viernes, julio 27, 2007






Se cumplen este 2007 diez años de la desaparición fisica de Carlos Campelo, psicólogo, sanitarista, maestro y visionario del trabajo barrial comunitario. Aquí algunos de sus textos.




El Fuego Continúa*

Porque eso no es todo, esto lo escribo para los que van tras de un ideal. Porque siempre existen imaginarios campeones de una tierra prometida. Delincuentes y marginales que tripulan las tres permanentes carabelas que van hasta el más allá del horizonte posible.
Quienes, aún pese a su posible decepción, alzan la propia credulidad, que otros calificaron de estéril, y se prestan al juego de una conducción en el desierto, sin nada más que una promesa a sus esperanzas. Sombras detrás del Santo Grial en este trámite de perseguir ilusiones.
Mientras esté viva la ilusión alguien tomará la posta que sostiene una empresa por su pura imaginación, la del que sabe que el mundo es otra cosa que esos pedazos de pan, de carne, de moneda. Algo más que esa historia llena de sonidos y de furia, contada por un idiota.
Para todos esos hombres y mujeres que sin otro motivo van detrás de esa estrella, esta historia que es pura verdad pero que es un cuento:


Las fogatas de San Pedro y San Pablo. 29 de Junio de 1979. Años de plomo. En casa de Vida, como casi todos los 29, nos reunimos por ese asunto de los ñoquis, un motivo como cualquier otro para reunirse. Esta vez llegué mucho más tarde y armé, como una justificación de circunstancias, una situación insustancial: las fogatas de San Pedro y San Pablo eran el inventado motivo de mi demora. La escena no exigía credibilidad al pretexto. En realidad ni pretexto exigía. De ese modo y con esa fábula conseguí acaparar durante unos minutos la atención de la gente, uno de esos juegos de mi agrado en que suele irse cualquier reunión de amigos y allegados. La conversación giró entonces en torno a la supervivencia de aquella vieja costumbre en los barrios de nuestra ciudad, nuestra niñez en ella, ahora tan de muerte.
Pulseada de palabras: fogatas sí, fogatas no. Inventé un dato contundente: Hay una, de ella vengo, en Strangford y Miralla.
Era de pura broma y era muy poco probable que alguien de esa reunión conociera esa esquina, algo corrida de nuestro mapa, en Villa Lugano, entrando justo en la zona del desconocimiento y la mera imaginación urbana. Strangford era una calle probable y Miralla era rotundamente real. El cruce de ambas un lugar posible y ambiguo. Nadie diría más nada pensé.
Que si era cierto, que si era pura palabra. Fantasía. Mentira, dijeron algunos desubicados, descaradamente, sin tacto. Y los ñoquis yendo hacia el fin y alguien, quizás yo, que desafía: Vayamos a ver si quieren... como argumento final y rotundo que demostraba, por vía de la prepotencia, la existencia de fogatas de San Pedro y San Pablo.
La defensa de ese argumento, como corresponde, estaba a mi cargo. Una voz toma el desafío y propone el paseo- o la expedición, o la cruzada – y hacia allá vamos. Yo sonriendo y ganador, es tan lejos Strangford y Miralla que desistiremos enseguida de la bravata, pensé allí mismo ante las puertas de los cuatro autos.
Quince somos o diez y seis quizás. Y subimos a los autos y entonces pienso que el paseo es posible y en tal creencia reitero la existencia de una fogata consumiéndose en aquellos inaccesibles arrabales.
El juego es simpático, divertido, lleno de bromas, incredulidades, ocurrencias y esperanzas. Aunque yo mismo no lo crea estamos subiendo a la Autopista Ricchieri y en camino hacia aquel oscuro sur. Ya una villa y otra villa amontonan aún más el camino y aumenta el frío, lleno como está de humedad y terror. Y nosotros protegiéndonos precariamente de todo ese morir con esta frágil nube de jarana, con esta amarilla sensación de fiesta en medio de los plomos, tan mezquinos como cuando la felicidad es nuestra pasajera dueña.
Ya estamos en Lugano y la broma no desiste y bajan los autos de la autopista y merodeamos el barrio hasta la fantástica esquina y allí la realidad y el fin del juego.
Esta es la esquina, dije. Strangford y Miralla, el aborrecido barro, la inconcebible soledad, la muerte disfrazada de familias que duermen. Somos fantasmas de un film de Wajda, mañana lo sabré. No hay fogata. Aquí acaba la aventura. Ganaron los que negaban la existencia de las fogatas. Ellos ganaron.
Pero hasta aquí gané yo, me digo satisfecho. El grupo allí reunido, sombras detrás del Santo Grial, imaginarios campeones de una tierra otra vez prometida, delincuentes y marginales que tripulan las tres permanentes carabelas que van hasta el más allá del horizonte posible, hombres de buena voluntad que quieren habitar alguna tierra que los quiera, si la hubiera, era aún en su posible decepción, una muestra de hasta dónde me era posible un ejercicio de conducción en el desierto, sin nada más que una promesa enunciada por mi voz.
Algunos, los pobres, llegaron a mortificarse en este trámite de perseguir ilusiones. Y a despreciarse la propia credulidad que calificaron de estéril. Los entiendo. Algunas quejas por mi función de mentiroso guía y mi derrota ofrecida como carne a los chacales. No iba a darles tan fácilmente esta capacidad mía de moverlos a todos ellos, desde los amodorrados ñoquis hasta las fogatas sin fuego de ese inconcebible barrio de penas,
de latas, de fracasos. En esa inesperada hora de la madrugada, nosotros mismos, llamas.
Preferí entregar mi fingida derrota. Para mí, en cambio, me guardé la contrafigura del héroe, la del que sostiene una empresa por su pura imaginación, la del que sabe que el mundo es otra cosa que esos pedazos de pan, de carne, de moneda, algo más que esa historia llena de sonidos y de furia contada por un idiota.
La fogata inventada caída a pedazos y como el hielo, la credulidad gratuita de la gente, se deshacía. En el fin, al fin de esta historia, oigo la voz de Vida que dice, y no es fingido porque ella sí la ve. Hay fogatas. Entonces sí, la epopeya.
Hombres y mujeres sin otro motivo van detrás de ella. Y yo los sigo.
No daba órdenes, más bien parecía recibirlas. Subió a su auto y nosotros con ella. Todo era ahora más firme, más laboral, menos palabras y retruécanos. Ella creía y los llevaba a ellos a la victoria, que es una quimera. Es un modo de decir, yo ya empezaba a estar afuera de algo.
Así anduvimos, desde la altura exploradora e imperial de la autopista, puro tristeza, cemento y fierro, durante un tiempo a derecha e izquierda más miradas, todos vigías ahora, menos yo que no creía, que había consumido mi capacidad en la empresa de ir y de llevarlos y esto era ya el regreso, modos de ese volver a casa antes de que den las diez.
Son muchos los que necesitan volver y muchos los que vuelven fingiéndose que van, pensé. Mi ser es de sólo ir, me dije buscando una tranquilidad que no llegó.
- Allí, dijo u ordenó. Era más una voluntad de creer que algo de pura evidencia. Vida señaló hacia la izquierda, un humo y algunas cenizas. Era otra tristeza el lugar, ahora pavimentado y de compactas casitas bajas. Flores, podía ser el barrio. Los autos rodaron hacia esa posibilidad, hacia ese deseo. Bajamos. Triunfal, íntima, alta, más rubia que ninguna otra vez, Vida miraba la fogata, la suya. Se llevó la mano al cuello y cerró un poco su abrigo, como Zully Moreno, como tanta Ava Gardner. Miraba con intensidad los pobretones restos de una misérrima fogata sobre el asfalto insensible. La fogata, dijo.
No dijo más. La voz decía que ahora ella empezaba a descansar. Había dado a luz, o a llama.
Era tiempo ahora de volver sobre sí misma. Todos creyeron menos yo, que había creído o que creía otra cosa. Yo sólo veía los restos de una quema de basura, en una indeterminada esquina de Flores al sur.
Es una fogata de San Pedro y San Pablo, dijo Vida para aventar las ideas que ella sabía que me ocupaban. Señaló hacia los cables de luz y de una zapatilla que colgaba dijo: Esa es una prueba. Cuando hacíamos las fogatas de San Pedro y San Pablo, colgábamos zapatillas de los cables. Negué con mi pensamiento sus palabras, pero no dije que no. Ella era la madre.
En toda ilusión, como con cada hijo, aprendía que es necesario un hombre que lo proponga y una mujer que lo realice. Lo de los sexos es un modo de decir.
Y ahora cuento esta historia que es pura verdad, pero es un cuento. Y recuerdo aquella fogata que propuse una noche agrisada de junio del 79, mientas otros morían o eran muertos en pozos de maldades, que era un cuento pero es pura verdad. Y entonces me digo: Poco de esta historia no fue cierto. Casi nada. El fuego continúa...


*Fundación. Un amigo le había dicho a Carlos Campelo que el nacimiento de una nación comenzaba con un hombre gritando en medio del desierto.
Carlos imaginaba a ese hombre gritando: ¡Es acá! ¡Es acá!
Y una noche soñó que él iba corriendo, llegaba al Hall Central del Hospital Pirovano y ponía una bandera diciendo es acá. Actas del fundador a propósito de su aventura.

jueves, julio 26, 2007

Fe, fidelidad, confianza*
Carlos Campelo


Me produce malestar la frasecita “ la confianza mata al hombre”, porque de verdad creo que es la falta de confianza lo que lo mata.
La fe es el núcleo simbólico y etimológico de fidelidad y de confianza.(De fides, en latín : fe, confianza, crédito, buena fe, promesa, palabra dada). Ambas dependen del sujeto. Quiero decir que tanto en la fidelidad como en la confianza hay un acto fundante de fe. El acto de fe, a diferencia del acto de conocimiento, en cualquiera de sus formas, es un acto propositivo del sujeto, anterior a la constatación empírica del objeto y, en cierto modo, prescindente de sus características. El acto de fe es un modo fundacional de prometer una determinada calidad del ser del sujeto para con ese objeto. En esa promesa se lanzan hacia el futuro del sujeto y del objeto, y del vínculo entre ambos, líneas ontológicas de constitución de uno y de otro, y del lazo que se constituyen.
En el acto de fe, el hombre constituye al objeto de su fe. Con su acto, le asigna una dimensión antes desconocida para sí mismo, y para el propio receptor de la fe del sujeto. Me viene a la memoria un viejo cuento de María Elena Walsh, Angelito, con que solía entretener a mis hijos sin sospechar que con él iniciaba en este hermoso oficio de saber que no estamos solos, aunque la esperanza nos abandone a veces.
El tema de la confianza me devuelve a otro hermoso recuerdo : la pieza de Carlos Gorostiza, El bombero o Hay que apagar el fuego , que desde 1982, en Teatro Abierto, me ayuda a sostener mi propio modo de vivir.
Cayetano, bombero, llega a su casa antes de hora y con algunos accidentes derivados de su llegada imprevista para Libertad, su mujer, y para Pascual, su mejor amigo, consigue contar el accidente que sufrió esa tarde (una bagatela, gajes del oficio). Cuenta también la promoción que obtuvo por ello en el cuerpo de bomberos que integra, y hasta llega a venderle algunas rifas (bastantes) a Pascual para comprar la nueva autobomba. Mientras, Libertad teme, tiembla, recela, grita, llora, se enoja, se amiga con él, lo abraza. Pascual teme, tiembla, tartamudea, intenta burlarse, queda afuera de la situación amorosa, se viste, se va a la carnicería de la que es dueño, al desierto de Dios, allí donde la carne ha perdido el sentido propio. La escena final de la pieza se constituye sobre la imagen de La Pietá , Cayetano, en el lugar de la virgen, y Libertad sobre su regazo, como Cristo yacente. La obrita (un acto), que es un esquicio cómico, tiene un dispositivo narrativo gracias al cual el público ve (¿dónde está lo que vemos, cuándo lo vemos ?) otra escena : Cayetano, con su sorpresiva llegada encuentra a Libertad y a Pascual en una comprometida situación sexual, escena que Cayetano no ve, o finge no ver, mientras insiste en relatar un incidente banal sufrido en el último incendio. El público espera, añora, desea, impone una reacción violenta de Caye, la “reivindicación de su honor injuriado”, “el repudio de una amistad que lo agravia”, “la defensa de su hombría herida”. Contrariamente a lo que el público le pide desde ese infame (sin fama) imaginario colectivo, Caye “no ve” el adulterio de Libertad ni el daño de esa amistad de Pascual, e insiste en relatar el anodino (para muchos, no para todos), pequeño accidente de su menester de bombero. Para mí, ese episodio es una epopeya. En ese relato, Cayetano enuncia su ética matrimonial. La infidelidad de Libertad no interrumpe su propia voluntad matrimonial, ni su matrimonio, del cual el episodio es un doloroso accidente, no su transformación sustancial. El público se deja vencer mayoritariamente por su propia debilidad e imagina un Cayetano tonto, imbécil, banal, o cualquier otra variante de la incapacidad o la carencia. (Perdónalos, Cayetano, no saben lo que hacen. O lo que es lo mismo, lo que hacen, no lo saben. Carecen de ángel.) Desde este punto de vista, es el público el que no puede ver. Digo ver como cuando el que ve es Tiresias, que es ciego, pero sabe. Al público, un sujeto de mirada débil, lo deslumbra los acontecimientos, los actos vacíos de sujeto, las acciones sin deseo de ser, de permanecer. Prefiere identificarse con la versión de Pascual (que no es la misma de Libertad), y que es tan diferente de la de Cayetano, que no se opone a ninguna. El público ignorante, no puede ascender al nivel en que Cayetano es un sabio, por su propia convivencia y la de sus prójimos (próximos) . La crítica del momento de su estreno coincidió en hablar del “cornudo de Cayetano”. Excepto García Olivieri, que dijo : Se trata de un viejo sabio, que sabe lo que quiere, y lo que hace”.
“El bombero” es un vía crucis a través del cual y por la prepotencia de su propia confianza, el protagonista –nunca mejor usado este nombre– hace su matrimonio con Libertad, consigue lo que el quiere. Organiza un mundo a partir de su deseo. Como el payaso de Noche de circo , de I . Bergman, que es el que tiene alguna idea de vocación matrimonial en ese film de desanimados, desolados y perdidos.
Cayetano es visionario de su propio deseo. Un alucinado, dirían los desangelados. Pero, ¿cómo es posible llamar así a los que, mirando a su interior, logran ver su propia realidad deseada, su proyecto, su voluntad pre-potenciada echa su destino ?.
Imagino a los propios colonos sionistas frente al desierto ingrato de Israel, pero viendo, pudiendo ver la Tierra prometida, la promesa de la Tierra, un lugar en donde poder ser nación, aunque frente a sus ojos no hubiera nada más que las piedras desnudas y la mano que habría de trabajarla.
Así vista, la opción de Cayetano es heroica. Suprahumana. Quiero decir es de lo superior del hombre, que en Cayetano es su voluntad matrimonial con Libertad (su Libertad).
Nuestra cultura urbana denigra la confianza, la fidelidad, la lealtad y el matrimonio, como a las suegras, los berretines, las creencias y el chamamé. Pero no es justo, ni respeta nuestras íntimas, modestas preferencias personales.
Me parece que debo aclarar. La confianza no es una mera función pasiva de espera de un cierto modo de comportarse del otro, el destinatario de la confianza.
La fe, sustrato epistemológico de la confianza y de la fidelidad, es una aptitud excepcional del sujeto cognoscente, y no una dádiva graciosa con que el sujeto puede reconocer al objeto si este lo merece. La fe no es el reconocimiento de una virtud en el objeto, sino una aptitud del sujeto que paternaliza o patrocina la emergencia de un correlato fáctico en el ser que se tiene fe. Los seres humanos somos seres haciéndose, y en este hacernos, nos hacemos unos con otros, recíprocamente.
Este trabajo lo podemos hacer todos juntos, ahora, como cantan Los Beatles, o cada uno por su cuenta, como si fuéramos polvo, nada. Los cuentapropistas de la salvación pueden prescindir de la fe, y en el mejor de los casos, pueden obtener un cielo privado, que tiene el mismo aspecto que el desierto.
*(Fragmento)

Nota publicada en la Revista Uno Mismo a principio de los años noventa.

UTOPÍA: ESE LUGAR NO EXISTE*
Carlos Campelo

El horizonte es más amplio cuanto más alto está el vigía.

Los hombres, de distintas maneras, han deseado, han imaginado, y hasta han creído que había una utopía. Algunos la afirmaron, aunque se negaban a sí mismos la posibilidad de llegar a ella. Aunque nosotros no lo veamos, la verán nuestros hijos, o los hijos de nuestros hi­jos. Otros, en cambio, llegaron a ella sin reconocerla. De éstos, algunos fueron felices, y aunque otros no reconocieron que bajo sus pies estaba la Tierra prometida, y que lo que ellos comían eran los frutos prometidos del Paraíso, su felicidad era su sabiduría. Y la gratitud con la que devolvieron en trabajo y amor los bienes que esa Tierra les daba, hizo real el reino, creó un orden, dio a luz un sentido y rescató a sus cuerpos del desierto, de la necesidad, del vacío y de la muerte.
Entre los que llegaron a la Utopía, están también los que no fueron felices.
La mesa estuvo llena de manjares y ellos a su vera, inertes, hambrientos, sin apetito alguno que los pudiera saciar, sin un bocado que les fuera propio, por la propiedad que da el deseo. Al­guna vez habrá que hablar de cómo el hombre supo negar la Utopía, ese lugar que algunos creen que no existe.
Entre los que no llegaron están los que veían allá, en el horizonte, alguna señal, real o iluso­ria, de la Tierra Prometida. Y están los que no veían esa señal. Creo que debo decir mejor: están los que vemos en el horizonte alguna señal, real o ilusoria y están los que no vemos esa señal.
Los que no vemos esa señal, como los que estamos en Utopía sin reconocerlo (quiero decir sin ser felices) creemos que el horizonte es un asunto de geografía. No podemos ni siquiera imagi­nar que "el horizonte está en los ojos". (A. Ganivet) Esta frase me la enseñó Blanca Cotta en una receta de cocina. Es una maestra; enseña los domingos como si diera misa.
Los que afirmamos la existencia de esa tierra aunque no la veamos, los que sabemos de Utopía por nuestra felicidad, por nuestra plenitud (que es un estado de alma, y no sólo de nuestros estómagos, nuestros bolsillos o nuestras mentes), los que afirmamos por pequeñas señales, por vehementes deseos, por prepotencia del trabajo (Scalabrini Ortiz), por nuestra voluntad de creer, de crear, de procrear, de recrear que ese lugar existe, instalamos con esa afirmación nuestro des­tino. Nos ubicamos por encima del caos, y alcanzamos a mirar el mundo como si fuéramos Dios, que lo somos. El horizonte está más amplio cuanto más alto está el vigía.
A veces, perdidos en la bodega de la nave, ahítos de pan y de vino, o aún hambrientos y se­dientos, habremos de afirmar que la tierra sin mal no existe. Y también será verdad: en nuestros cuerpos, en nuestras almas, en nuestras acciones no existe la Utopía, cuando nuestra voz dice que la Utopía no existe.
Porque Utopía quiere decir (u) no, (topía) lugar, pero bien puede querer decir (eu) el mejor (topía) lugar, el mejor lugar. Cuando Tomás Moro la inventó (1516) seguro que lo quiso así. Por eso es santo.
Luis Gonzaga, Gonzaginha, un cantautor brasileño, dice en Es lo que es: "Eu sei que a vida debería ser ben melhor e será, mas isto nao impede que eu repita: é bonita, é bonita e é bonita¨.
*publicada por primera vez en la revista Uno Mismo en Buenos Aires a principio de los años noventa. (Fragmento)

lunes, julio 23, 2007

lunes, julio 16, 2007

EL ATAJO - LA BATALLA DE LA BIBLIOTECA NACIONAL
Esta es una aventura apócrifa de El Eternauta que transcurre en la Biblioteca Nacional. El guión es de Juan Sasturain y los dibujos de Francisco Solano López. (2007)
Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/ (Radar)
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El Eternauta

domingo, julio 15, 2007

"Nevada Mortal en Buenos Aires" - El Eternauta
"El héroe verdadero (...) es un héroe colectivo, un grupo humano. (...) El único héroe válido es el héroe "en grupo", nunca el héroe individual, el héroe solo" Oesterheld - Solano López - 1957




A 30 años del secuestro y muerte de Héctor Germán Oesterheld y 50 de la publicación de El Eternauta sostiene Horacio González durante la Muestra de Homenaje organizada en la Biblioteca Nacional: "... El Eternauta recorre el cuerpo dramático del país. Ese mismo nombre y con esa misma efigie, con su buzo; ese uniforme absurdo, esas armas absurdas. De algún modo, esa idea de guerra absurda, como si hubiera alguna que no lo fuera, pero al mismo tiempo como si hubiera alguna en el mundo en la que no tuviéramos algo que ver. Son ideas absolutamente profundas. Y me da la impresión que Oesterheld ni percibió hasta que punto exploraba una capa inferior muy difícil de expresar y quizás muchas novelas de la época no atinaban a expresar lo que expresaba esta gran historieta..." "¿Quiénes eran sus receptores naturales?, se pregunta Juan Sasturain: "Los pibes, los iletrados, los que apenas leían ante el escándalo de las maestras (...) Y lo increíble, lo notable es que ese texto haya parado a donde vino a parar..."








Editorial de Topia Revista Nro. 2 - Noviembre 1997
El Eternauta : una metáfora actual
Por Enrique Carpintero

Este año se cumplen cuarenta años de El Eternauta y veinte años que su autor -Hector German Oesterheld- fue detenido y desaparecido por la dictadura militar. El presente editorial es un homenaje para aquel con quién encontré el destino del placer por la lectura de los grandes relatos.
La primera versión de El Eternauta se comienza a publicar en fascículos semanales en 1957. Durante cien semanas H. G. Oesterheld mantiene al público en suspenso a través de esta historia dibujada por Solano López. Una segunda versión dibujada por Alberto Breccia es publicada por la revista Gente en 1969. Aquí el argumento es más trabajado conceptualmente y define posiciones más comprometidas, a tono con el cambio político de su autor. El ganar en un mayor posicionamiento con la realidad política le hace perder un sentido metafórico, presente -como analizaré más adelante- en la primera versión. Paradójicamente los dibujos de Alberto Breccia pierden esa verosimilitud, que le había dado Solano López, para iniciar una búsqueda de experimentación plástica que produce un hermético lirismo. Tanto el guión como los dibujos no conforman al editor -recordemos la revista Gente- y al público lector que envían cartas para suspender su publicación. Esta debe ser terminada de apuro por H. G. Oesterheld.
En 1970 realiza el guión de una historieta denominada La guerra de los Antartes dibujada por León Napo. La misma narra la invasión extraterrestre a Sudamérica realizada desde la Antártida. Fue publicada por primera vez en la revista Dosmiluno. Luego hubo una segunda versión, dibujada por Gustavo Trillo, que apareció como tira diaria en el diario Noticias durante 1973. La mención de está historieta es por que se la suele confundir con la segunda parte de El Eternauta, aunque en realidad es un guión diferente.
La segunda parte la realiza a pedido de ediciones Record en 1978 y, nuevamente, es dibujada por Solano López. La historieta fue terminada por otro guionista ya que Oesterheld es detenido y desaparecido con sus cuatro hijas por la dictadura militar.
La nevada mortal
Las precisiones anteriores son importantes en función de algunas conclusiones que iré desarrollando. Brevemente recordemos el guión. Una noche, a la madrugada, un guionista de historietas está trabajando en su escritorio. De pronto, delante de él, cruje una silla vacía. Sobre ella se corporiza un hombre que dice llamarse el Eternauta. En realidad se llama Juan Salvo y ese nombre, el Eternauta, se lo han dado en un lejano mundo, durante un lejano tiempo. El aparecido ve sin sorpresa que está en la tierra y pide al guionista que lo ayude. Pero antes le cuenta su historia. La misma comienza en una casa y en un barrio parecido al del guionista que vive en los suburbios del Gran Buenos Aires. Cuatro amigos juegan al truco : Juan Salvo, el dueño de casa y de una pequeña empresa de transformadores, Favelli, el profesor de la facultad de Ingeniería, Lucas empleado bancario y Polsky jubilado y fabricante de violines. Comenta Juan que todos estaban "separados del mundo como si el chalecito fuera una isla. Una isla a la que apenas si llegaban los ruidos de la avenida cercana..."
De imprevisto se corta la luz y comienza la historia de este grupo humano. Afuera de la casa la gente se muere al ser tocada por una especie de nieve fosforescente. Si la nieve no toca, no mata. Por eso sobreviven ellos y unos pocos más. Se trata de una invasión extraterrestre. Esta es llevada a cabo por sometidos. Los amos son los Ellos que durante toda la historia nunca se ven. Para la invasión utilizan a seres de otros planetas que manejan a través de teledirectores. Estos son los Cascarudos, los Gurbos, los Hombres-robots y los Manos, seres muy inteligentes y sensibles que los Ellos dominan al colocarles cuando nacen una glándula de la muerte. Cuando tienen miedo esta glándula se activa y genera un veneno que los destruye. De esta manera los Manos no pueden traicionar a sus amos. Si lo hacen, el miedo que este hecho les produce, los mata. La nevada va matando a los porteños. Se suceden historias memorables como el combate en la General Paz, el combate en la cancha de River y el momento en que el Mano muere, añorando la belleza de su planeta, mientras canta una dulce canción. Finalmente quedan Juan, su esposa Elena, su hija Martita y un pequeño grupo de amigos. Todos tratan de llegar a una zona de seguridad, que en realidad es una trampa para eliminarlos. El Eternauta y su familia se salvan al introducirse en un extraño aparato que los proyecta al espacio-tiempo. Pero Juan Salvo pierde a su familia por un error en la máquina y así inicia su busqueda por el tiempo y el espacio. De esta manera llega a la silla que está delante del guionista. El desenlace anuncia una historia circular, pues Juan encuentra a su familia en una casa vecina al guionista. En el camino se le cruzan sus tres amigos que van a jugar al truco a su casa. Anunciando, de esta manera, la inminente destrucción del planeta.
La necesidad de una ética de la solidaridad
La multiplicidad de metáforas que plantea este relato me llevaría a un extenso desarrollo. Para comenzar nada mejor que leer lo que dice el propio Oesterheld : "Siempre me fascino la idea de un Robinson Crusoe...El Eternauta, inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, pero, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos. Por eso la partida de truco, por eso la pequeña familia que duerme en el chalet de Vicente López, ajena a la invasión que le viene. Ese fue el planteo. Lo demás...lo demás creció solo, como crece solo, creemos la vida de cada día...Aparecieron situaciones y personajes que ni soñé al principio. Como el "mano" y su muerte. O como el combate en River Plate. O como Franco, el tornero, que termina siendo más héroe que ninguno de los que iniciaron la historia...Ahora que lo pienso, se me ocurre que quizás por esta falta de héroe central, El Eternauta es una de mis historias que recuerdo con más placer. El héroe verdadero de El Eternauta es un Héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir intimo : el único héroe válido es el héroe "en grupo", nunca el héroe individual, el héroe solo".
Es necesario recordar que Freud en El Malestar en la cultura plantea que toda cultura está atravesada por un malestar que es propio de la condición pulsional del sujeto humano : la muerte como pulsión. Finaliza esta obra preguntándose si el ser humano podrá dominar la humana pulsión de agresión y autoaniquilamiento. Si el Eros triunfará sobre la pulsión de muerte. Muchos años después y habiendo pasado Auschwitz, Hiroshima, Nagasaky y los gulag Stalinistas, Oesterheld, intenta dar una respuesta a los horrores cometidos por el hombre : la necesidad de una ética de la solidaridad. En la visión típica de los autores de ciencia ficción de fines de la década del cincuenta -plena época que se conoce como "la guerra fría"- la catástrofe del planeta va a venir de afuera, del otro desconocido. Los extraterrestres aparecen como los malos de una historia en una característica proyección de colocar en el otro, lo siniestro de nuestra condición pulsional. Oesterheld, brillantemente, rompe con esta perspectiva al transformar a los Ellos en seres irrepresentables y por lo tanto representantes del odio universal. El sujeto queda sometido a los Ellos -¿deberíamos decir el Ello?- en el aislamiento, el miedo, el narcisismo, en definitiva transformándose en un Hombre-robot. En Oesterheld el Eros está representado por un sentimiento de solidaridad universal. Una metáfora de estos tiemposEn el análisis de la obra se pueden observar tres momentos claramente diferenciados.El primero comienza con la nevada mortífera donde el grupo humano está rodeado de muerte y la ley que impera es el "sálvese quién pueda". La única manera de sobrevivir es afianzando los lazos de solidaridad. Las características de funcionamiento del grupo permiten dar cuenta que el yo es con los otros y la diferencia es por temperamento y capacidad. El segundo momento se inicia cuando se encuentran con los soldados sobrevivientes y se organiza la resistencia contra el invasor. La lucha contra el enemigo común posibilita unir a todos lo humanos. Esta unión con el ejercito, que inicialmente es vista con alegría, rápidamente troca en una permanente desconfianza por parte de Juan, al darse cuenta que los civiles son utilizados como vanguardia para ser los primeros aniquilados. Aún más, el desastre final es debido a que el Mayor del ejercito no tiene en cuenta las advertencia de Favelli -el intelectual- y conduce a los soldados a una trampa fatal donde los únicos que se salvan son algunos civiles. En esta parte de la historieta se describen las características del invasor. Los Ellos son los amos representantes del "odio cósmico", de la muerte y la esclavitud. De esta manera se transforman en una metáfora del poder y encarnación de miedos profundos del hombre. Los Ellos dominan a los Manos a través de la glándula del miedo. Estos a su vez controlan con teledirectores a los Cascarudos, los Gurbos y los Hombres-robots. Es así como se establece una brillante metáfora del sistema de dominación.Luego de la aniquilación quedan como sobrevivientes un grupo paradigmático : Juan y su familia, Favelli el profesor, Mosca el historiador, Pablo un joven de 11 años y Franco el obrero, verdadero héroe de la historia. Aquí comienza el tercer y último momento de la historieta donde el hombre se vuelve lobo del hombre. Afianzar los lazos de solidaridad es una constante que lleva al grupo a sacrificarse para que se salve Juan y su familia. El error de la máquina lo lleva a Juan a separarse de su familia y recorrer el espacio-tiempo en su búsqueda permanente. En este recorrido se encuentra con un viejo filosofo Mano que expresa la ideología de la historieta : "En el universo hay muchas especies inteligentes...algunas más, otras menos inteligentes que la especie humana. Todas tienen algo en común : el espíritu. Así como hay entre los hombres, por sobre los sentimientos de familia o patria un sentimiento de solidaridad hacia los demás seres humanos, descubrirás que existe entre todos los seres solidaridad, un apego a todo lo que sea espíritu, que une a los marcianos con los terrestres..." Esta concepción que denominaría de un humanismo universal plantea la solidaridad basada en una ética del respeto de las diferencias. Por ello -debería decir los Ellos- la circularidad de la obra plantea una búsqueda permanente -que llega hasta nuestra época- de una salida en el afianzamiento de los lazos de solidaridad ; caso contrario nos invadirá la muerte, la soledad, el miedo que nos destruye, en suma el sometimiento.
De esta manera al analizar esta obra, querer reducirla a una lectura política de un período histórico -las décadas de los 60 y los 70-, sería minimizar la dimensión de un planteo más profundo. La versión de 1969 -de la revista Gente- y la segunda parte se ajustan perfectamente a una versión antiimperialista que -a mi entender- degradan y simplifican el logro de Oesterheld. En la primera parte pudo mostrar desde una dimensión propia de esta región del planeta, problemas que nos lleva a la actualidad de la metáfora de El Eternauta : la invasión del poder no está en los otros sino en nosotros, en tanto partícipes de una cultura del mal-estar que no respeta fronteras. Su universalidad -actualmente se denomina globalización- lleva a la miseria, el abandono, la discriminación, la exclusión y la muerte de millones de seres humanos poniendo en peligro la habitabilidad del planeta.El permanente retorno de El Eternauta -también en sucesivas ediciones que se agotan- nos invita a creer que es posible un futuro diferente. Para lograrlo, nada mejor que recordar una frase de Juan Salvo en un momento de la historia : "Ahora no es tiempo de odiar, es tiempo de luchar".





Fuentes y más Eternauta en:
http://www.hablandodelasunto.com.ar
http://www.eleternauta.com/
http://www.historieteca.com.ar/Eternauta/eternauta.htm
http://www.portalcomic.com/columnas/continum4/continum4_txt/continum4_00.html
http://www.elortiba.org/etern.html