lunes, enero 22, 2007

Carnaval *
Por Ariel Prat

Batía el glosista:
“¡Carnaval! Fantochadas y canciones hasta arder la madrugada/ murga mía que me tientas con tu ritmo marginal/ sos el teatro de los pobres/y el deseo de esas pibas que no dejan desfilar…”
De aquellos “cuatro días locos” mentados hasta hoy, en que absurdamente nuestra fiesta pagana sigue sin recuperar su rojo por un rancio decreto militar, no por ello ha perdido su sentido y disfrute, la tradición del “desorden autorizado”- como escribiera Sarmiento, quien como Rosas, disfrutaron sufriendo el rito en todos sus excesos con posteriores consecuencias en reglamentaciones y prohibiciones- se renueva año tras año en nuestro país y en cada región se copan las calles con la ilusión popular, pudiendo decir que en varias regiones más allá del fuerte resurgir murguero en Buenos Aires; el ritmo, el baile y el color se trasladan fuera del límite del calendario y son cientos de miles de jóvenes en su mayoría, que hacen de la expresión carnavalera un instrumento de identidad cultural y social, participando activamente en manifestaciones reivindicativas, actos escolares y barriales con todos los condimentos para verificar el enunciado satírico de que visto lo visto en este país “todo el año es carnaval”.
De pibe esperábamos con ilusión al carnaval, el juego del agua con los vecinos, el corso y las murgas a las que imitábamos en la esquina vestidos de arpillera, saltando en círculos alrededor de una farola bajo el embrujo de las cacerolas devenidas en bombos (aquellos que aportarían al folclore político su empuje y ubicuidad y no al revés). Bombos con chapa y silbato que saludan con secreta conspiración los toques de aquella negritud ocultada pero imitada más tarde por los señoritos blancos desde los primeros corsos en una Argentina que crecía a los tumbos y obstinadamente desde el Río de la Plata; el sincretismo posterior generaría que en cada lugar de cada provincia adoptaría el carnaval sus alternativas y creo que hoy, sin pudores, podemos, debemos mirar y escuchar con más atención a nuestros requiebres corporales y sonidos, sin copiar ni envidiar a ningún buen vecino.
Suelo decir en el caso del murguero argentino, que es el eslabón perdido entre el compadrito y el negro, que en los carnavales basta con ver desfilar a cada agrupación su destreza, una especie de sentimiento común de rabia y orgullo que se baila.
Como parte de este movimiento, creo que más allá de exigir razonablemente que vuelva el feriado de la sinrazón tan querido; por pertenecernos, por la alegría merecida de un pueblo y por la fiesta en sí; es la creatividad y la sensualidad popular la que está en juego y que crece por suerte más allá del mundo que nos quieren convencer para adoptar y reverenciar: ¡Minga!, por eso me despido en la mía, cantando: “…vayan y vengan costumbres/ traigan rave o telgopop / no podrán con nuestra esquina/ ninguna enfermera jaula/ ni un carnaval de Nú York…”
¡Adianchi Momo!

Visitá al autor en: www.arielprat.com.ar
Ariel Prat es músico y cantor, además murguero, radicado en España. Su ultimo disco se llama “Los Transplantados de Madrid”-la murga camina-
Regresa en febrero para actuar en el Festival Internacional de Tango el 28 de febrero en el Teatro de la Ribera y entre otras actuaciones un ciclo en el Torquato Tasso. Además de presentarse habitualmente en Europa, suele ofrecer charlas y “stages” sobre la murga Argentina con demostraciones de baile incluidas)

*Versión completa de la nota publicada en forma parcial en el Diario Clarín del día domingo 22 de enero de 2007.