sábado, marzo 13, 2010

Profundas mutaciones del espacio público
Por Leonor Arfuch para Revista Ñ

En el convulsionado mundo contemporáneo el espacio de lo público ha sufrido una profunda mutación. Por un lado, el despliegue sin pausa de las tecnologías de la comunicación, de la televisión satelital a la Internet, la telefonía celular, y un largo etcétera, ha ampliado el horizonte de la visibilidad del acontecer a límites insospechados. Por el otro, ha dado impulso a la tendencia, ya vislumbrada décadas atrás, de intrusión de lo privado –y lo íntimo– en lo público, difuminando aún más los umbrales, nunca nítidos, entre esos dos espacios clásicos de la modernidad.



Sin embargo, cuando en la era de la imagen un ojo orbital parece ser capaz de seguirnos a cualquier rincón del planeta, hay vastas regiones de lo público, en lo que hace a lo social y lo político, que quedan en la sombra, cobijadas por el secreto o el enigma, resistentes a lo que Jacques Derrida proponía llamar el "derecho de mirada", que nos permitiría exigir, en tanto ciudadanos, ver "detrás de la cámara" lo que no muestran/dicen las pantallas.


Así, no es ocioso preguntarse qué entendemos hoy por el espacio público: ¿las calles, parques, edificios públicos? ¿El accionar del Estado, la "cosa pública"? ¿El espacio del ágora, de la protesta, de la opinión? ¿El espacio mediático? ¿El del consumo? ¿El de las redes sociales de Internet, con su ilusión de participación en defensa de alguna "buena causa"...?

Acordemos o no con esta enumeración, lo que parece evidente es que ya no podemos anclarnos en el singular: hay varios espacios públicos, cada uno con sus usos, modalidades y regulaciones..., claro que algunos son más públicos que otros.


En esa gradación de lo "más público" campea sin duda el espacio mediático, que conjuga diestramente todos los registros: lo social, lo político, lo privado, lo íntimo. Una conjunción heterogénea de géneros y estilos donde se construye el espacio de lo público en su más amplia acepción. Un espacio eminentemente político, esta vez, en todas sus acepciones.

Llegamos aquí al meollo del asunto, al corazón de lo público, si pudiera decirse: la política en tanto administración –según autores– y lo político como pugna entre adversarios, articulación de demandas, lucha por la hegemonía. Sabemos que a ambos registros, aunque sucedan en ese incierto lugar del mundo que llamamos "realidad", sólo accedemos a través de los medios, que aúnan forma y sentido.


En esa obligada relación entre medios y política también se han producido mutaciones. Por un lado, el creciente involucramiento de los medios en la política, por el otro, el corrimiento de la escena política a la calle, la plaza, la ruta, el campo, el puente, la explanada... cronotopos móviles, cambiantes –¿una modalidad road movie de la política?– que devienen sitios emblemáticos de la protesta, donde diversas voces, encarnando idealmente la pluralidad democrática, se hacen oír. Instancias convocadas a menudo expresamente para la televisión, donde la cámara se perfecciona en la captura de los gestos y de los afectos, componente esencial de la política.

Sin embargo, la relación entre política y afecto no se agota en esos "efectos de pantalla".

Se juega también en las creencias, las sensibilidades, las tradiciones, las conversaciones, las verdades acendradas del sentido común. Un devenir fluctuante, que lleva, aún insensiblemente, de la política a la relación con el Estado, o más bien, con el imaginario del Estado, tal como aparece en las distintas voces del discurso social. Un Estado cuya presencia lejana y abstracta se plasma sin embargo en la materialidad cotidiana: lo que funciona, lo que no funciona, lo que afecta virtualmente nuestra vida pública y privada. Ese imaginario es extraordinariamente cambiante según las épocas, las coyunturas, las orientaciones del mercado, de la política y de la opinión.


Su noción misma puede estar ligada tanto al buen vivir –por ejemplo, el "Estado de Bienestar" cuyo ocaso se decretó en las últimas décadas– como al agravio rotundo a la vida y a la condición humana –el Terrorismo de Estado, del cual hemos tenido una trágica experiencia.


Lo cualitativo puede incluso traducirse en lo cuantitativo: "menos Estado" o "más Estado", una expresión que se hizo corriente con las privatizaciones de los 90 y su más allá, aunque resulte difícil dirimir los términos –paradójicos– de esa ecuación: sólo una fuerte injerencia del Estado pudo hacer posible su "reducción". ¿Qué imaginarios del Estado se delinean hoy entre nosotros, transcurrida casi una década del nuevo siglo que comenzó con la consigna antipolítica del "Que se vayan todos"?


¿Qué cambios en la subjetividad?


Un primer acercamiento a las expresiones más corrientes del discurso social mostraría un escenario de neta confrontación: por un lado, un reclamo sostenido por la ausencia –o ineficiencia– del Estado en cuestiones tales como la (in)seguridad, la pobreza, la desocupación, la salud pública, la educación, la vivienda, el resguardo de los bienes, la seguridad jurídica, el desarrollo productivo, la expansión del comercio, la suba de los precios, el contralor de los espacios públicos, los efectos del cambio climático y hasta el sentimiento de bienestar de los ciudadanos, la felicidad de los niños o el precario futuro de los jóvenes atacados por la "inacción".

Por el otro, el rechazo de su excesiva "presencia": la voracidad fiscal del Estado que se inmiscuye en los negocios privados, su carácter rapaz, que lo lleva a "meter la mano en el bolsillo" de diversas maneras, su pretensión reguladora de las lógicas del libre mercado y de la competencia, el uso abusivo de sus potestades, su desmesura en el gasto público...

Curiosamente, esta confrontación, que pone en escena la típica identificación entre Estado y gobierno –tal vez un genuino rasgo autóctono– no se da entre dos "bandos" diferenciados sino a menudo en una misma posición: al tiempo que se reclama por la ausencia se reniega también de la "presencia".

Una tensión irresoluble donde convive la figura de un "Otro" protector, responsable de todo lo que ocurre, a escala doméstica o global –y entonces siempre en falta– y un Otro demandante (de recursos) a quien se cuestiona permanentemente su intervención. Así, mientras se le pide al Estado que garantice el bienestar de todos (en cualquiera de sus formas), se omite el costo que tiene el brindar nuevos y mayores servicios. Lo cual trae al ruedo la cuestión de las prioridades, que obviamente no son las mismas para todos.

¿Cuál sería entonces el Estado ideal, que sepa conciliar tantos deseos utópicos?

Entre las múltiples respuestas posibles elegimos algunas: un Estado que se oriente siempre a garantizar la equidad (contributiva y distributiva) en la asignación de obligaciones y beneficios; que considere la pobreza no como un "escándalo moral" sino como un problema económico y político prioritario; que tenga un grado de legitimidad y reconocimiento social mucho mayor, más allá de las decisiones coyunturales; que tenga una fuerte representatividad y participación de los distintos sectores sociales en la toma de decisiones; que sea capaz de garantizar la continuidad de procesos y de experiencias transformadoras para la comunidad sin empezar cada vez de cero; que respete las libertades individuales; que se acerque un poco más al Estado de Bienestar; que enfrente la corrupción; que no combata la inseguridad con represión y autoritarismo sino atendiendo a sus causas; que no aliente el miedo, el odio o la delación como relación social; que no sea un fin en sí mismo sino uno de los medios para poder imaginar horizontes comunes y al mismo tiempo capaz de potenciar singularidades.

Ahora, ¿qué sociedad podrá estar a la altura de tales desafíos? Porque no hay un "Estado ideal" sin una sociedad que lo haga posible. Imaginemos una donde pueda alojarse el desacuerdo en la política, que acepte el conflicto como constitutivo de la democracia –sin demonizarlo– y donde una ética del discurso presida las instancias de la comunicación.
La murga es alegría y una forma de lucha
Por Yanina Passero para sosperiodista
julio de 2008


La murga es una expresión que no para de crecer en Córdoba. A diario, vemos a jóvenes practicar este ritual en plazas y eventos públicos. A raíz de su importancia, nuestra periodista ciudadana entrevistó a los integrantes de la murga Patas para arriba, que hablan de la actividad murguera como una "forma divertida de manifestarnos, de espacio reivindicativo del derecho a la alegría".


“Nuestra murga es muy divertida, nos matamos mucho también. Somos cada persona un mundo, cada uno de nosotros hace una cosa distinta. Cada uno trabaja en un lugar distinto, estudia algo diferente y si bien somos amigos y nos conocemos mucho, nos movemos en mundos muy distintos por momentos”, así definieron los integrantes de la murga Patas para arriba su forma de expresión.

En una soleada tarde de viernes, en el marco de una pelea de perros -tan característica de la Ciudad Universitaria-, los chicos de la murga, después de su ensayo semanal, relataron sus comienzos y hablaron acerca de los problemas que deben enfrentar las agrupaciones murgueras en la actualidad.

Los ingredientes infaltables de la charla fueron el buen humor y un paquete de galletitas que pasaba de mano en mano dibujando un círculo, copiando la forma en la que estábamos sentados.

En sus comienzos, el grupo murguero tuvo que sortear diferentes dificultades. “Empezamos como un taller de murga organizado por el centro de estudiantes de Ciencias de la Información. En nuestras primeras clases hubo una convocatoria muy grande”, relata Rebeca, integrante de las Patas, dando pie al comienzo de la entrevista.

- Toda agrupación artística se destaca por algo. ¿Cuál es su marca distintiva como grupo?

Rebeca: - Creo que somos muy autónomos con respecto a otras murgas. Ninguno de nosotros tenía una tradición murguera. Ninguno tenía idea de lo que estaba por hacer. Fuimos creciendo muy autónomamente, sin basarnos en ideas previas. Empezamos como taller, entonces nos enseñaron las cosas básicas. Para diferenciarnos de otras murgas tenemos como distintivo particular el hecho de que no nos fijamos en lo que otros hicieron. En nuestra murga hay mucha alegría, es muy divertida.

- Cuando ensayan, desfilan o asisten a una marcha ¿qué creen que expresan? ¿cuál son sus objetivos?

Pancho: - Es que no tiene (risas)
Lucho: - ¡No! Es una forma de salir de lo convencional, de lo que se piensa que es una lucha, una marcha, donde un montón de gente va con sus cortinas y pancartas; te terminas acostumbrando a eso. Entonces, la murga y la percusión atraen a la gente.
Antonella: - En una marcha, por ejemplo, tratamos de caracterizarnos nosotros también.
Lucho: - Claro. Tratamos de tener alguna consigna en las remeras u otras cosas que hacemos para atraer la atención de la gente y expresar un mensaje que de otra manera no se podría.
Laura: - También se trata de aprovechar ese espacio público.
Rebeca: - Sí, porque la murga de alguna manera es una expresión cultural aceptada en todas partes. Entonces, se puede llevar lo que hacemos a todos lados porque es una manifestación popular.

¿Cómo experimentan, en lo personal, su participación en una murga?

Pancho: - Creo que muchas veces nos divertimos más que la gente.
Lucho: - Si nosotros no disfrutamos lo que hacemos es muy difícil transmitirles alegría a las personas.

- En un encuentro de murgas en Santa Fe, en el 2001, se habló de la actividad murguera como un “espacio reivindicativo del derecho a la alegría” ¿Qué piensan acerca de eso

Pancho: - La murga es una expresión que la puede hacer cualquiera, que nace y se hace en la calle. Se trata de un canal de comunicación que está muy bueno para poder expresar las broncas pero siempre con alegría.
Rebeca: - La alegría es una forma de lucha, de reivindicación. La murga es una forma divertida de manifestarnos, es una forma cultural.

Por otro lado, la policía o las denuncias son sólo unos de los problemas que las murgas de Córdoba enfrentan a diario. La Municipalidad de la ciudad es la encargada, hace unos años, de organizar la fiesta del carnaval en el Parque Sarmiento. En consecuencia, los corsos o murgas que deseen participar deben inscribirse con antelación. “Me parece que está muy mal el hecho de que la municipalidad o cualquier gobierno, ya sea municipal, provincial o nacional tengan medidas que sean restrictivas para con la murga o para con cualquier intervención cultural. Aunque está bárbaro que la quieran incentivar", opinó Pancho.

En relación a las distintas trabas impuestas a la expresión murguera dijo que “eso no puede pasar porque la murga es una expresión cultural que viene desde abajo. La percusión y el baile acompañan al hombre desde que es hombre y por eso es que tiene tanto poder de llamar a la gente y entrar en cualquier lugar”.

- Además de los inconvenientes con la Municipalidad ¿existen otros impedimentos que condicionen o no permitan su libre expresión?
Lucho: - Nosotros tuvimos una experiencia. Un día estábamos ensayando de noche y cayó un policía que tenía una denuncia por ruidos molestos. Estábamos en la Plaza de la Intendencia, que está rodeada de edificios que están lejos, bien lejos.
Rebeca: - Eran las ocho de la noche, además.
Lucho: - Y nos corrieron de ahí. Eso pasa un montón de veces y no sólo a nosotros.
Rebeca: - En Córdoba, las organizaciones murgueras tienen como uno de sus ítems básicos, además de pedir por el Feriado del Carnaval, pedir por la recuperación de los espacios públicos para practicar, bailar y hacer el carnaval, que es algo que se prohibió en la época de la dictadura.
Bebu: - Sin embargo, vos ves que el efecto que causa a la gente es el contrario. La gente, yo creo, quiere que estemos ahí. En la Plaza de la Intendencia se te acerca mucha gente, como acá en Ciudad Universitaria. Entonces ves que hay una contradicción, la sociedad quiere ese espacio, le interesa.

El frío comenzaba sentirse. Las galletitas se habían acabado y la pelea de perros jamás cesó. La pregunta final a los murgueros se refirió a la relación entre murga y rebeldía. “Todo puede ser una forma de rebelión, cualquier forma de expresión. Pero sí, de hecho la murga lo es”, constató Rebeca.

Pancho reflexionó: “En realidad, es una forma de rebelión en el sentido de que atrae a la gente y a su vez atrae a la gente a hacer algo. Y eso es para mí un mecanismo que puede accionar otras cosas. Me parece que eso es lo mágico de la murga”.

La foto pertenece a la autora de este artículo. Son los integrantes de la murga en pleno ensayo.




Reportaje a la murga de sobrevivientes Los Que nunca Callarán.
Por lavaca.org en el mes de enero de 2007

¿Cómo entender a una murga?


Revoleando patadas al cielo

La murga Los que nunca callarán -que se presentará en Ituzaingó el 3 y 4 de febrero y luego durante todo el Carnaval en diferentes lugares- está formada principalmente por sobrevivientes de Cromañón, y hereda todo el ADN murguero constituido por una mezcla de espíritu crítico, alegría, compromiso, denuncia y diversión. Charlas para entender cómo rebelarse contra la parálisis; por qué mucha gente no se moviliza; la estrategia del día a día y qué ocure tras haber perdido a una pareja en aquel infierno: algunas confesiones a lavaca sobre el amor y el futuro


Lo que dicen Los que nunca callarán


Diego tiene un bombo murguero (y viéndolo de perfil se entiende por qué se le dice ’bombo’ a la panza de las embarazadas), mira los saltos que pegan Bárbara, Luz y Florencia, y cuenta que los pasos de la murga empiezan por representar a los de los esclavos, con grilletes, sometidos a latigazos: pasos cortos, tambaleantes. "Después viene el triple salto, las piernas se sueltan de las cadenas". Y finalmente llega "la matanza": "Ahí hay que matarse bailando, todo el cuerpo liberado y moviéndose". La murga siempre fue crítica social, burla al poder. En eso se hermanan las de la Argentina y el Uruguay. La murga es recuperar la calle y decir la verdad. Contar las tristezas y armar una fiesta de rebeldía y alegría colectiva.


Mauge toca un timbal, con su remera de los Rolling, las puntas el pelo de la nuca teñidas de violeta. Cuando ve un grabador grita: "Tengo 19 años, soy soltera y sin pareja: ¡¡¡Socorro!!!" . Se ríe. Alguien diría que se muere de risa, aunque sucede lo contrario: vive de esa risa. El timbal de Mauge bombea el sonido hacia abajo, la vibración sacude el asfalto como un terremoto que se le mete a uno desde los pies hasta las entrañas. Bárbara, Luz y Florencia bailan engañosamente desarticuladas, ríen, Diego y Juan beben mate. En un rato comenzará el ensayo de Los Que Nunca Callarán, murga compuesta por sobrevivientes de Cromañón y amigos que se han ido sumando. El 3 y 4 de febrero las primeras presentaciones serán en Ituzaingó. Ya hay unos 30 integrantes fijos, con tendencia creciente. Todo ocurre en un lugar inesperado como una adivinanza: ¿Dónde puede ensayar una murga su mezcla de alegría, liberación, cantos y terremotos sin molestar a los vecinos (por ahora), y sin tener los "permisos correspondientes" (con perdón de las palabras)? Respuesta: el lugar es junto al paredón del cementerio de la Chacarita, en cuya esquina sobre la calle Jorge Newbery se lee escrito en piedra: "Cementerio del Oeste".


"Hablamos con otras murgas, nos explicaron que se necesitan autorizaciones para ensayar porque si no te echan. Pero acá no molestás" dice Florencia, o Florchu, con sus enormes ojos bellos y serios. "A veces ironizamos por estar acá, pero no le damos un significado especial. A lo mejor es muy loco" supone Luciana. Del lado de allá del muro están enterrados muchos chicos muertos aquel 30 de diciembre de 2004, casi 25 meses atrás. Del lado de acá, los chicos de Cromañón, los que nunca callarán, son una tensión pura. A veces, el gesto nublado por una seriedad inquietante: ¿qué vieron esos ojos? Pero al rato saltan, tocan, bailan, cantan, hacen bromas, vivos de la risa.


Pintate bien la cara, no pierdas la ilusión


La reunión es sobre el piso, cerca del muro del cementerio. Hay varios de los integrantes de la murga compartiendo mate con lavaca. Los Que Nunca callarán nació a fines de 2005. Levitas brillantes rojas y negras, letras para la memoria, danzas para el futuro. Ya participó en un encuentro nacional murguero de Santa Fe, viajó a Ledesma a conmemorar la resistencia a la represión en Jujuy, y ahora se irá presentando a lo largo de los carnavales, empezando por Ituzaingó el 3 y 4 de febrero invitados por Los que quedamos. Hay una página web (www.losquenuncacallaran.com.ar) y un fotolog (fotolog.com/murga_quenocalla). ¿Cómo se llega a una murga como esta? Comienzan las presentaciones. Luciana es sobreviviente de Cromañón. "Mi novio, Pablo Fucci, falleció allí". Luego del 30 de diciembre Luciana no participó en ningún grupo de familiares ni sobrevivientes, pero hacía terapia grupal en el Hospital Santojanni junto con Mauro (amigo de Pablo) y otros chicos. "Un día supimos de la muestra de fotos, fuimos a verla". La muestra con la historia de cada chico es una de las iniciativas que sigue recorriendo el país. Luciana y Mauro tenían una sensación extraña: "La terapia era importante, pero no lográbamos hacer lo que teníamos ganas: construir a partir del dolor. En la terapia no salíamos de la contención". (La palabra contención tiene una frontera difusa entre el cuidado, y la sujeción). Los chicos terminaron la terapia en el tiempo previsto, pero a partir de allí decidieron hacer lo que tenían ganas. "Fuimos al grupo Memoria y Justicia (también conocido como grupo Paso, uno de los que integra la Articulación de grupos de familiares y sobrevivientes de Cromañón), conocimos a Florchu y pensamos qué hacer con respecto a los sobrevivientes que no participaban en las marchas, o no iban al Santuario" dice Luciana, 26 años, que es profesora de Historia, le falta una tesis sobre investigación histórica para la maestría, y trabaja como asistente técnica en el ministerio de Desarrollo Social. Empezó a nacer la idea de la murga, con apoyo de murgueros como Papo, de Pasión Quemera.


Los que no participan


Juan trabaja en una fábrica de ropa. Estuvo el 30 de diciembre en el boliche de Once, lo metieron en una ambulancia de la cual se bajó para permitir que llevaran a chicos más afectados que él. "Fuimos seis, salimos todos, pero perdí a dos amigas que no habían ido conmigo. Nunca más me pude despegar de Cromañón. Al día siguiente volví, y volví todos los días durante semanas enteras. Quería estar ahí. No podía entenderlo". Poco a poco Juan salió de esa hipnosis concurriendo a las marchas. Mantuvo muy buena comunicación con los padres de sus amigas muertas, que tienen actitudes opuestas: "La mamá de Flor participa en todo lo de Cromañón, las marchas, la muestra, todo. En cambio la madre de María no participa en nada. Prefirió estar en contacto con los amigos de la hija, y se metió en un hospital como voluntaria. Fue un cambio tremendo en su vida. También le pagaron una indemnización, y ella la donó a un comedor comunitario". Bárabara no es sobreviviente pero se sumó a la murga. Mucha gente se siente ajena a Cromañón porque no le tocó de cerca. A Bárbara le pasa al revés: "Yo no perdí a ningún amigo, no me pasó nada de modo directo, pero sé que pude haber estado". Esa noche no pudo ir a ver a Callejeros. Estaba en su casa. La llamó una amiga avisándole que se había incendiado Cromañón. "Prendí el televisor y decían que el problema era en El Reventón. Le dije a mi amiga: no fue Cromañón, es una bailanta". Bárbara padece esas palabras hasta hoy: "Yo después caí en que si era una bailanta no me importaba tanto como si era en Cromañón" reconoce, como si no pudiera entender ni justificar su propia reacción en aquel momento. Para colmo, era Cromañón. "Fue un cambio en mi vida. Todo se dio vuelta. Veía eso por televisión y no lo podía creer. Después fui a las marchas que había en Tapiales, pero apenas supe de la murga decidí venir". Bárbara acaba de quedar desocupada como cajera en negro de un bar del que fue despedida como represalia por haber pedido un (1) día de vacaciones.


La vida "busca", y el monotributo


Diego tiene 30 años y tampoco es sobreviviente. "Ni siquiera me gustaban Callejeros ni Ojos Locos" (los conjuntos que se presentaron aquel 30). ¿Música preferida? Interrumpe Mauge: "No digas nada. Sos fan del Mauge Rocanrol". Diego informa que le gustan Los Pericos. Mauge le propina una carcajada rollinga. Junto al bombo de la murga, que tiene un platillo arriba cual sombrero metálico, Diego cuenta que dos de sus amigos, Cristian y Luis, habían ido a Cromañón, la novia de uno de ellos lo llamó, la televisión le transmitía una especie de taxi de la muerte que subía la cantidad de víctimas cada cinco minutos. En diez minutos llegó a Once. "Y a los 20 metros me lo encontré a Cristian, la cara toda negra del humo del cianuro, desorientado, y me avisó que Luis estaba bien". Diego siempre fue murguero, como Papo. ¿Un murguero puede participar de dos murgas? Mauge lo traduce así, azuzando a su amigo: "Vienen con nosotros pero después nos ponen las guampas con otra murga".


Diego reconoce que toda su vida fue lo que suele llamarse un "busca", un buscador de oportunidades callejeras para poder vivir. "Con diez pesos compraba lápices en Liniers, los venía a vender a la esquina y hacía 30, y así". Fue motoquero y hoy posee una empresa de mensajería. Bárbara, la despedida del bar, lo mira de reojo. ¿Qué hubiera hecho él como pequeño empresario frente a un caso como el de Bárbara? consulta lavaca. Diego: "Este país no te dejan crecer, te traban, tenés que tener mucha plata. Yo pago monotributo y hasta eso es caro. Y no puedo tener motoqueros en blanco porque no dan los costos. Si un chico se toma vacaciones, no se las puedo pagar, no me da la cuenta". Bárbara muestra un puño, Diego se cubre la cabeza, todos se ríen, nadie sabe si esto debe ser interpretado como una lucha de clases dentro de la murga.


El abismo de mirar el techo


Siguen las presentaciones. Florencia tiene 18 años, fue a Cromañón con su novio Julián, que quedó afectado por el veneno y murió dos días después. Ella pasó 13 días internada y muchos meses con los pulmones en riesgo, nebulizaciones cotidianas, la voz ajada por el humo negro. Participó siempre en las marchas, integró la Asamblea 30 de Diciembre de El Palomar que funcionó durante el primer año posterior a la masacre, y con tanta juventud a cuestas, es seguramente de las más activas y a la vez discretas integrantes de eso que se ha dado en llamar Movimiento Cromañón. "Aprendí que la murga te permite sacar el dolor por otro lado" cuenta, sin olvidar que también ha seguido terapia a lo largo de este tiempo. Hace dos meses renunció a un comercio de aire acondicionado. Está a punto de retomar sus estudios parra el profesorado de Historia. Luz tampoco estuvo en Cromañón, pero era amiga de Pablo Fucci y de Luciana. Es diseñadora gráfica y en la murga no solo encontró un modo de canalizar sus sentimientos frente a lo ocurrido, sino que también encontró novio. Ahora Mauge toma la palabra (es de las que más formalmente responde al nombre de la murga). Cumplió 19 capricornianos años y en marzo recursará el 5º año que nunca llegó a terminar. "Yo vine al principio pero no me parecía que podía ponerme un traje de colores y bailar haciéndome la feliz cuando la procesión va por dentro". Maugue fue y volvió, encontró alegría, amistad y le adosó a la murga ese ciclón de aire fresco que parece acompañarla siempre. "Ahora tengo las re ganas de seguir" dice sacudiendo el flequillo negro. Aclara que no terminó la secundaria por los problemas de la cabeza. ¿Qué problemas? Escucha la pregunta, y se pone seria. "Un montón de cosas. Delante de la gente soy yo misma, pero cierro la puerta de mi pieza, miro el techo y me quiero matar... no puedo escuchar a Callejeros sin llorar. Mejor dicho: hoy escuché el primer CD completo". Dice que después del secundario quiere seguir estudiando: "Voy a seguir Derecho. Capaz que hay una pared en el medio, pero yo sigo derecho" dice antes de huir nuevamente a tocar el bombo. Florencia cree que la murga cumple la función de permitirle a todos "estar juntos para salir adelante, y llevar nuestro reclamo de memoria y justicia". Luciana la diferencia de las otras murgas en un detalle: "Todas son barriales, esta no". Tal vez estemos ante el nacimiento de las murgas temáticas.


¿A quién le da la razón el tiempo?


¿Cómo ven la relación entre Cromañón y la sociedad, más de dos años después? Luciana: "Algunos prejuicios se fueron cayendo. Se empieza a entender que eran chicos con sueños y proyectos". Sin autoengaño, sostiene: "Pero como toda lucha se va debilitando y olvidando, y el común de la gente se acuerda cuando llega el aniversario y hay recordatorios por todos lados, programas especiales y esas cosas. Lo que surge ahí es lástima, pero no te van a una marcha ni se comprometen. Esa es mi sensación". Florencia cree que el tiempo les va dando la razón a los que decidieron no encerrar su dolor a solas, entre cuatro paredes. "Yo creo que cada vez más va a ir siendo una batalla ganada". Hubo una discusión con una señora que Bárbara padeció del siguiente modo: "Me dijo, ¿qué más quieren si ya lo sacaron a Ibarra? ¿Y por qué no sacan el santuario del Once, que es una mugre?" Flor replica: "Como si el Once fuera una mugre por culpa nuestra". Al menos nadie podrá negar franqueza a la señora que interpeló a Bárbara. La consulta entonces es: ¿qué más quieren? Luciana: "Justicia, ¿es tan difícil de entender? Memoria y condena social". Florencia: "Yo por el lado de la justicia creo que llevamos las de perder. Nunca me interesé por la causa. Lo que me pasó a mi, para la causa es una estadística. Este poder judicial difícilmente castigue a los que tiene que castigar, pero nosotros nunca vamos a bajar los brazos". ¿Y entonces? "Lo importante es estar acá, es reunirnos, es seguir adelante, es estar juntos". Luciana recuerda un dato: "Siempre uno tiene desconfianza. Pero cuando era el juicio político a Ibarra también había esa desconfianza, y al final lo destituyeron por la presión. Así que esto es como un trabajo de hormiguita. No tenemos la llegada que tienen las empresas periodísticas, pero hay que llevar la lucha a los barrios, y rehacer nuestra vida".


Confesiones de verano


¿Qué ocurre con esos duelos de chicas que perdieron a sus novios en Cromañón? ¿Cómo sigue la vida? Luciana no esquiva el tema. Siendo una de las voceras naturales de la murga, y una de las más encendidas y combativas integrantes del universo Cromañón, logra también hablar con sinceridad de esos laberintos del sentimiento. "Yo al principio tenía una negación total. Pablo había hecho un dibujo del sol y la luna, con nuestras iniciales. Yo lo hice escanear, y me lo tatué (ahí está, del lado izquierdo, entre el hombro y el corazón). No estoy arrepentida del tatuaje. Los padres de Pablo me decían que yo tenía que seguir con mi vida como mujer, y yo les pedí que nunca más me hablaran de eso. Con el tiempo empecé a cambiar. Yo siempre me pintaba mucho los ojos, pero después de Cromañón pensaba que era una falta de respeto a Pablo. De a poco, empecé a pintarme, o a usar una ropa distinta, que se me viera la panza. Eso implicaba que me miraran y que yo permitiera eso. Y también permitirme mirar a alguien". Pablo y Luciana, conviene saberlo, estaban de novios desde que él tenía 15 años y ella 14: nueve años y medio. "Empecé a ubicar a Pablo como lo que fue: mi gran compañero. Pero entendí que físicamente no iba a poder estar conmigo. Y que uno necesita sentirse abrazado, que lo acaricien, compartir charlas, y eso ya no podría ser más. No quita que sea mi compañero desde el alma. Lo que hice fue ir al cementerio, y contarle todo ese proceso mío como mujer, para sentir que él está conmigo en ese proceso. Yo como mujer quiero volver a enamorarme, porque fue lo más hermoso que viví con él en esos nueve años y medio. No es que quiera lo mismo, siempre será distinto, pero hablo de volver a enamorarme, tener un compañero. Y que los padres de Pablo lo conozcan". La memoria no tiene por qué ser un muro opuesto a la vida.


El uniforme y el dibujo


Un día después, revolviendo un cortado en un bar porteño, Delia Fucci confiesa que a veces no hace más cosas con la murga "para que no digan: esta mujer está loca". Es la madre de Pablo Fucci y se mezcla en bailes y saltos, revoleando patadas al cielo como propone la propia murga, con los sobrevivientes que además fueron los amigos de su hijo. "Yo encontré la juventud. Cuando estoy ahí tengo 24 o 25 años". Aires de la época. Delia no terminó el secundario, se casó y se convirtió para siempre en un ama de casa. Jorge, su marido (hoy tiene 62 años), perdió el trabajo en 2002 y quedó desempleado. Era fundidor de alhajas. Tuvieron dos hijos. María Julia, 27, trabaja como vendedora en una marroquinería y sigue viviendo con sus padres. El menor, Pablo, tenía 24 años. Al terminar el secundario entró como empleado a Easy, una cadena de ferreterías desmesuradas. Pablo se ponía el uniforme de la empresa, le daba parte del sueldo a sus padres y el resto lo dejaba sobre la mesa de luz. "Me decía: Mamá, agarrá lo que necesites", cuenta Delia, y revela que su marido Jorge ya tenía lastimado el espíritu a fuerza de desocupación, como le ocurre a tantos hombres en esa situación: "Es el tipo muy formado para ser el sostén de la casa". Jorge le insinuaba a Pablo que tenía que hacer algo para crecer dentro de Easy (que significa "fácil"). Pablo contestaba: "Para eso hay que ser chupamedias. Yo no lo voy a hacer". El significado de lo fácil se hizo turbio. Pablo se fue enojando con la situación. Delia: "Para él ese trabajo era como un sistema que no le dejaba la cabeza libre para otra cosa. Entraba a las dos de la tarde, volvía a casa a las doce de la noche. Un día renunció y se metió en una granja de venta de pollos con un amigo, y en una escuela de arte de La Boca. Fue impresionante. Ahí se convirtió en otro Pablo. Estaba feliz, contento, pintaba, hacía esculturas". Delia abre la cartera que se insinúa llena de papeles, volantes, cuadernos y fotos, y me muestra un pequeño dibujo: el perfil de un murguero, con galera y levita y sonrisa, dibujado por Pablo en 2004. "El padre no lo entendió. ¿La va de bohemio ahora? Ese es el gran dolor de Jorge, no haberlo entendido, y creer que Pablo se fue enojado con él por eso". El nombre de Pablo es hoy el de uno de los salones del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA), donde el muchacho alcanzó a estudiar tres cuatrimestres.


Lectura de alguien que nunca leyó un libro


Delia guarda el dibujo. "Pablo (le decían Foli) nunca estuvo en una murga, pero le encantaba. Después de Cromañón yo me quedé mucho tiempo paralizada. Pero estaban conmigo los amigos de Pablo y sobre todo Luciana. Y ella me dijo: no es manera de estar. Hay que salir a luchar por Foli. Vos viste cómo es Luciana, tiene una energía..., así que le hice caso". Se fueron contagiando mutuamente. Recorrieron algunos grupos y se acercaron al que funciona en la calle Paso. "Porque pude pensar, hablar, conocer gente maravillosa, y hacer cosas, trabajar. Eso para mí fue importantísimo".


Delia se siente muy identificada con Luciana. "Tengo una relación extraordinaria con ella. Lloramos, pero después las dos somos de secarnos los mocos y las lágrimas, y seguir adelante. Te soy sincera, hoy vivo el día a día. Es el modo que tenés de hacer las cosas. Día a día". ¿Qué significa eso? "Que no puedo decir algo que vaya mucho más allá del día a día. Estoy con vos acá contándote cosas, lo disfruto, y no sé qué va a pasar dentro de media hora. Pero este momento tiene que ser a fondo. La vida me enseñó que es así". Tal vez eso explique la intensidad con la que Delia pronuncia cada palabra, o da cada paso. ¿Qué es lo que le enseñó la vida? "Por ejemplo, siempre dije: voy a ser abuela, llevar a mis nietos a la calesita, voy a ser una abuela piola, canchera... y todo quedó ahí. Entonces no proyecto más nada. Vivir, disfrutar y meterle pata a lo que estás haciendo en el momento. Pero al vivir ese día a pleno, empezás a proyectar sin pensarlo". Lo de Delia es experiencia pura. "Te confieso algo: nunca en mi vida leí un libro. No puedo concentrarme en la lectura. Si me contás ahora algo, un libro, lo que sea, me lo acuerdo de pé a pá. Pero empiezo a leer, y a los pocos renglones me olvido de todo". ¿Qué lectura hace esta dama que cree que no puede leer un libro, sobre la relación entre la sociedad y lo ocurrido en Cromañón? "Hay gente que dice que estamos solos, pero yo creo que la sociedad nos acompaña muchísimo. Lo noto en el barrio, en lo que te dice la gente, que hay que seguir luchando. Te acompañan así, pero no con el cuerpo, como tendría que ser. Tendría que haber muchísima gente movilizándose. Pero yo misma soy autocrítica, porque yo era igual". Traducción: Delia miraba las desventuras argentinas por televisión, se conmovía, se solidarizaba y no hacía nada. "Yo veía las cosas por TV, se me caían las lágrimas. Veía las cosas de derechos humanos, de crímenes, de injusticia, lo sentía realmente, me dolía. Pero nunca dije: voy a marchar con ellos". Una conjetura: "Capaz que hay muchas personas que están en la casa, lloran con vos, saben todo, saben cómo es el sistema, cómo es la corrupción, se quedan sensibilizadas pero no movilizadas".
¿Y por qué ocurre eso? ¿Por qué usted misma se sensibilizaba y no se movilizaba?
Por miedo. Yo no iba a ninguna marcha por miedo. Ahora iría a cualquiera. Lo que pasa es que ahora entiendo que la gente que va a luchar no es la gente que muestran los medios. Siempre te muestran lo malo, lo agresivo o peligroso. No te muestran al que lucha realmente para que las cosas cambien.
¿Y a qué se le tiene miedo, Delia?
Al disturbio, a tener que salir corriendo, a la policía, a los agresivos, a no saber cómo manejarse en esa situación. Ahora aprendí, vas mirás las caras, buscás a la gente que conocés. Pero antes la sola idea de estar en una marcha me daba pánico.


Delia dice que no participa en ningún partido político ("lo único que quisiera es que alguna vez alguien gobierne como corresponde" dice con tono de perplejidad). "Pero yo les diría a los partidos y movimientos que tienen que hacer todo de otro modo. Lo que hacen para movilizar es contraproducente. Paralizan a la gente. Tienen todo el derecho a protestar. Pero le tienen que encontrar otra vuelta si quieren que la gente se sume".


¿Para qué sirve estar en una murga?


Hay gente sensibilizada, reconoce Delia, pero no faltan los que dicen "córtenla con Cromañón", o la típica pregunta: ¿qué más quieren? Delia: "Como no les pasó nada, no entienden. Pero hay dos actitudes. Hay gente que viene y te pregunta: señora, ¿cómo fue lo que pasó? Otros vienen y te acusan: ustedes no cuidaron a sus hijos, ustedes quieren hacer política con sus hijos. Yo a la gente que viene así no le hablo. Y le digo a las otras mamás: no te gastés hablando, si de entrada te están acusando". Se trata del pre-juicio en estado puro. El caso típico es la aberrante mentira sobre que en Cromañón había una guardería en el baño donde padres desaprensivos dejaron a sus bebés. Tal cosa jamás existió, pero muchos lo repiten con una monotonía de Alzheimer. "La diferencia es que el que pregunta quiere saber. Y el que tiene prejuicio y te acusa, no quiere saber nada". ¿Cuál es el objetivo que se puede tener participando en la murga o en los grupos relacionados con Cromañón? "Los chicos encontraron un espacio, yo escribí que la murga cambió mis lágrimas por sonrisas y transformó mi dolor en lucha. Mirá, tengo las cervicales arruinadas, el estómago pegado a la espalda, el corazón destrozado las 24 horas, pero cuando estoy en la murga no soy yo. Me siento joven, vital. A los chicos les pasa algo parecido, están con sus pares, se reúnen. No es sólo pedir justicia, no es sólo que cambie el país. Les está haciendo bien a ellos, y han cambiado mucho". (¿Habrá que cambiar las palabras y pensar que en un caso así más que el "objetivo" importa lo "subjetivo"? ¿Que cualquier cambio bien entendido empieza por uno?) Delia asegura que esa transformación en los chicos se nota en un detalle bastante obvio: "Cuando empezamos, antes de salir a actuar yo veía mucho alcohol. Es lo que pasa con muchos chicos. Para darse fuerza, ánimo. Ahí yo me puse como mamá. A uno que tenía puesta la remera de Los Que Nunca Callarán le dije: vos tenés la edad suficiente para saber cuánto tenés que tomar, pero esta remera la tenés que respetar. Y en eso han cambiado un montón. Antes estaba la cerveza, el fernet. Ahora, el mate". Delia no criminaliza al alcohol, sino el sometimiento: "Hablo de cuando eso se empieza a poner destructivo".


Delia espera que Luciana logre rehacer su vida como mujer. Se emociona porque pese a que su hija Julia no participa en nada relacionado con Cromañón, ha hecho toda una recuperación de la imagen y la vida de Pablo. Delia vive el día a día.
Teniendo en cuenta lo del día a día, ¿qué es lo que va a hacer hoy?
Tengo que ir a buscar unos análisis que nos hicimos con mi marido, bordar una de las levitas, y buscar unos paraguas para la murga. Ya se viene el 3 de febrero y hay que tener todo listo. Y tengo que pasar en limpio una letra para la murga.


Encuentra otro papel manuscrito en su cartera pequeña e infinita como la galera de un mago. Me lo da. Entre las estrofas de su tema "Viejita" hay una que dice:


"Si nunca callan, los murgeros construirán un mundo nuevo, que no pare de bailar, y que convierta en protesta este dolor".
Entrevista a Héctor “el Melli” Cicero, cantor del Centro Murga Los Viciosos de Almagro, el legendario murgón blanco, azul y negro que es uno de los más tradicionales del carnaval porteño.

Por Sebastián Linardi para Fractura Expuesta

“Difícil establecer el orden
murga, familia y amigos
y para evitar ese lío
solo les digo una cosa
que si me cortan las venas
me sale sangre Viciosa”

“Yo nací”, glosa escrita por José da Silva – Los Viciosos de Almagro

La murga porteña es un género con historia. Desconocida por muchos, pero no por eso inexistente, a lo largo del siglo XX el género fue forjando sus tradiciones. Al ritmo del bombo con platillo, sus peculiares canciones y el estilo de baile, se fueron consolidando ciertas características que, con el tiempo, quedaron como fundamentales a la hora de lograr el estilo porteño del carnaval. Y fueron los “Centro Murga” los que se convirtieron en los guardianes más recelosos de este legado. Hubo algunos que se destacaron más que otros. Los Viciosos de Almagro son uno de los que se transformaron en referentes.

Fundado hace 60 años en un conventillo de ese barrio, este murgón legendario es conocido por ser uno de los mayores exponentes del estilo más “tradicional” de la murga porteña. Con una base poderosa conformada únicamente por bombos con platillo, lo de “Los Viciosos…” transita más el lado de lo emotivo que la actitud festiva permanente en que caen otras agrupaciones del carnaval.

Dueños de una cadencia lenta -si se quiere casi tántrica, a riesgo de parecer monótona para el oído apresurado, incapaz de distinguir los variadísimos toques de los platillos- el ritmo vicioso le marca el pulso a un estilo de baile pícaro, más amigo de la magia del que sabe improvisar que de las coreografías armadas. También son herederos de un estilo de canto tradicional, realizado en emotivas duplas y voces solistas que son acompañadas por poderosos coros de cancha. Y que se encarnan en canciones de eterno homenaje al barrio y algún que otro guiño de sátira en las infaltables “críticas” de su repertorio. Justamente, “Los Viciosos” cuentan con tres de las mejores voces solistas de la murga porteña: Daniel Laham y la dupla conformada por los mellizos Osvaldo y Héctor Cicero.

De alma tanguera -de hecho, ensayan en “La Casa del Tango” del barrio de Almagro- este histórico Centro Murga, que acaba de editar en forma independiente un CD de estudio, no es conocido como debería por el público del 2x4. En un humilde intento por llenar este vacío, Fractura Expuesta entrevistó a Héctor Cicero, cantor y autor de algunas letras del glorioso Centro Murga Los Viciosos de Almagro.


- ¿Cómo y cuándo se formaron Los Viciosos de Almagro?

- Hay muchas versiones de cómo se formaron y cuando. Los más viejos dicen que en 1950 eran Los Viciosos de Palermo y que con el paso del tiempo y la gente que salía en los primeros tiempos, al ser más murgueros de Almagro que de Palermo, le cambiaron el barrio. “Los Viciosos…” se formaron en la esquina de Guardia Vieja y Bulnes, con un grupo de amigos del barrio de Almagro, que la mayoría vivía en un conventillo que se encontraba sobre Guardia Vieja.

- ¿Y vos, hace cuanto que estás y cómo te uniste?

- Se podría decir que arranqué de grande, a los 17 años. Toda la vida, desde que nací, viví en Mario Bravo y Guardia Vieja y pasábamos por el ensayo que entonces quedaba en un galpón de transportes de cargas que se llamaba “Hermar”, que era prestado para que ensaye la murga. Al estar todos nuestros amigos en la murga (y ninguno se iba de vacaciones) la onda era salir en febrero y compartir con ellos las salidas de carnaval. Así empezamos con mi hermano y nunca dejamos hasta la fecha. Primero, en el `89, llevando bandera, después como murguero, luego a hacer coros y al final con mi hermano terminamos como cantantes. Yo de glosas y críticas y Osvaldo como cantante de entrada y retirada. Hoy también estamos en la organización para que la murga salga en carnaval. De hecho, hoy Osvaldo es el director de la murga.

- ¿Queda alguien que haya estado en Los Viciosos de 1950?

- El año pasado estuvo Giannini en los ensayos (uno de los que sacaban a la murga en aquella época) que vino a traer a la hija para que salga en la murga. Pero hoy no hay integrantes de aquel núcleo fundador, aunque sí muchos grandes que estuvieron formando parte en algún momento del pasado. También hay hijos y nietos y hasta algunos bisnietos de los históricos del Conventillo. Los Corvalán, que se nombran en el “Homenaje al Conventillo” de la primera noche de cada año que salimos (N de R: la llamada “Misa Viciosa”, un homenaje al conventillo donde se originó la murga que se hace todos los años al comienzo y final del carnaval en la calle Guardia Vieja, aunque el edificio original ya fue demolido) y la mayoría hoy son directores de la murga.

- Si tuvieras que señalar las mejores épocas de Los Viciosos, ¿cuáles serían?

- Podría estar tocando de oído, por los comentarios que me llegaron, pero hubo una época por 1969 que no había con qué darle. Con “el Mono”, “el Bebe”, Ariel y bombistas de la talla de “Meco”, Ignacio y “Nito” Chadres, con las actuaciones en el Teatro Nilo y en los corsos de Avenida de Mayo. Y también en estos últimos años, que me parece que logramos un equilibrio tanto en el escenario como en el piso que me parece que está muy bueno.

- ¿Y las peores épocas?

- Las malas no te las cuenta nadie (risas) y yo no las pasé. Hubo unos años en la que la murga no salió, siempre hablando desde que arranqué yo. Hubo un salto de generación en donde los que tenían 40 años y se tenían que hacer cargo, no querían sacarla y estuvo uno o dos años sin salir. Hasta que después del `96, cinco locos se hicieron cargo de sacarla: Raul Corvalán, Oscar Rodriguez, Walter Heredia y nosotros, Héctor y Osvaldo Cicero, todos pendejos de entre 20 a 25 años que se hicieron cargo y se pusieron la murga al hombro y arrancaron a sacarla otra vez.

- En Los Viciosos la palabra “tradición” suele tener un peso especial, que se continúa en mantener ciertas ceremonias como el “Homenaje al Conventillo”. ¿Qué significa para ustedes mantener a través del tiempo ese tipo de “tradiciones viciosas”?

- Nos gusta ese nombre que nos dan y cuando te encajan en ese rubro más todavía. Porque si hay algo que tratamos de mantener es como la aprendimos nosotros, por eso seguimos con el “Homenaje al Conventillo” en la primera noche de carnaval y con el estilo de ritmo, baile, desfile y hasta canciones. Mantenerlas significa un orgullo y saber que se puede, a pesar de los que están todo el tiempo queriéndote agregar cosas nuevas.

- Justamente, Los Viciosos son conocidos por mantener el estilo más puro del Centro Murga. ¿Cuándo tomaron conciencia de que tenían este estilo tan tradicional?

- Hay una anécdota que creo que es la mejor respuesta a tu pregunta. Hace cinco o seis años atrás estábamos entrando al corso de La Boca y allá estaba el “Pata” Corbani con Juan Carlos Cáceres (N de R: músico, cantante, investigador de la influencia negra en el tango, radicado en Francia, cruza en su obra el 2x4 y la murga porteña; “Pata” Corbani, en ese entonces, tocaba la percusión con él). Nos ve y al terminar la noche se va a la casa y se pone a componer un tema para el disco que estaba grabando acá, en Argentina, el cual llamó “La Retirada” en homenaje a Los Viciosos de Almagro y que después estaría incluyendo Ariel Prat en uno de sus discos, poniéndole letra. El comentario de Cáceres es que al vernos desfilar por el Corso se le vino a la memoria la época suya de carnaval, cuando sus padres lo llevaban a los corsos. Con ese ritmo cansino y lento que hoy muy pocos hacen en el carnaval porteño. Eso nos dio más fuerza de seguir queriendo lo que hacemos y tratar de seguir manteniéndolo en la cabeza de la gente y mostrarles cómo eran los carnavales de antes y las murgas que pasaban por ellos.

- ¿Y qué implica para ustedes el despojamiento sonoro del formato de voces y bombo con platillo?

- Te contesto la pregunta al revés. Viendo a las agrupaciones murgueras que ponen más instrumentos, sumándolos a la percusión, por mi parte lo acepto y hasta hay veces que me gusta. No para lo que hacemos nosotros, pero si está bien hecho, da gusto escucharlo, como es el caso de Atrevidos por Costumbre de Palermo o Los Quitapenas. Pero algunos le meten o agregan tantos instrumentos que termina perdiéndose la magia de las letras ya que a veces quedan tapadas y no se entiende nada de lo que se está cantando. Nosotros, siempre de bombo con platillo, solamente incluimos 2 veces redoblantes. En la versión de “Matador” de Los Fabulosos Cadillacs, que era un tema de retirada y uno de entrada que hicimos de Los Nocheros.

- ¿Qué lugar ocupa lo emotivo en el repertorio de Los Viciosos de Almagro?

- A mi entender una murga te tiene que dar de todo un poco. En una misma función te tiene que sacar una sonrisa como una lágrima, te tiene que romper la cabeza y es lo que tratamos de hacer. Con el nivel de las letras, tanto de glosas como de canciones, y con la parte cómica que tiramos en las críticas para la época de carnaval que tratamos que sean más picarescas que de protesta porque para pálidas están los diarios y los noticieros.

- Por toda esa emotividad de sus letras y su amor al barrio, ¿qué tanto tienen presente al tango a la hora de componer las canciones?

- Los tiempos cambian y las músicas también. Nosotros tratamos de tomar un poco de todo. Hacer temas nuevos o viejos y reflotar tangos y milongas que cantaban los antiguos componentes de esta murga o retomar algún tango nuevo como el caso del “Homenaje al barrio” (y que forma parte del compilado “Carnaval Porteño Volumen 2”) para el que se usó un tango de Javier Calamaro que se llama “Granizo”. Pero no todo es tango. Este año preparamos un tema del Trío San Javier (“15 primaveras”) y otro de La oreja de Van Gogh (“Inmortal”) que, como te darás cuenta, no tienen nada que ver uno con otros y tienen más de 40 años de diferencia entre ellos. (N de R: La murga porteña, como expresión artística esencialmente paródica, desde siempre toma la melodía de canciones conocidas para cambiarles las letras y hacerlas en cadencia murguera).

- Los recortes presupuestarios que viene sufriendo el área de Cultura del Gobierno de la Ciudad y los destinados al Carnaval en particular ¿se hicieron notar en los preparativos para este carnaval?

- Los recortes no nos afectaron para nada, yo también soy el tesorero en estos últimos años de la murga y siempre trato de que el dinero que se cobra del carnaval, lo usemos para el próximo y todos los gastos extras que surjan se tratan de autofinanciar, con la venta de remeras, algunas que otras actuaciones en el invierno u, hoy en día, la venta del cd que hicimos. Con decirte que al cd lo bancamos e hicimos sin tener que utilizar el dinero que se cobro de los carnavales pasados, que fue abonado íntegramente luego de marchas y reclamos varios que les hicieron todos los murgueros a los que manejan la historia desde arriba, a nivel político.

- Contáme un poco del disco “60 años de Murga y Barrio”.

- Arrancamos con la idea hace unos dos años atrás. Los temas son los que hicimos en los últimos cinco a seis años. Elegimos glosas, entradas, retiradas y homenajes pero no pusimos críticas porque terminan quedando muy pegados al tiempo de creación. Se grabó en los Estudios Tónica con la ayuda y dedicación de Daniel Laham, uno de los cantantes de nuestra murga y entendido en el tema, que fue viendo y analizando cada uno de los temas y qué cosas había que retocar o arreglar para que suene como debería sonar.

- En este último tiempo, boom inmobiliario mediante, Almagro cambia rápidamente y se convierte en un lugar más populoso. ¿Los Viciosos, cambian junto a Almagro?

- ¡Es que “El boom” somos nosotros! (risas). Nos tiran las casas y hacen torres con piscinas, nosotros tratamos de no cambiar y para eso educamos a los que vienen a salir con nosotros. Si te contesto como los viejos, te diría que somos la única del barrio, con la misma gente de siempre y con el 90 por ciento de gente que nació en él, que capaz se mudaron por cuestiones de la vida pero siguen viniendo en las épocas de carnaval a representarlo.

- ¿Cómo ves el futuro de la murga porteña como género?

- No lo veo muy diferente a los tiempos actuales. Creo que el género va a seguir creciendo y va a seguir sufriendo transformaciones aunque hay algunos que hacen cambios y no saben qué hacer. Por eso el reglamento del carnaval y los grupos en donde cada uno se tiene que ubicar. Algunos forman Centro Murga porque es lo que les gusta, otros se van de ellos para salir como Agrupación Murguera, para poder agregar esas cositas que no pudieron agregar en el estilo anterior. Lo más importante es poder cuidar el género y que no se pierda la famosa tradición. Hay exponentes muy fuertes y con estilos también muy fuertes que son los que te marcan la pauta. Como el caso de Los Cometas de Boedo, Los Reyes del Movimiento de Saavedra y nosotros.

* Para poder ver a Los Viciosos de Almagro en estos carnavales se puede consultar el cronograma de presentaciones en: http://www.losviciososdealmagro.blogspot.com./ El cd “60 años de Murga y Barrio” se consigue escribiendo a: cdviciososdealmagro@yahoo.com.ar y su valor es de $20.