupaciones y llevan a cabo una intensa acción social y cultural. También aparecen las asociaciones patronales, las católicas y las cosmopolitas, algunas de estas últimas promovidas por socialistas. En este campo conviene recordar también la acción de grupos anarquistas cuya actividad es celosamente registrada por las autoridades. Con el transcurrir del tiempo y al calor del aumento de la tensión social, la élite argentina va modificando su percepción sobre los efectos de la inmigración y el Estado echa mano tanto a actitudes integradoras (el servicio militar obligatorio, la educación patriótica impartida en la escuela pública obligatoria) como represivas (Ley de Residencia de 1902, Ley de Defensa Social de 1910).
En la década de 1880 Buenos Aires define su posición en el país al ser federaliza reforzándose su carácter de centro al consolidarse como cabecera de líneas férreas y puerto principal de la Argentina. La urbe conserva hasta bien entrado el siglo XIX un perfil de edificación chato, sólo interrumpido por las torres y cúpulas de las iglesias y del Cabildo. No sólo es la capital política, sino también financiera y económica a la vez que, durante años, es el único gran foco cultural. [12] Se inicia así una suerte de fiebre de modernización o aggiornamiento que incluye la jerarquización de los espacios urbanos con sentido paisajístico, estético e higiénico.
A su vez, tal pujanza se manifiesta en la construcción de suntuosos palacios para residencia de la alta burguesía, clubes, teatros, grandes terminales ferroviarias. Complementariamente, la vivienda de habitaciones enfiladas al costado de patios sucesivos (la “casa chorizo”) persiste como modelo adoptado por los estratos medios en su camino hacia la casa propia y configura el aspecto de los nuevos barrios. De cara a esta situación, las casas de renta (los “conventillos”) nacen de las necesidades de alojamiento de los inmigrantes. Son contadas las que cuentan con baños, agua caliente o gas. La norma aquí es el hacinamiento. Hasta la epidemia de fiebre amarilla en 1871 – un antes y un después notorios en la historia de Buenos Aires – el sur es asiento de la oligarquía que luego emigra hacia el norte. Tras el éxodo es ocupado por los trabajadores de los mataderos, los saladeros, los frigoríficos, las prostitutas y los perseguidos y, a partir de 1880, masivamente por los inmigrantes. [13].
Entre 1913 y 1930, cientos de edificios de varios pisos se ven elevarse sobre el horizonte de la ciudad y esto cambia definitivamente su tradicional chatura. Ya circulan también, en cantidad creciente, el transporte de taxímetro, el subterráneo y desde 1928 el primer servicio de recorrido fijo y permanente para transportar varios pasajeros a la vez, denominado colectivo. Paulatinamente, el crecimiento económico permite el acceso a sectores cada vez más amplios a la educación y acrecienta su horizonte cultural.
La década de 1930 es un punto de inflexión en las agrupaciones carnavalescas y en los festejos del carnaval en Buenos Aires. Con el poblamiento de zonas que habían sido ciudades vecinas - Caballito, Villa Soldati, Floresta, Colegiales, Chacarita, Núñez, Saavedra; Villa Urquiza – se termina de modelar el surgimiento de un nuevo espacio urbano: el barrio, que luego constituirá un núcleo cultural, social y deportivo. Las agrupaciones carnavalescas, entonces, también pasan gradualmente a organizarse en función de los nuevos lazos sociales allí generados. La posta de esta tradición es definitivamente – o casi - tomada por las murgas, en cuyos nombres se puede ya advertir la tendencia que se hará dominante - la mención del lugar de origen – y que, aún con todos los avatares y sinsabores históricos a la que fue sometida perdura hasta nuestros días.
[1] Martín, Alicia, 1997
[2] Romero, Coco, 2006
[3] Idem (1)
[4] Para un análisis más detallado consultar “Una Tarde Moderna en el MALBA” por Pupita La Mocuda en este mismo blog.
[5] Sarlo, Beatriz, 1996.
[6] Sarlo, Beatriz, 2003.
[7] Halperín Donghi, Tulio, 1996
[8] Los términos “hegemonía”, “dominación”, “sociedad civil”, “sociedad política”, “clase dominante”, “clases subalternas” son utilizados aquí en el sentido gramsciano.
[9] La descomunal renta diferencial de la que se apropian los terratenientes permite una redistribución de ingresos que hace partícipes y beneficiarias a clases políticamente subalternas (obreros industriales, clase media urbana, chacareros pampeanos) y promueve la organización dentro del propio país y en gran escala un conjunto de actividades tales como construcción, consumo o espectáculos públicos.
[10] El estado fomenta e impulsa la inmigración masiva europea. Hacia 1914 la Argentina tiene cerca de ocho millones de habitantes, de los cuales treinta por ciento son extranjeros. Uno de cada tres extranjeros vive en Buenos Aires y ocho de cada diez viven en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe. La presencia de los italianos es abrumadora y representa el setenta por ciento del total de inmigrantes.
[11] Armus, 1983.
[12] Braun y Cacciatore, 1996.
[13].Vázquez-Rial, Horacio, 1996.