domingo, marzo 11, 2007




**8 de marzo**
En la lucha por derechos, visibilidad, genealogía y sostén femeninos.




RAQUEL FORNER
MUJER PINTORA DE MUJERES
Por Pupita La Mocuda




Ciudad de París. Año 1929. Raquel Forner posa durante un homenaje a Paul Cézanne en la que, única mujer del grupo, se la ve acompañada por Alfredo Bigatti, Juan del Prete, Alberto Morera, Athanase Apartise, Horacio Butler y José Massó. [1] En esta prodigiosa condensación fotográfica quedan a la vista las coordenadas de toda una época, de un rico y singular momento de la historia social y artística de la relación entre metrópolis centrales y periféricas. Unos pocos años más tarde Raquel Forner pinta “Interludio”.

Suele sostenerse desde las ciencias sociales que la sociedad humana se ha constituido sobre la base del intercambio de signos, mercancías y mujeres. Esta es una de las maneras de referirse a la destrucción de las relaciones entre estas últimas y que muy a menudo va acompañada de su imposibilidad de ser dueñas de sus propias producciones y de la dificultad para producir signos originales. Uno de los modos posibles de indagar en las relaciones personas del género femenino se articula en torno a la idea de crecimiento conjunto y la necesidad de construcción de una genealogía de mujeres en tanto legitimación por su referencia a su origen femenino de acuerdo a la necesidad de sobreponerse a su ser en el mundo sin adscripción simbólica. La búsqueda de referencias simbólicas ofrecidas por otras mujeres es muy antigua y está relacionada con la búsqueda de un lugar – tiempo donde situarse y con el intento de procurarse un cuerpo racional, una topología donde orientarse mentalmente.

“Interludio” pintada en 1934 puede agruparse con otras obras de Forner tales como “Juventud”, “Mujer de Lot” o “Redes” en derredor de la idea de alegoría. En esta obra, signada por la impronta del monumentalismo picassiano tres mujeres de figura sólida y maciza aparecen agrupadas en primer plano en una actitud de sereno y agradable coloquio. Los colores que Forner elige para pintar estas tres mujeres que a plena luz del día y vestidas solamente con ligeras túnicas que dejan ver sus brazos, senos y piernas cantan al son de un pequeño instrumento musical, una mandolina tocada por una de ellas son cálidos y alegres: naranjas, amarillos, verdes, enmarcados por el azul del mar en el horizonte, estatuas y algunas construcciones con columnas, pórticos y galerías de estilo griego. Es sólo más adelante que Forner recurrirá al otro extremo de su paleta para componer obras desde una gama de colores más bajos y menos vibrantes para atravesar la miseria humana y el conflicto de la guerra. Unícamente recuperará esta gama plena de vida cuando tanto ella como el planeta que retrata con tanta sintonía terminen de atravesarlos.

El mundo de “Interludio” es un lugar tibio, benigno, donde encontrar la abundancia y la paz: Hay frutos, plantas, espigas, pescado. En este lugar de remanso pueden florecer las artes: la música, la arquitectura. Pero, sobre todo, es un lugar de mujeres; un lugar de affidamento y confianza femeninos: Una de las figuras está sentada, apoyada en una pequeña columna la segunda, la tercera reclinada en el suelo. Un lugar donde es posible el desarrollo de un pensamiento propio a la manera woolfiana, una representación simbólica de la realidad que responda al modo de ser, de pensar y de sentir las mujeres y donde se escuche y se aprecie su voz, sus deseos y sus anhelos, expresados desde su propio lenguaje. Desde esta concepción, la interlocución entre mujeres es necesaria si quiere articularse la vida propia en un proyecto de libertad y darse con ello razón del propio ser mujer dado que una mujer sólo puede adquirir la inviolabilidad con una existencia proyectada a partir de sí misma y garantizada por una sociedad femenina.

Raquel Forner abreva en lo onírico, lo mítico – metafísico ya fundiéndolo ya alternándolo con lo fantástico y lo fantasmagórico fusionados con la búsqueda de lo invariante y trascendente en lo humano. Como dice Aldo Pellegrini: “Quiso hablar de la humanidad recuperada” y fue portadora de “un neohumanismo de fuerte acento literario”.

[1] Una ampliación de esta fotografía se conserva en el atelier de Alfredo Bigatti en la pequeña pero luminosa casa de estilo racionalista del barrio porteño de San Telmo que él y Raquel Forner, ya casados, mandaron construir con el dinero de distintos premios y que compartieron hasta la muerte del escultor en 1964. Cada rincón de la vivienda fue pensado para ser utilizado destacándose los grandes ventanales, la terraza sembrada de pasto y los amplios talleres individuales de cada uno de los esposos intercomunicados por un balcón interno.

Biografía de Raquel Forner:
http://www.epdlp.com/pintor.php?id=2846