viernes, diciembre 28, 2007





Entre sacrificial y genocida, la Argentina de estas última décadas se especializa en la masacre de personas (muchísimos de ellos jóvenes) a través de múltiples mecanismos. A tres años de lo ocurrido en Cromañón - condensación perversa de todas ellas - todavía esperamos , como en tantos otros casos, que se haga justicia.
¡¡¡TODOS ELLOS PRESENTES, AHORA Y SIEMPRE!!!
http://www.quenoserepita.com.ar/victimas_de_cromagnon


CROMAÑON: CULTURA Y SOCIEDAD
“Sin movilización no habrá justicia”
Por Jorge Vilas
Cromañón fue un crimen colectivo, una masacre que podía evitarse con solo cumplir las reglamentaciones vigentes. No fue un accidente, sino el producto esperable de un sistema que mata de múltiples modos, administrado por funcionarios corruptos que componen junto a empresarios inescrupulosos una cadena mafiosa con responsables y cómplices". La clara y contundente definición de lo ocurrido la noche del jueves 30 de diciembre en el porteño barrio de Once, expresada por Rina Bertaccini, abuela de Julián Rozengardt, uno de los 194 muertos en el boliche regenteado por Omar Chabán, abrió el debate organizado por el Departamento de Derechos Humanos del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, desarrollado ante el auditorio de la Sala Solidaridad colmado de público. El silencio absoluto –solo alterado con espontáneos aplausos ante expresiones de los panelistas– con que la concurrencia acompañó el debate fue el registro más claro de la profundidad de las reflexiones volcadas y las emociones contenidas.
(...)
Bertaccini, secretaria general del MoPaSsol, representó con su testimonio a muchos de los familiares de víctimas y sobrevivientes presentes en la sala, al expresar que "la dispersión geográfica, y la experiencia social y política extremadamente diversa, han conformado un universo inédito y complejo, cuyos rasgos han sido determinantes para cualquier intento de construir algún tipo de organización. La tendencia a agruparse, relató, se fue dando lentamente". (...) Lo que parecía irrealizable se ha concretado en un movimiento real, heterogéneo, flexible, con algunas definiciones claras y otros aspectos en plena búsqueda, con fuertes ingredientes emocionales y lazos de solidaridad que se van construyendo por encima de las contradicciones y diferencias", afirmó. El gran objetivo nuclea a los distintos grupos que se formaron para reclamar justicia, porque según Bertaccini, "alentamos la esperanza de acabar con la impunidad para que no haya nuevos cromañones. Nuestra esperanza se va construyendo y se afirma en la convicción de que sin movilización, no habrá justicia".
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Susana Murillo inició su intervención rescatando una frase que se reitera en las marchas que exigen justicia: "Argentina es Cromañón". "En el pasado nos regía un pacto de unión basado en el universalismo de los derechos, sostenido a su vez en la idea de la igualdad natural de todos los hombres. El Estado cumplía un rol central, ligado a la gestión de la vida de la población. Así, la vida y la muerte eran, hasta cierto punto, previsibles, y la muerte de un joven o de un hijo, era un accidente", señaló la socióloga. Tal situación mutó dramáticamente entre los 70 y los 90, no solo en la Argentina, sino en todo el mundo. "El nuevo pacto social se basa en el estado de excepcionalidad, en la aceptación de un grado inevitable de desigualdad social, y en la idea de que el Estado debe sostener las funciones del mercado", prosiguió. En ese marco, la socióloga se preguntó: "¿Desde dónde nos están interpelando, qué nos están haciendo creer? Solo quiero decirles –enfatizó– que tratemos de pensar todos juntos, porque nos están interpelando desde el peor lugar, desde la muerte de nuestros hijos, y esto no se puede soportar".
Atilio Borón coincidió con la definición inicial planteada por Bertaccini, y añadió: "Cromañón es un símbolo trágico de la Argentina de hoy. El capitalismo mata en un boliche, en las calles, en las fábricas, encarcela a los que protestan. Es una cultura de la muerte, un genocidio selectivo fruto de la negligencia, la improvisación, y la corrupción. Cromañón es una mejor emblematización de cómo funciona el capitalismo que la Bolsa de Valores, capitalismo es gente que muere sin protección alguna, producto de la corrupción de empresarios y funcionarios. Cromañón ilumina aspectos siniestros del capitalismo en la Argentina.
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"Diría que la perversión de lo que estamos asistiendo no es la presencia de la muerte en el interior de la vida, sino la forma en que la muerte deconstruye la vida. La muerte de los hijos subvierte las leyes naturales. Se tienen hijos para trascender en un sentido biológico, y se tienen proyectos históricos para seguir siendo; con lo cual, Cromañón no solamente masacra nuestros jóvenes, sino que también destruye la idea de futuro", afirmó Bleichmar, y arremetió contra quienes pretenden quitarle a los jóvenes el derecho a disfrutar de un recital de rock, uno de los mecanismos de culpabilización de las víctimas utilizado en el caso Cromañón. "La cultura no es una excrecencia de la vida, por el contrario, es lo que le da sentido a la vida. Cada ser humano se alimenta representacionalmente de aquello que lo refleja, e indudablemente los grupos de rock son polos de representación de gran cantidad de chicos que intentan una identificación en un mundo que en forma constante desidentifica. (...) Para mí, aclaró, la justicia es el monopolio de la venganza por parte del Estado, es lo que libera a las víctimas de la obligación de la venganza. Alivia el corazón de las víctimas, les hace sentir que se ha hecho algo, con lo cual es una perversión oponer justicia y venganza. ¿Por qué voy a perdonar a Chabán, si esta persona para lucrar me ha sacado lo que más quiero?"
La masacre de Cromañón puso en negro sobre blanco las miserias de un sistema marginador y excluyente, y quizás pueda constituirse en un punto de inflexión en la búsqueda de cambios profundos. El vale todo para ganar plata expuesto en el boliche de Once, y la cadena de complicidades institucionales y gubernamentales necesarias para llevar a cabo el negocio fácil e inescrupuloso, requiere de un Nunca Más, sostenido por miles, por millones. Porque Cromañón, tal como sintetizó Borón, es mucho más que las 194 personas que allí murieron, "es un símbolo de la Argentina que queremos dejar atrás".
Fuente: Acción Digital (agosto 2005)


MATAR A LOS JÓVENES, MATAR LOS SUEÑOS...
Por Ricardo Silva

La llamada Masacre de Once, que dejó como saldo cientos de muertos a consecuencia del incendio perpetrado en la discoteca “República de Cromañon” durante el recital que la banda de rock “Callejeros” dió el 30 de Diciembre de 2004, ha provocado un profundísimo dolor. Asimismo, ha abierto otra oportunidad para que se expresen distintas posiciones para una antigua polémica, acerca de si en los conflictos humanos existen culpables e inocentes, o si por el contrario todos somos responsables.
El propósito de este análisis intenta desenmascarar los mecanismos que el sistema económico- social en que vivimos emplea para ocultar las causas que originan este tipo de tragedias, poder pensar en como detener el siniestro ciclo de repeticiones que pareciera no tener fin, y discriminar algunos conceptos que se presentan como confusos en medio de la perversa vorágine informativa en relación al tema.
EL ARTE DE “CALLEJEROS”.
Nos decía Enrique Pichon Riviére
[1] que, como cualquiera de sus semejantes, el artista tiene que abordar los problemas que se le presentan. La diferencia radica en que suele anticiparse. Por tanto, se le adjudican características de agente de cambio. Lo cual favorece el desplazamiento sobre sí de todos los resentimientos, fracasos, miedos, sentimientos de soledad e incertidumbre de los demás; como si fuera el portavoz de todo lo subyacente aún no emergido. Inmediatamente es elegido como perturbador de una tranquilidad anterior. Tanto el plástico como el poeta serían seres de anticipación, y por esto, víctimas de verdaderas conspiraciones organizadas contra el cambio, contra lo nuevo, contra lo inédito.
Considero posible extrapolar estas apreciaciones sobre otros artistas como el actor o el músico. Incluso el de rock. Movimiento artístico surgido a fines de los años 50’, que alcanzó repercusión mundial a partir de Los Beatles en los años 60’. Expresión fundamentalmente contestataria de una generación nacida durante la Segunda Guerra Mundial, que se oponía a la hipocresía y rigidez de una sociedad antropófaga productora de sujetos con serias dificultades para desafiar lo establecido, para disfrutar apasionadamente de la vida, que ignoraba la creatividad y poder transformador de la juventud
[2].
El rock argentino nace justamente en ese período y ha proliferado exponencialmente a partir de los 80’. Desde Moris, Litto Nebbia y Spinetta, pasando por Vox Dei y el genial Charly García, hasta la aparición de Fito Paéz y los Redonditos de Ricota, es impresionante el nivel de desarrollo que este movimiento adquirió. En la actualidad bandas como Divididos, La Bersuit o Los Piojos acaso sean las más representativas, aunque es preciso aclarar que han tenido su origen a principios de años 90’.
A mediados de esta década, y en medio de la inmensa fragmentación social generada por el menemismo, resurgen una serie de bandas ligadas a los suburbios, que resisten estoicamente los avances de la cumbia y del rock hipercomercial. En ese contexto aparece “Callejeros”. Esta banda formada en Villa Celina en 1995, que alcanzó en 2004 su consagración como banda revelación, que llevó 10.000 personas a Obras (cifra única para una banda debutante en ese estadio), que no se valió de más difusión que del boca a boca, negándose a dar notas y a aparecer en medios masivos; de alguna manera reivindicó cierto idealismo, promoviendo el retorno del rock con mensaje (desbaratado y vulgarizado por los traficantes de ritmos entre los años 80’ y 90’).
Acaso sirva de testimonio, el impacto que tuvo para quien escribe el haber escuchado por vez primera una canción de esta banda en la radio. Habiendo demorado varios días en averiguar el nombre de la banda y la canción en cuestión, debí reconocer que hacía muchos años que desde el rock no me era transmitida una emoción tan intensa, de tanta energía vital, exorcizando tanto dolor. Con una impecable poesía identificada con la incertidumbre que en pleno tercer milenio (y en pleno tercer mundo), enfrenta cada día el hombre de la calle, que a pesar de todo no se resigna a “vegetar”. Un dolor inmenso, que al ser expresado con “discepoleana” pasión por el “Pato” Fontanet, nos devolvía , sin embargo, el placer y el deseo de luchar por el derecho a vivir.
En esos días, en que buscaba saber quienes eran esos muchachos que tanto “conmovieron” de mi interiorioridad, traté de capturar la sensación despertada. Y releí al Dr. Alfredo Grande
[3], cuando nos decía que el arte es una descarga de afectividad que incluye tres dimensiones: la belleza, la intensidad y la armonía, que si bien pueden ser transformados en su contrario: lo siniestro, lo tenue y lo extravagante; cuando es arte verdadero conmueve. Que esta conmoción puede ser el llanto, la risa, el temblor o la “piel de gallina”, pero nunca la indiferencia. Que el arte verdadero se apoya en el nivel fundante de la realidad. Que toda experiencia estética es para el sujeto atravesar una situación límite. Que el arte verdadero “nos parte la cabeza”, como el amor. Que el arte crea otra realidad que podemos mirar, tocar, oír, cantar, oler, escribir, pintar...pero que no es artista el que quiere, sino el que puede.
Estimo que los muchachos de “Callejeros” han podido hacerlo. Y muchísimos jóvenes captaron eso mismo que también pude captar. Tal vez no sea casual, que algo de esa depositación masiva o conspiración colocada sobre la figura del artista de la que hablaba Pichon Riviére, haya tenido algo que ver con la masacre de República Cromañon.
EL MONO DEL AÑO 2000...
“... porque el hombre de hoy es el padre del mono del año 2000...” (Joaquín Sabina, 1990).
Una nota de José Pablo Feinman, titulada “Crueldad y cinismo”, aparecida en Página Doce cuenta acerca de cómo Chabán y los suyos eligieron el nombre de la disco en cuestión. La idea era armar un boliche para pobres. Ensayar un suerte de descenso a las cavernas, a lo primitivo, una especie de planeta de los simios. Un boliche no para ciudadanos, sino para simios. En consecuencia, se explica porque había techos con material inflamable en un lugar donde era moneda corriente lanzar bengalas. O porque no se garantizaba la seguridad básica. Al fin y al cabo, había motivos para cuidar la vida de esos simios pre-históricos???
Obvio que no. Pero sí para lucrar con ellos. Contribuir a que aparezcan. Reprimirlos cuando traen problemas. O incluso facilitar su eliminación.
En este contexto podemos ya intuir quien es la verdadera bestia.
UNA NUEVA NOCHE...FRÍA ???
“Voces solo voces, como ecos; como atroces chistes sin gracia. Hace tiempo escucho voces... y ni una palabra...// Y mis ojos maltratados se refugian en la nada y se cansan...de ver un montón de caras y ni una mirada...”
En estos primeros días del año en que desfilan opiniones sin análisis, como así diferentes análisis más y menos lúcidos de renombrados especialistas. En que se lucra desde los medios de comunicación con impúdicos registros del dolor. En que diversos sectores tratan de sacar rédito político, exigiendo la renuncia de tal o cual autoridad, funcionario o inspector. Como así también culpando a los empresarios, o a los encargados de seguridad del grupo, o a quien arrojó la bengala que hizo arder la disco, al rock atrapado por la maquinaria del consumo, o a la totalidad de los argentinos. Acompañado por el canto desesperado
[4], y acaso profético, de “Callejeros”, me permito compartir algunas reflexiones.
En una interesante intervención radial, Alfredo Grande
[5] diferenciaba tres niveles de análisis: el dispositivo, la organización y la institución. El primero atribuye al instrumento propiamente dicho (la bengala), o a quien la lanzó (el inadaptado de turno), el factor causal del desastre. El segundo profundiza en la forma que toma el contexto o materialidad circundante, las instalaciones del boliche que dio lugar a la trampa mortal (con elementos inflamables, sin salidas de emergencia, o habilitaciones inexplicables). El tercero va más allá, se dirige a la lógica de fondo. Aquella que persigue solo la relación costo-beneficio, que no le interesa invertir en seguridad, que va tras la máxima ganancia posible. Y, por ende, permite la superpoblación del recinto. Y que en esa patológica sed de dinero, no escatima en coimear a los funcionarios que sean necesarios. Esa lógica del lucro, propia de las “empresas fantasma” del capitalismo mundial integrado, que gana a costa de que otros pierdan. Incluso la vida. Lógica empresarial de un modelo que una vez más nos muestra que no cierra sin muerte.
“Una nueva noche fría en el barrio, los tranzas se llenan los bolsillos. Las calles son nuestras aunque el tiempo diga lo contrario// Y los sueños no soñados ya se amargan la garganta y se callan...y eso casi siempre (o siempre), les encanta....”
La escritora Aída Bortnik
[6] enumeraba como a través de los miles de desaparecidos, de los pibes de Malvinas, de la represión policial, o del incendio de una disco, parece reiterarse una especie de conjuro macabro, por el cual a cada nueva generación de jóvenes le inventamos cada diez años una nueva forma de muerte. En este contexto de terrorismo económico “matar a los jóvenes” se vuelve una consigna y un símbolo, que más que a los jóvenes en sí elimina hijos, nietos, esposas o novias, padres, abuelos, tíos, primos, amigos y hermanos. Seres amados. Gente sensible que sueña. Matar a los jóvenes tiene que ver en realidad con matar los sueños de gente que se resiste a morir en vida.
El ordenamiento económico-social genocida viene empleando desde hace tiempo variados instrumentos para eliminar a esa gente
[7]. Sus cabezas visibles jamás reconocerán públicamente que es gente que sobra, pero contribuirán a su exterminio. Ya sea directamente con armas, con planes económicos donde se multiplica el número de excluidos (que abarca la eliminación de sus proles con la desnutrición resultante). Creando condiciones para que los sobrevivientes, sino aceptan el modelo, sean nuevamente eliminados por los agentes de seguridad, o se suiciden. Eso es lo que quieren. Que la gente que les sobra se mate entre sí. Y que nadie lo vea.
Van quedando pocas sonrisas, prisioneros de esta cárcel de tiza. Se apagó el sentido, se encendió un silencio de misa...// Menos horas en la vida, más respuestas a una causa perdida...de porque los sentimientos mueren con el día...”
Se dice que muchos seguidores de “Callejeros”, desoyeron con un cántico de repudio la advertencia de Fontanet, que no arrojasen bengalas. Algunos periodistas, hablan de delirios suicidas. Si la masacre de Cromañon tuvo algo que ver con algo del orden del “acting suicida”, quisiera recordar una investigación sobre el tema, realizada por el psiquiatra inglés Erwin Stengel. En la misma había concluido: 1) Que nadie se mata a no ser que haya renunciado a la posibilidad de ser amado, 2) Que nadie se mata a no ser que haya querido matar a alguien. Y, he aquí, el punto más escalofriante: 3) Que nadie se mata a no ser que su muerte haya sido deseada por alguien.
Cuando meses atrás ocurrió la Masacre de Carmen de Patagones, poco fue lo que se dijo que en esa ciudad había un altísimo porcentaje de suicidios de jóvenes. La lógica genocida sigue haciendo efecto. Y es importante que veamos, que ante este “status quo” promovido por una sociedad que no cuida la vida en ninguna de sus formas, cada suicidio oculta un homicida prófugo, altamente peligroso. Que seguramente tiene buena presencia, se expresa bien y huele mejor. Pero por sobre todo no es una sola persona, ni un dispositivo, ni una organización. Se trata de una institución, que atraviesa sin embargo, en todos y cada uno de nosotros. Una institución que desea la muerte joven, pero se vale de organizaciones y dispositivos para que otros le den el gusto.
“Solo como un pájaro que vuela en la noche, libre de vos...pero no de mí // Vacío como el sueño de una gorra, lleno de nada...sin saber donde ir // Duro como un muerto en su tumba que murió de miedo...por el valor de vivir...”
El riesgo mayor sigue siendo caer, como nos dice la psicoanalista Silvia Bleichmar
[8], en la “dilución de responsabilidades”, que llevará una vez más al: “acá no pasó nada”. Y luego a una nueva masacre. Es absolutamente necesario repartir entre los inocentes, la inocencia. Entre los responsables, los grados de responsabilidad que correspondan. Y entre los culpables, la culpa. Pero, por sobre todo, es fundamental que no permitamos que se vuelva a decir que todos somos culpables. Porque de ser así ese asesino serial, que ya se ha erigido en institución, seguirá robándonos los sueños, seguirá vaciándonos por dentro y por fuera, seguirá conspirando contra nuestros artistas más auténticos, seguirá generando confusión, y seguirá matando a nuestros jóvenes...también a los de ayer.
Las nubes no son de algodones, y las depresiones son maldiciones. Te van distrayendo, te enrosca, te lleva y te come// Te lastima y no perdona... y en algún lugar te roba la cara, la sonrisa, la esperanza, la fe en las personas...”
No somos todos culpables, pero la mayoría somos damnificados por la lógica homicida que matando a los jóvenes, pretende matar nuestros sueños, y nuestra esperanza de vivir dignamente. Para evitar darles la razón a los profetas del eterno retorno resulta clave –por honor a nuestros muertos de ayer y de hoy- que haya una reparación simbólica. Solo será posible si se castiga a los verdaderos culpables de las hasta ahora impunes e interminables masacres cotidianas. Y acaso así, vayamos recuperando la fe en las personas.
· Psicólogo Clínico, Centro Cooperativo de Salud Mental ALETHIA (Mar del Plata).
[1] “El proceso creador”, Texto del catálogo de la exposición de Oscar Capristo, Galería Riobó, Buenos Aires, Octubre de 1966.
[2] Cabe acotar que este movimiento aparece en un momento donde el psicoanálisis, el surrealismo, el existencialismo, los poetas de la generación beat, y los diferentes movimientos políticos de esa época, cuestionaban abiertamente los principios de un orden social capitalista, incipientemente globalizado y opresor.
[3] “Encontré una lapicera”, texto publicado en el suplemento de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo del diario Página Doce (Febrero de 2001).
[4] “UNA NUEVA NOCHE FRÍA”, Callejeros, 2003.
[5] “Marca de radio”, conducido por Eduardo Aliverti (8 de Enero de 2005).
[6] Revista Veintitrés, N° 339, 6 de Enero de 2005.
[7] “Y experimentan nuevos métodos nuevos métodos de masacrar...sofisticados y a la vez convincentes...” (“ALGO PERSONAL”, Joan Manuel Serratt, 1982)
[8] “Cromañon, culpas no; responsabilidades”, Diario Clarín, 5 de Enero de 2005.
Fuente: Revista Topía (2006)

CROMAÑON: CULPAS, NO; RESPONSABILIDADES
Por Silvia Bleichmar
Existe un triste hábito de encontrar en las víctimas "razones" para su dolor antes que el deber moral en quienes debían protegerlas.
Silvia BleichmarSe puede decir, de modo provocativo, que no hay muertes absurdas porque no hay muertes racionales. La muerte, siempre, es un gran escándalo.
A veces el escándalo viene en sordina: cuando los viejos mueren en la cama, cuando los ciclos de la vida siguen su curso regular, cuando el registro con el cual deben sucederse las generaciones no se ve invertido. La muerte de jóvenes y niños rompe la rotación natural, que no tiene nada de armónica, pero que al menos nos permite manejar su rutina.T
enemos hijos para soñar que el mundo los acoja y les dé algo mejor que lo que nos tocó. Tenemos hijos para que reparen en algo nuestros sueños fallidos. Tenemos hijos para trascender, para sentir que nuestra vida no se agota en el pedacito ínfimo de tiempo que nos toca vivir. Tenemos hijos no sólo en el sentido biológico, sino generacional: cada niño o joven que nos sucederá es nuestra redención, la ilusión de que el mundo conserve aunque sea algo de nuestro espíritu, del sentido que le otorgamos a la vida, de nuestros proyectos truncos.
Por eso el horror del 30 de diciembre nos dejó desolados, nos sumergió en el dolor más profundo, pero también en el espanto y en la indignación. Y estas emociones que hicieron eclosión junto con la bengala que disparó el material inflamable que la mezquindad empresarial había usado como cielo raso constituyeron la garantía de la persistencia de nuestra moral. Porque en última instancia en eso radica la ética, en arrancarnos de nosotros mismos para sentir profundamente al otro.Y hubiéramos querido ver a los dirigentes políticos que votamos no hace tanto con la voz quebrada, abrazando a los padres de las víctimas en los entierros, prestos a repartir agua mineral y bancos en las puertas de la morgue para aliviar, aunque más no fuera, el esfuerzo físico de la gente y darles de ese modo reparo, hacerles saber que su sufrimiento era también el del país.
Pero, una vez más, se quedaron en la banca, de espaldas, arrojando la pelota afuera cada vez que les llegaba. Hubiéramos querido que los dirigentes tuvieran el coraje y la gallardía de apretar las manos de las madres en un gesto de reconocimiento, de confortación, en un mensaje de "no están solas", pero como decía la canción de Callejeros: "Sé que perdimos mucho más en mi tierra que la paz y el trabajo. Quedamos en posesión de la ausencia del dolor".
La muerte naturalizada de los jóvenes se arrastra por el país diluyendo culpas y responsabilidades. Las víctimas deben ser impolutas, "inocentes" de todo punto de vista, vale decir seres mediocres, adaptadas a las circunstancias, timoratas, sensatas, castas, para ser reconocidas como defendibles, de modo que, como ocurre siempre en tiempos de desmantelamiento ético, ni los mártires cristianos se salvarían en nuestro país de la acusación de haber hecho algo que los llevó a la muerte, y de haber adherido a una causa reñida con el poder de turno.
Por eso se habla en voz baja de los bebés que murieron en la improvisada guardería que la disco armó en el baño. Llegando incluso al límite de lo tolerable cuando, en lugar de asumir el espanto de haber permitido en pleno diciembre nuestra propia matanza de los Santos Inocentes, se culpabiliza a las madres adolescentes que allí los dejaron, ocultando bajo esta acusación de negligencia que las llevó supuestamente a escoger el placer contra el deber materno, la responsabilidad moral que impone la asimetría de quien tiene a su cargo la organización del evento para dar las garantías necesarias para la protección de la vida de quienes en él participan.
Es una acusación teñida de prejuicio, ya que nadie inculparía a una madre que habiendo dejado a su niño en la guardería del shopping para ir a hacer compras, o ver una película, lo perdiera en un incendio, ni a aquella cuyo niño muriera en la colonia de vacaciones de un club que no tomó los resguardos suficientes.
Porque si bien la culpa es a nivel moral la garantía de la responsabilidad, se torna necesario, sin embargo, conservar el distingo entre ambos términos, ya que su confusión ha llevado en estos años a un verdadero default moral y jurídico de la Nación.
La asunción de la culpa es un gesto ético, el reconocimiento de la responsabilidad es del orden jurídico. Para que pueda haber un dictamen acerca de quién debe hacerse cargo de la acción cometida es necesario que alguien se vea obligado a asumir la responsabilidad por sus causas y consecuencias. Y la pretensión de diluir la responsabilidad en la culpabilidad colectiva —que en nuestro país se desplazó de los llamados a la reconciliación nacional más allá de la aplicación de la Justicia hasta la asunción melancólica de una supuesta culpabilidad colectiva frente al saqueo realizado en la década del 90, del cual no han quedado establecidos judicialmente los responsables políticos ni económicos— conduce a que las cuestiones civiles se diriman en términos intersubjetivos, como si se tratara de una serie que va de la culpa a la buena voluntad culminando en la exculpación, pero al margen de responsabilidades jurídicas firmemente establecida.
Diluyendo en el orden del perdón, en el sentido religioso, el ejercicio necesario que pone en marcha a la Justicia en el resguardo de las garantías legales.Y si nos hubiera aliviado ver gestos de dolor de nuestros gobernantes, es porque estos gestos darían cuenta de la necesaria identificación con las víctimas. Necesitábamos saber que sienten tanto sufrimiento e indignación como tenemos todos nosotros para estar seguros de que los delitos de corrupción que cobran vidas no serán tratados simplemente como cuestiones que hacen al deterioro del Estado sino como verdadera criminalidad civil ante la cual se es muy firme o se termina en complicidad.Los Callejeros cantaban "hace mucho tiempo escucho voces y ninguna palabra", y por ello todos necesitamos escuchar algo que nos garantice que podemos quebrar "el mito del eterno retorno" —la vuelta siempre idéntica al pasado— ya que, en definitiva, tanto la burocratización discursiva como el silencio ante la tragedia y el asesinato son los primeros pasos que conducen al deslizamiento por el cual el poder se torna impiadoso con la moral, arrastrando a quienes de ejercerlo se ven atrapados en él.
Fuente: Diario Clarín (enero de 2005)