lunes, abril 11, 2016






BAHÍA MURGUERA - XX años de murga argentina contemporánea en Bahía Blanca – 1992 a 2012


PROLOGO 


Por Pupita La Mocuda 


Pero en las malas también están las buenas,
Sobre toda las cosas existe el carnaval.
 “Bahía Blanca una ciudad famosa”    
Diego González - Centro Murga Vía Libre



Al final del viaje está el horizonte,
Al final del viaje partiremos de nuevo.
“Al final de este viaje”
Silvio Rodríguez

Los pueblos recurren a la risa y a la transgresión antisolemne y humorística para tener un trato menos agobiante con su realidad pasada y presente, nos dice Néstor García Canclini. Nacida y criada en las barriadas ancestrales, proyección y herencia de la mezcla y entrevero de la urbe periférica, inescindible del mundo al revés, paródico y grotesco del carnaval, generadora de encuentro, identidad, alegría, resistencia, la murga de estilo porteño – expresión de la cultura de los sectores populares por excelencia – camina, transita, migra, se desmarca permanentemente. Jamás se queda ni se quedará quieta. Ha trascendido su epicentro, su cuna originaria; tras años de congojas y tribulaciones son indiscutibles su vitalidad y renovada fortaleza no sólo a lo ancho y a lo largo de la Argentina sino también más allá de sus fronteras. En este panorama, la ciudad de Bahía Blanca constituye, sin lugar a dudas y por mérito y esfuerzo propio, un poderoso faro de referencia insoslayable en el mapa murguero actual. 

La murga suele ponerse a tejer nutridas y abigarradas urdimbres de pertenencia y sentido en los lugares donde llega para arraigarse. Cuando allá por mediados de la década pasada, a partir del intercambio cibernético propuesto por el Foro Murguero Dale Murga, entramos en contacto con la comunidad murguera bahiense – cuyo recorrido contemporáneo lleva ya dos décadas – quedamos deslumbrados por la riqueza, la profusión y la complejidad de su trayectoria. Y hoy, afortunadamente, podemos dar la bienvenida a la narración de esa frondosa genealogía que cobra forma de libro gracias a la inspiración de Jorge Guillermo Tellarini, hacedor y narrador, gestor y cronista, animador inclaudicable de este singular proceso socio-cultural.

Si por un lado Bahia Murguera recopila amorosa y minuciosamente el derrotero de las agrupaciones de la ciudad con su evocación de pequeños grandes momentos de construcción y organización comunitaria y puesta en común de voluntades afines, a su vez examina exhaustivamente búsquedas y flujos artísticos y discursivos que llevarán a la conformación de una firme y decidida identificación expresiva y estética. A través del testimonio y el relato reflexivo, el autor irá haciéndonos partícipes de una primorosa filigrana murguera que va desplegando arte, vocaciones y talentos a partir de la construcción de fuertes y sostenidos vínculos y ensambles barriales, vecinales, de familia y de amistad así como de su inserción y articulación institucional no exentos por supuesto, como todo fenómeno cultural, como la vida misma, de tracciones y contingencias. 

En efecto, desde la fundacional Los Rompevientos con sus colores fucsia y blanco, originaria de un taller de arte socio-comunitario y la entrañable primera murga de niños Los Trapitos del Tacuarí, que se remontan a principios de la década de los noventa, la historia no se detendrá. Es conveniente demorarnos brevemente en este particular momento de la vida de la Argentina. Luego de la debacle que significa para los derechos civiles la década de los años setenta, en la de los ochenta se registra un proceso de reactualización de los derechos políticos a partir de la transición a la democracia. Sin embargo, esto trae aparejado el debilitamiento del aspecto colectivo y comunitario que en los próximos decenios tendrá como corolario la destrucción de los derechos sociales. 

Los procesos de desregulación económica producen una fuerte dinámica descolectivizadora, que significan, para numerosos individuos y grupos sociales, la entrada en la precariedad, si no la pérdida de los soportes sociales y materiales que durante muchos años darían configuración a las identidades sociales. En este contexto, las murgas argentinas – entre las que se destacan las bahienses – y su celebración irrenunciable del carnaval, constituirán pequeños pero sólidos oasis en los cuales crear y afianzar lazos, reconstruir relaciones interpersonales dañadas hasta lo indecible, regenerar entre las personas condiciones de confianza y solidaridad perdidas y ayudar a prolongarlas en el tiempo. 

Y así en irán germinando en suelo bahiense, unos tras otros, nuevos y creativos proyectos murgueros, multiplicando la participación y haciendo la convocatoria cada vez más amplia y abarcativa. Serán numerosos los talleres, cursos y espacios de capacitación; los viajes, las jornadas, las medallas, reconocimientos y premiaciones; los repertorios, la puesta en marcha de espectáculos, festivales, circuitos de actuaciones y corsos; los maravillosos, multicolores y fraternos encuentros anuales organizados en suelo bahiense a nivel provincial y nacional plenos de experiencias compartidas, aprendizajes, intercambios, confluencias. La pionera Bahía Blanca se convertirá – desde el deleite y la felicidad por la tarea y el esfuerzo compartido por muchos – en escuela destacada, en núcleo y eje luminoso de la irradiación murguera en el centro y sur del país. 

Alicia Martín, estudiosa precursora y destacada del carnaval y del folklore urbano, señala que las prácticas artísticas de los murgueros retoman elementos culturales y expresivos dados por perdidos o mercantilizados, Mediante este proceso de apelación a la memoria y a la tradición van construyéndose activamente conexiones entre el presente y un pasado significativo. Esto tiene una incidencia fundamental en la creación y recreación de las identidades propias de una comunidad, esas coproducciones incesantes nunca fijas ni estancas ni exentas de conflictos y tensiones. (Cultura es siempre historia, agencia, tensión, nos advierten Alejandro Grimson y Pablo Semán.) 

Los murgueros bahienses reconocen el género de origen porteño como punto de llegada, consecuencia de un proceso colectivo y consciente de aprendizaje y elección. A esta herencia se la atesora, se la honra. Y también se la resignifica constantemente. Las afinidades y los vínculos afectivos que han logrado constituir a lo largo del tiempo, como queda plasmado en las páginas que siguen, son sólidos y profundos. Esto es especialmente así con agrupaciones del barrio de Saavedra en la Ciudad de Buenos Aires – de alta y consagrada estirpe carnavalera – con cuyos integrantes los unen especiales y cultivados lazos de compañerismo, amistad y padrinazgo así como también – en buena medida a partir del permanente influjo difusor de Daniel “Pantera” Reyes, director del Centro Murga Los Reyes del Movimiento – corrientes de conexión artísticas y estéticas en relación al canto, la palabra, el movimiento, el baile y la rítmica. 

Tal como escribiera alguna vez Carlos Campelo, están las personas que creen que el horizonte es meramente un asunto de geografía y están las que lo llevan en sus ojos viendo en él alguna señal y que, alzándose por encima del caos y la desesperanza, afirman por voluntad de creer y crear, por vehemencia del deseo, por prepotencia de trabajo, que la utopía existe. Se adelantan a su tiempo. Esfuerzo, compromiso, perseverancia, solidaridad, pasión, coraje, respeto, visión de futuro… Esos han sido y son los componentes que sostienen la matriz murguera bahiense, proyecto, empeño colectivo que hoy es firme realidad y avanza incontenible, adelante, siempre adelante…