domingo, noviembre 30, 2008


A LOS 71 AÑOS, MURIO ULISES DUMONT, UN ACTOR DE ENORME TALENTO

El que encarnó a la “pequeña gente”
Por Hilda Cabrera


No era sencillo saber a quién dirigía Ulises Dumont la broma cuando en una entrevista confesaba que en sus comienzos en el teatro –y comparándose con los colegas– se veía a sí mismo como un renacuajo. ¿Esperaba que le dijeran que no, que seguramente no era así? Por las dudas, y para no quedar en falta, se evitaba cualquier comentario. Lo cierto es que Dumont sabía ironizar, y eso era suficiente para ponerse en alerta y dialogar con cautela. Esa misma expresión se le escuchó en una nota hecha por esta cronista, junto a Mabel Manzotti y el director Víctor García Peralta, cuando estaba a punto de estrenar En Pampa y la vía. Dumont se había retrasado, y entonces el comentario era que se había ido de pesca. Y fue así: aterrizó con su equipo.
Ayer, a los 71 años y en la Clínica Dupuytren, donde llevaba dos semanas internado, murió Ulises Dumont. Actor de humor travieso, sabía componer como pocos “a la pequeña gente”, a los marginados que –opinó entonces– a veces explotan. Quizá por eso lo fascinaban personajes como los de La Nona y El acompañamiento, que interpretó. Esta atracción le permitió continuar ejercitándose aun en épocas de vacas flacas para el teatro. Como otros grandes, no dudaba de la importancia del unipersonal en tiempos de escasez: “Uno sabe que alguna vez tendrá que agarrar un fierro caliente, pero antes de que eso ocurra, también yo armaría mis valijas, simplemente para protegerme y estar en la resistencia. Los actores tenemos que poner la humanidad sobre el escenario y salvarnos”. Si bien aquella En Pampa y la vía no era obra de un autor nacional, Dumont le puso la garra que mostraba en los prototipos argentinos. Muchos de éstos tan queribles como su kiosquero Sebastián de El acompañamiento, obra de Carlos Gorostiza que se estrenó en Teatro Abierto 1981, dirigida por Alfredo Zemma, donde descolló junto a otro maestro de la actuación, el “Negro” Carlos Carella. Supo ser también el maduro profesor en contrapunto generacional con un joven Antonio, actuado por Darío Grandinetti, en una obra que desconcertó al público y a los censores. Era Yepeto, de Roberto Co-ssa, un estreno de 1987 en el Teatro Lorange, y un personaje del cual no se despegó, puesto que fue también su papel en la versión para cine del realizador Eduardo Calcagno. Sólo que, pasado el tiempo, el director lo presentó con un tinte más irónico, cercano a la postura de un poeta porteño algo cascarrabias.
Cuando un actor de tan rara especie se va, sólo queda a quien lo conoció a través de sus trabajos recordar por lo menos algunos, mejores o peores, premiados o no, aunque es necesario reconocer que en todos mostró una solidez que no dio lugar a la indiferencia. Así fue que se lo vio atreviéndose con una controvertida figura de la historia en El último virrey, obra crítica de Juan Carlos Cernadas Lamadrid. Allí se propuso transmitir la ficticia fragilidad de un Cisneros jaqueado por patriotas e ingleses, perseguido por su mujer y por un pertinaz resfrío, acaso consecuencia de esa llovizna de mayo que nos han vendido en las láminas escolares. Su actuación era siempre superior, fuera en una comedia o un drama, o en un relato como aquél donde predominaban el grotesco o la sátira.
Esas intensidades atrajeron al público y a sus directores, como al mismo Gorostiza, asombrado como autor cuando en una reunión doméstica le escuchó dialogar con Carella sobre una persona que había conocido en un bodegón y aspiraba a ser artista. Ese era justamente el personaje que se aproximaba al Tuco de El acompañamiento, la obra que el dramaturgo pensaba ofrecerles sin haberles adelantado el tema. En circunstancias como ésa, Dumont se asemejaba a esos genios escurridizos que parecen no saber pero captan todo. De esa materia singular, aunque oscura, fue su trabajo en Rápido nocturno, aire de foxtrot, pieza de Mauricio Kartun que dirigió Laura Yusem. Otra obra de personajes grises y sin futuro, donde compuso al guardabarreras Cardone, untuoso con la amante casada que protagonizaba Alicia Zanca, pero de interior violento. Un personaje de la cultura popular que recreó con admirable plasticidad.
Hábil para crear atmósferas inusuales, este artista que se inició en el teatro siendo adolescente y conformó un grupo junto a otros actores y actrices en un club de barrio, integró elencos de piezas famosas, como Arlequín, servidor de dos patrones; El hombre elefante y la recordada Gris de ausencia, de Cossa. De este autor protagonizó La Nona, en 1977 y bajo la dirección de Gorostiza, que a su vez lo convocó para una pieza suya, A propósito del tiempo, donde su papel era el de un viejo amigo que incide en la aparentemente tranquila convivencia de un matrimonio. Entonces sus compañeros de elenco eran Cipe Lincovsky y Juan Carlos Gené, y la puesta, de Javier Margulis y Rubens Correa. En escena jugó a liberarse de traumas y apasionarse locamente al asumir el rol de un tal Ernesto Kovacs, un médico psicoanalista obligado a exorcizar a una excitada mujer de doble personalidad, compuesta por Luisa Kuliok. En esta obra, Sabor a Freud, de José Pablo Feinmann, el actor se multiplicaba en roles bien diferentes transparentando frustraciones y mostrando alguna que otra catarsis a través de escenas cómicas o de gran desconsuelo.
Lo verdadero es que Dumont, en cualquiera de sus composiciones (e incluso en trabajos televisivos como en Compromiso o No-sotros y los miedos), atrapó siempre, tanto en los aguafuertes como en aquellas escenas en las que se exigía mantener el medio tono.


Un emblema de la recuperación democrática
Por Luciano Monteagudo
Fue un actor tan querido como prolífico, lo que no es decir poco, considerando que las filmografías consignan no menos de ochenta películas en cuatro décadas de trayectoria, que ubicaron a Ulises Dumont como uno de los intérpretes emblemáticos del cine argentino de la recuperación democrática.
Formado esencialmente en el teatro, del que nunca se apartó, Ulises –como siempre se lo conoció en el medio artístico, donde nadie lo llamaba por su apellido– empezó haciendo pequeños papeles en comedias picarescas como La gran ruta (1971), de Fernando Ayala, o Autocine mon amour (1972), de Hugo Moser, hasta que en 1976 tuvo ocasión de participar en Crecer de golpe (1976), de Sergio Renán, sobre la novela de Haroldo Conti. Pero fue Adolfo Aristarain el primero en ofrecerle el lugar que su talento merecía, con personajes secundarios a los que Dumont supo darles una entidad y una dimensión que excedían su duración en la pantalla. El primero de esa estupenda galería fue Larsen, el chorro asmático de La parte del león (1978), la ópera prima de Aristarain, un policial negro y desesperanzado que en plena dictadura supo esquivar la censura militar. Aquel Larsen soñaba con hacerse al fin, de una buena vez, de una plata que le permitiera dejar de asfixiarse en Buenos Aires para radicarse en Madrid, donde sabía que por su clima seco podía respirar mejor, quizá porque allí, aunque nadie lo dijera explícitamente, ya corrían vientos democráticos.
En Tiempo de revancha (1981), también de Aristarain, Ulises fue Bruno Di Toro, el amigo incondicional del protagonista que encarnaba Federico Luppi. Ambos, con un combativo pasado gremial que los había marcado, no se resignaban a la derrota política y estaban dispuestos a tomarse revancha de la multinacional que los contrataba, aunque Di Toro no llegaba a ver el final de la película, en el que ya se intuye también el final de la dictadura. Y en Ultimos días de la víctima (1982), sobre la novela de José Pablo Feinmann, Dumont vuelve a ser el ladero de Luppi, el compañero fiel, que no deja de batirle la justa, aunque su amigo sea un peligroso asesino a sueldo: “Estás fallando, flaco, ves a una mina y te madrugan...”.
Había una nobleza, una integridad, un corazón en esos personajes que eran también, sobre todo, los del propio Dumont, un actor que siempre fue parecido a sí mismo, pero que hizo de esa semejanza una virtud, por sus cualidades personales. Estas características no le impidieron, a su vez, explorar como actor zonas más complejas y sórdidas, como las que presentaba su protagónico absoluto de Los enemigos (1983), de Eduardo Calcagno, sobre guión de Alan Pauls, donde encarnaba a un hombre tímido y solitario, que se dedicaba a espiar la intimidad de una pareja vecina. La película de Calcagno le valió a Dumont un amplio reconocimiento internacional, con premios al mejor actor en los festivales de San Sebastián, La Habana, Biarritz y San Remo.
Algunos de esos mismos premios Ulises los volvió a ganar con otra película dirigida por Calcagno y escrita por Pauls, El censor (1995), donde se puso en la piel de un alter ego de Miguel Paulino Tato, el tristemente célebre censor cinematográfico de la dictadura. Y para Calcagno, Dumont también protagonizó la versión cinematográfica de uno de sus grandes éxitos teatrales, Yepeto, sobre la pieza de su amigo Tito Cossa. Entre aquellos años, Ulises no paró de filmar y estuvo en casi todas las películas representativas del período del restablecimiento democrático, del que en estos días se cumple un cuarto de siglo: No habrá más penas ni olvido (1983), de Héctor Olivera; Los chicos de la guerra (1984), de Bebe Kamin; Cuarteles de invierno (1984), de Lautaro Murúa sobre la novela de Osvaldo Soriano; La película del rey (1986), de Carlos Sorín, y Sur (1987), de Pino Solanas, donde formaba parte de la utópica “Mesa de los Sueños”.
El llamado Nuevo Cine Argentino, que surgió a mediados de la década del ’90, eligió otros actores y otros modos de actuación, muchas veces con no–profesionales. Pero Dumont igualmente siguió trabajando con aquellos realizadores más cercanos a un relato de construcción clásica, en El viento se llevó lo que (1998), de Alejandro Agresti; El mismo amor, la misma lluvia (1999), de Juan José Campanella, y Rosarigarinos (2001), de Rodrigo Grande, que le valieron premios en los festivales de La Habana, Gramado, Huelva y Mar del Plata. Y aunque su visibilidad en el cine argentino ya no era la misma, estaba en plena actividad: el año pasado estrenó tres películas y éste filmó incesantemente, al punto que el sitio web cinenacional.com consigna en su filmografía dos títulos terminados, seis en etapa de posproducción y uno que estaba a punto de rodarse. Hay Ulises para rato, pero no se podrá dejar de extrañarlo.

Fuente: Web de Página 12