sábado, diciembre 23, 2006


Calle de La Boca o Calle Magallanes (1930)
Víctor Cúnsolo


Es difícil describir el impacto que recibe el alma porteña ante una pintura de Víctor Cúnsolo. No sería extraño que en el Museo de Bellas Artes de la Ciudad de Buenos Aires el paseante ocasional pudiera perder la noción del tiempo y de la cronología que separa el pasado del futuro frente las hipnóticas La Vuelta de Rocha pintada en 1929 o Calle de la Boca de 1930. Dueño de una peculiar comprensión simple y depurada de la pintura, sus cuadros más interesantes son paisajes de La Boca del Riachuelo, con calles, muelles, galpones, barracas, barcazas, mástiles despojados, melancólicos, casi sin habitantes, de un extrañamiento inquietante, metafísico.



Poeticas del silencio
por Sylvia Iparraguirre

"... La Boca fue el barrio periférico que albergó la bohemia emblemática de los años veinte, aquella de los artistas que maduraron su arte a orillas del Riachuelo. Pero La Boca fue, sobre todo, lugar de trabajadores, donde las ideas socialistas y anarquistas traídas por inmigrantes artesanos e hijos de campesinos se abrían paso en el creciente entorno industrial de fábricas, curtiembres y fundiciones. Un dinamismo incesante del trabajo -hombres en movimiento, carga y descarga de barcos, barcazas llevando trabajadores a la Isla Maciel, el ensamblado, en 1914, de las enormes estructuras de hierro del transbordador tantas veces pintado por Quinquela- daba la pauta de un país que avanzaba hacia su futuro. Pero en 1930 la situación cambia dramáticamente. El crack económico mundial de 1929 y el golpe de Estado de Uriburu son sucesos nacionales e internacionales que marcan a fondo a la sociedad argentina. Fábricas que se cierran, desocupación, conflictos sociales. Este es también el marco en el que "los modernos" darían su batalla y en el que seguirían pintando los artistas boquenses. En la década siguiente, la de 1940, empezarían los embates del arte abstracto. Nuevos jóvenes pintores, entre otros los reunidos en la revista Arturo, cuestionarán a los consagrados y abrirán una línea que culminará en el llamado Arte Concreto Invención. Al margen del ir y venir de las polémicas estéticas e ideológicas, pintores solitarios como Cúnsolo o Diomede parecen representarse sólo a sí mismos.
Los depurados, sintéticos y fascinantes cuadros de Víctor Cúnsolo nos hablan de un pintor introvertido que, en apariencia, nada tenía que ver con el tono bullicioso del barrio o con la fuerza temperamental de su amigo Juan Del Prete. Fue un solitario que murió joven, pintó escasos veinte años e hizo su propia búsqueda. Casi un autodidacta. No viajó ni conoció directamente las vanguardias que se desarrollaban en Europa, pero las intuyó con una certeza pasmosa, guiado seguramente por la necesidad expresiva de un lenguaje nuevo. Su pintura, en la que ambiente y autor se corresponden de modo tan personal, podría sostener aquella máxima de Tolstoi, pinta tu aldea y serás universal (máxima que puede extenderse a los interiores maravillosos de Fortunato Lacámera). Si Del Prete y Pissarro, sus amigos, participaron activamente en la tormenta que desencadenó la exposición de Pettoruti en 1924, Víctor Cúnsolo permaneció en su estudio, buceando en su propio yo y reflexionando sobre la forma. La conclusión a la que llegó fue la misma a la que llegara Gómez Cornet, uno de los pintores que más participación tuvo en las batallas de los modernos, al regreso de todo ese aprendizaje: "auscultar el pulso de nuestra propia existencia, saber lo que queríamos, a dónde íbamos". Esto es lo que hace el solitario Cúnsolo pintando el puerto, los muelles, las brumas, las barcas, envueltos en un quietismo silencioso y transparente, sin moverse de su taller. Hijo de inmigrantes, había nacido en Sicilia en 1898. Llegó a la Argentina a los quince años. De la infancia italiana queda un chico que dibujaba en las paredes y hacía estatuitas de arcilla. La familia se instala en Barracas. Por un tiempo trabaja en una carpintería, luego comienza a asistir a las clases de dibujo y pintura de un viejo maestro italiano, Mario Piccione, en la mítica sociedad Unione e Benevolenza. Según se dice, completó los cinco años en cinco meses. En los salones de Unione conoce a Juan Del Prete, también italiano y casi de su misma edad. Del Prete lo introduce en las ruidosas reuniones del grupo El Bermellón y le presenta a Pissarro. Bautizado así por Del Prete, el grupo se reunía en un taller de Pedro de Mendoza y Australia. Es el comienzo de la pintura de Cúnsolo, cuando adopta una resolución de tipo impresionista. Se discutía largamente lo que sucedía "en el centro" y se seguían las críticas de arte, especialmente las de Atalaya, en la publicación Campana de Palo. Unos años después, Pissarro y Del Prete recorren Montparnasse y serán parte del grupo de París. Cúnsolo, en La Boca, pinta telas marcadas por la intuición de Cézanne y por el acatamiento de una razón constructiva que las depura, llevándolas hacia un lenguaje esencial. En 1924 manda obras al salón Mutualidad de Bellas Artes; luego a La Peña, en 1927, y a Amigos del Arte, en 1928. Entre 1927 y 1931 había mandado al Salón Nacional, en el que seguiría participando desde La Rioja en 1933, 1934 y 1935. Estos envíos consolidan su presencia en el medio local donde la crítica y cierto público atento reconocen su pintura. En 1928, críticos y colegas que militan en la vanguardia revulsiva lo reconocen: "Una comprensión simple y depurada de la pintura. Y esto gracias a una progresiva simplificación de los elementos a su significado plástico". (Alberto Prebisch) o "...con escasos elementos, nuestro artista trata de concretar las visiones de su mundo objetivo en formas claras y bellas, apartándose en todo lo posible de esa pintura (...) superficial y efectista" (Emilio Pettoruti). Hacia fines de los años treinta la tuberculosis que padecía hace crisis y debe dejar atrás Barracas y La Boca para buscar un clima más benigno. Se instala en Chilecito, La Rioja, en 1933. El encuentro con el paisaje, una realidad completamente nueva, lo sacude. Una especie de regreso a las fuentes cézannianas y un replanteo del color dan, tal vez, algunas de sus mejores obras. Durante tres años pinta en La Rioja. Vuelve a Buenos Aires, donde muere antes de cumplir los treinta y nueve años. Lejos de Quinquela Martín, más cerca de Lacámera pero igualmente distante de su recogimiento íntimo, Cúnsolo es y no es (en el sentido de "típico") un pintor boquense. Lo es sin duda por formación y biografía. No lo es en tanto su búsqueda personalísima da cuadros en los que la ausencia de la figura humana y la resolución neta y geométrica crean una atmósfera metafísica, a la vez que poética y onírica (El puerto, Elevadores, Barcas). O, como expresa Vicente Caride: "Su instinto de lo esencial da profundidad a sus síntesis de colores y de planos. Es estricto sea cual fuere el género que cultiva, naturaleza muerta, figura o paisaje; en todas sus telas aparece la misma preocupación de orden, de legibilidad, la misma nitidez y cuidado, suprimiendo todo lo accidental, lo inútil, para obtener una superficie lisa" (...) Víctor Cúnsolo responde al perfil de los artistas de La Boca. Inmigrante, había nacido en Sicilia de un matrimonio de artesanos; llega a la Argentina con diez años. Se forma luego en la asociación Unione e Benevolenza con el maestro italiano Mario Piccione, es decir, en los espacios de formación no tradicionales. Luego de una primera etapa, donde en sus paisajes de contornos indefinidos prima la pincelada visible cargada de materia, sufre un cambio radical en su obra. En los Salones Nacionales de 1928, 1929 y 1930 Cúnsolo presenta una serie de paisajes de La Boca donde ese cambio es evidente. Son los mismos años en que, junto a Fortunato Lácamera, toma contacto con la obra de artistas italianos contemporáneos; en su biblioteca conservará celosamente un ejemplar del catálogo de la muestra del Novecento italiano. En esa época Cúnsolo frecuentará también a Alfredo Guttero y Lorenzo Gigli, quienes regresaban al país cargados de las novedades de la plástica europea. La factura rápida de sus primeros paisajes es entonces abandonada, los contornos se vuelven nítidos y el motivo se aproxima a una visibilidad que, sin embargo, no es una representación fiel de lo real. Paisajes de La Boca, paisajes de Chilecito, naturalezas muertas y algunos retratos constituyen los motivos de sus cuadros, en los que estructura geométricamente la composición. El espacio boquense de los alrededores del Riachuelo se transforma con deformaciones de la perspectiva y acentúa los planos de la arquitectura creando efectos de profundidad. Los paisajes de Chilecito, donde se ha trasladado luego de contraer tuberculosis, sufren el mismo proceso que los paisajes urbanos: las rocas son casi cuerpos geométricos y un camino se aproxima a una lisa linea curva. Todo el motivo aparece sometido a un estatismo en los límites de lo real. Su obra desconcertó a la critica tradicional al mismo tiempo que cierta crítica vanguardista, que suele medir la novedad de los artistas por la mayor o menor proximidad con la abstracción, ignoraba una obra que, sosteniéndose en la tradición —figuración y géneros tradicionales— la reformulaba desde la modernidad..."