lunes, febrero 22, 2010

EL TELAR DEL ENTERRADO
Armando Tejada Gómez

La identidad es un emprendimiento
de vasta, de una desmesurada dimensión.
Las raíces, de hondas, se vuelven inasibles.
Uno se ve brumoso a la luz del paisaje
y tiene una memoria que en realidad no tiene.
¿por qué perdura, entonces? ¿Por qué insiste?
Y más: ¿por qué nos busca en las vidas remotas,
en estas vidas breves, con la misma obcecada,
obstinada obsesión?
¿Por qué yo leo el aire? ¿Por qué la sed de hondura?
Siempre creo que estuve ya en la luz de este valle,
que he mirado esos rostros y esos silencios altos
donde mis dioses mudos ya no son ni oración
¿Quién soy si soy? ¿Soy el que está durando?
Soy el que ha partido o el que está llegando
a su ser, a su uso infinito de estar de sólo estar?
¿Cuánto polvo me habita? Y aún ¿cuánto barro?
¿Qué de mí está enterrado? ¿Hasta qué edad de olvido?
¿Quién me dejó olvidado en esta eternidad?
Digo el lugar: América, por señalar un ámbito
o dar de cielo a cielos señal de identidad.
Yo soy el enterrado, el poema de abajo
Hecho añicos, disperso, esparcido en el viento
que la arena ha escondido
y que yo busco en vano entre el polvaredal.

En el calendario de abajo el bicentenario tiene 500 años.

Sofía Pitalúa, Melina Plata y Benjamín Becerra




Para el México de abajo, el 2010 abre la posibilidad de reconocernos en el proceso histórico de más de 500 años de luchas con un firme horizonte: que el pueblo mexicano sea libre para poder decidir su destino.

Dice Durito que el Poder crea estatuas pero no para escribir o recrear su historia, sino para prometerse a sí mismo la eternidad y la omnipotencia. “Para contar la historia del Poder”, dice Durito, “basta con describir las estatuas que en la geografía del tiempo y del espacio hay en el mundo”. “Porque”, dice Durito que, “donde faltan las razones abundan las estatuas. Cuando el Poder no es todavía Poder sino está en lucha por serlo, sus dogmas se hacen declaraciones de principios, programas, planes de acción, en suma, son estatuas en proyección. Cuando el Poder se hace de la silla del Poder, sus dogmas se hacen leyes, constituciones, reglamentos, en suma,  on estatuas de papel que luego son estatuas de piedra”. (Subcomandante Insurgente Marcos, Durito y una de estatuas y pájaros )


El Poder escribe desde su escritorio una Historia a su conveniencia. Pedazos de una historia de triunfadores y perdedores, en la que la lucha de los de abajo está siempre representada con derrotas, traiciones y claudicaciones. La Historia inventada desde el Poder tiene como objetivo el olvido, la negación de la vida del pueblo, y su función es desdibujar la memoria colectiva, la que crea identidad y raíz. Para el Poder, la Historia de la humanidad es un cúmulo de acontecimientos determinados de manera natural para la conformación de su presente. El pasado no tiene sentido sino como precursor de sí mismo. Por ello, se esmera tanto en construirlo y reconstruirlo tantas veces como sea necesario, hasta dibujar el mapa del devenir histórico, como un croquis que de manera lineal y progresiva marca el camino correcto hacia su constitución como Poder, tal como lo conocemos y como debe ser. Para el Poder, la historia de la humanidad es su Historia.

Los festejos del bicentenario serán la materialización de esta visión de la Historia. Se realizarán en medio de la peor crisis de legitimidad del Estado, donde ya no son fiables los mecanismos de mediación y es nula la credibilidad tanto de los gobernantes como de los intelectuales al servicio del Estado.

La “Estela de Luz” arriba y el periscopio invertido abajo

Nos quieren quitar la historia para que en el olvido se muera nuestra palabra. No nos quieren indios,  uertos nos quieren... [...] Luchamos para hablar contra el olvido, contra la muerte, por la memoria y por la vida. Luchamos por el miedo a morir la muerte del olvido. Hablando en su corazón indio, la Patria sigue digna y con memoria. (EZLN, Cuarta Declaración de la Selva Lacandona)

La “Estela de Luz” es el nombre del monumento oficial que será construido por el gobierno federal y el de la Ciudad de México, para conmemorar el bicentenario de la independencia y el centenario de la revolución. El arquitecto creador de la obra, César Pérez Becerril, al referirse a su proyecto dijo: “Desde antiguos, los seres humanos cada vez que queremos perdurar miramos hacia el cielo. Creyentes o no, la humanidad voltea los ojos a lo alto cuando quiere inspiración, ideas, fuerza. Este monumento es, en primer lugar, eso. Búsqueda de lo infinito, búsqueda de lo absoluto.  “[…] Esta figura espigada expresa a un pueblo que mira, que sueña hacia arriba, que sabe que prevalecerá a pesar de todos los avatares que la historia ponga en su camino. Porque nuestro corazón es un extraño caso de músculo flexible que está hecho de piedras antiguas que iluminan. Es su luz la que hace de México, México”.
Estas palabras aparecen publicadas en la página oficial del bicentenario y están firmadas por el autor, “con la poética colaboración” de Eugenia León. Sí, la misma ferviente activista de la convención obradorista. Podemos mirar a la historia a través de la “Estela de Luz”, como quiere el Poder: hacia arriba. O podemos hacerlo, como dice el Viejo Antonio, con un periscopio invertido: hacia abajo. Mirar hacia arriba significa creer en la Historia oficial construida desde la ideología del Poder. Representa olvidar que la construcción histórica de nuestro país se cimienta en un proceso continuo de luchas. “Soñar hacia arriba” es creer que nuestra historia se compone de segmentos aislados y que nada ocurre entre ellos. Significa olvidar a nuestros muertos, a los verdaderos forjadores de nuestra patria.
El Poder quiere que, en el 2010, olvidemos y no miremos que donde hubo una conspiración, hoy hay un banco; que donde hubo una insurrección, hoy hay un puesto de comida rápida; que en lugar de la patria, tan referida por los gobernantes en estos días, quedan escombros en venta. En fin, como dice el Subcomandate Insurgente Marcos: “donde había memoria, hoy hay olvido” (Carta al pueblo de Chile, “Homenaje a Miguel Enríquez”). Nosotros oponemos a la idea de la “Estela de Luz”, la imagen del periscopio invertido. Cuando miramos a la historia a través del periscopio, no miramos segmentos aislados, miramos un movimiento subterráneo, un terremoto de 500 años que no para de moverse y que, de vez en vez, sacude profundamente al país desde abajo. El epicentro del terremoto es la rebeldía alimentada de la memoria.“La memoria es el alimento vital del guerrero. El agua donde abrevamos es nuestra historia. No sólo como zapatistas, no sólo como indígenas, no sólo como mexicanos. Donde otros leen y repiten derrotas, para así justificar rendiciones, nosotros leemos enseñanzas. Donde otros ven personajes, líderes y héroes, nosotros vemos pueblos enteros cumpliendo la función de maestros a la distancia, en tiempo, geografía y modo. La historia de abajo no es sino una inmensa memoria colectiva” (Subcomandante Insurgente Marcos, Dos políticas y una ética).

El simulacro de la paz y el progreso arriba, contra el dolor y la rabia organizada abajo

El monumento del Ángel de la Independencia fue construido para enaltecer uno de los mitos pilares en la historia de la nacionalidad mexicana: el ideal de la paz y el progreso. Porfirio Díaz puso la primera piedra al conmemorar y festejar el centenario de la Independencia, queriendo representar así el avance del progreso humano en la historia, un tiempo por demás homogéneo y vacío. Ahora, doscientos años después, quieren, nuevamente, festejar arriba sobre los muertos en quienes se trepa el Poder. Pero el progreso, como dice Don Durito de la Lacandona, va dirigido a la catástrofe.
Para describir al ángel de la historia, W. Benjamin hace referencia al Ángelus Nobus, un cuadro de Paul Klee, y dice lo siguiente: “Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener este aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja sus pies ruina sobre ruina, amontonándolos sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hacia el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso”. El peligro en esta historia del progreso, nos dice Benjamin, es el de entregarnos como instrumentos de la clase dominante, pues la profecía del ángel es que: “Tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer” (Walter Benjamin, Tesis sobre la historia y otros fragmentos).
A finales del siglo XIX y principios del XX, Díaz controló la vida política del país. Influenciado por el grupo de “los científicos”, su dictadura tuvo como lema: “orden y progreso”. Díaz presumía de haber acabado con el bandolerismo, los levantamientos y los cuartelazos; y de haber dejado al país en condiciones maduras para la transición democrática. El gobierno de Díaz se fundamentó en el principio, “mucha administración, poca política”.
El impulso de Díaz a la política económica abarcó la construcción de ferrocarriles y telégrafos, la creación de industrias, la expansión de la minería, el fomento de la agricultura capitalista en los sectores que daban buenas ganancias (azúcar, tabaco, henequén, etcétera). Tuvo puertas abiertas al dinero extranjero para acelerar este ciclo de expansión capitalista. Como elementos necesarios de esta política se estimuló la educación, se fomentó el sentimiento nacional y se favoreció a las ciudades. Uno de los “olvidos” fundamentales de Díaz (no el único, pero quizá el más grave) fue la situación en que se dejó al campo, en donde vivía la mayor parte de los mexicanos (entre el 70 y el 80 por ciento, según la región).
Ese “olvido” nos permite ver lo que implicaba para Díaz el progreso. Ya en la conformación del Estado posrevolucionario se consolidó el mito de que el desarrollo y el progreso sólo son concebibles en el capitalismo. Al respecto, el Subcomandante Insurgente Marcos dice: “No se trata de si el desarrollo y el progreso son concebibles sólo en el capitalismo. Nosotros decimos que la destrucción y la miseria sólo son posibles en el capitalismo. Entonces, si nosotros no queremos ser destruidos como humanidad, o como nación en este caso de la mexicana, y queremos salir de la miseria, tendríamos que destruir el sistema que lo está provocando. Esto quiere decir que en cuanto al desarrollo y al progreso también hay uno arriba y uno abajo. No sólo eso. Aquella ficción de que el hombre se construía su fortuna ya no se puede sostener más. Los ricos y poderosos de este país y del mundo, lo son, por un crimen fundamental que es el del despojo y, en muchos casos, crimen de sangre, de muerte y de destrucción. “El progreso y el desarrollo de ellos ya no es que ellos son ricos allá y nosotros somos pobres, sino, fundamentalmente, esa riqueza que están acumulando brutalmente es por el despojo, por la explotación, la represión y el desprecio que sufrimos nosotros abajo. Su desarrollo y su progreso son, necesariamente, nuestra destrucción y nuestra miseria” (El elemento extra: la organización. Entrevista realizada por la revista Rebeldía).

(...)

La herencia de la clase política: el miedo a los de abajo

Hace siglos, lunas, soles que el país va navegando. Látigos de dura historia, montonera de hambre y años; hace mucho —el tiempo es hombre— que la Patria va en un barco hacia su puerto de paz, navegando. Hay que admitirlo. Es un hecho largamente elaborado, un modo de muchos sueños y una esperanza almirante.¿No es hermoso que pensemos a la Patria navegando? ¿No es bello saber que todos vamos navegando el mismo barco? Políticos, presidentes, honorables ciudadanos, generales, abogados, sacerdotes, diputados, señoras, hombres de empresa, comerciantes, funcionarios. Sobre la flor de los vientos, la Patria se ha vuelto barco. ¡Ya no me digas, guitarra, cómo es mi patria! Lunas, siglos, días ciegos, navegando. Y mientras ellos te beben, abajo vamos remando, remando, vamos remando, abajo vamos remando! Guitarra, Patria, Bandera, luna, río, sueño y cielo, navío del alto viento, dulce rosa navegando, hay dos modos de saberte mientras tanto: arriba como un olvido, como una memoria, abajo. (Armando Tejada Gómez)

En la destrucción del Estado Nacional mexicano, no sólo la independencia y la soberanía están en la lista de bajas, también la cohesión política. Si antes el presidencialismo era la columna vertebral del sistema político mexicano, el paso del quehacer político a un quehacer comercial, más preocupado por los vaivenes del mercado electoral que por gobernar, ha provocado que nuestro país se vea como un desordenado archipiélago. (Subcomandante Insurgente Marcos, Contra la represión, Otra Campaña).

El ofensivo derroche de dinero planeado para los festejos del bicentenario de la revolución de independencia
ilustra perfectamente el mito de que la clase política representa los valores de la patria. La clase política se reconoce a sí misma como heredera de la  lucha por la independencia, en cuya custodia recaen los logros políticos y económicos conseguidos tras ésta. Cierto, la oligarquía nacional halló la manera de hacerse del Poder, de arrancar el poder político a la Corona española y elevar su bandera de independencia para saquear, oprimir, explotar el territorio y sus habitantes con total libertad. En el terreno de la economía, la situación no cambió radicalmente, el capitalismo encontró un campo fértil para instaurarse de manera más sólida y profunda. Eso festejan allá arriba, por eso tanta alharaca, por eso tanto discurso.
¿Tan seguros están de la solidez de su herencia? Nosotros creemos que no. En medio de una crisis económica sin precedentes como la que vemos asomarse a nivel mundial, en medio del ridículo y el descrédito que caracteriza a los juniors que creen gobernar este país, tanta arrogancia y despilfarro sólo se pueden traducir de dos maneras: estupidez y miedo. Miedo al festejo de abajo. Porque de todo esto no deducimos que el México de abajo no tiene nada que festejar. Abajo tenemos nuestras propias razones y nuestros muy otros modos de festejar. Si la herencia para los que arriba se anquilosan tiene que ver con la realidad política y económica que nos oprime y explota, la herencia nuestra es la lucha de hace doscientos años, continuada hace cien, más viva que nunca hoy día. Nuestra herencia es la capacidad de vernos entre nosotros para encontrar la fuerza y la compañía necesarias para enfrentar al Mandón. Nuestra herencia es el ingenio de revertir y recrear la política como actitud ante la vida, como autodeterminación de nuestro propio navegar por el mundo. Nuestra herencia es una historia cotidiana de dignidad y lucha, de construcción y confrontación, de dolor y rabia, de esperanza. Nuestro festejo es por la vida de nuestros muertos, los masacrados, los desaparecidos, los negados, a quienes no han podido ni podrán matar. La defensa de nuestros muertos pasa por mantener la dignidad: no vendernos, no rendirnos, no vencernos.
Dar continuidad de manera digna a la lucha iniciada hace más de quinientos años, como hace 200, como hace 100 años, lo hicieron los guardianes del territorio. Ahí está para el México de abajo  el sentido del bicentenario, sólo así será nuestro bicentenario.

(...)

A manera de conclusión

“Y sobre el tesoro se arrojó la jauría con ropas de sotana y armadura. Se destruyó y se saqueó. La tierra,
la Madre, adolorida, ordenó a sus Guardianes la resistencia y el paciente alivio, que no la cura, de la cobija de la lengua, el vestido, el canto, el baile, la cultura.
“En las naguas y las trenzas de las mujeres, en los dobleces de la piel de los más mayores, en el asombro de los niños, en la digna rebeldía de sus hombres y mujeres, fueron guardados los recuerdos, pero no de lo que fue, sino de lo que será. “Bajo estos cielos ondearon las banderas usurpadoras de las monarquías española, portuguesa, holandesa, británica, francesa, siempre la del dinero; y los saqueadores tenían cartas de gobiernos que, decían, se preocupaban por ‘civilizarnos’.
“[…] En el reloj de abajo sonó después la hora de la lucha, y la sangre indígena corrió por los 7 puntos cardinales. Y se llamó independencia al cambio de ropa que el dinero hacía para seguir oprimiendo tierras y gente. “Llegó después al arriba de arriba el nuevo Emperador, el capital, y con él la nueva alquimia que todo lo convierte en mercancía.
“Arriba se simulaba independencia y soberanía, pero la ropa del extranjero seguía vistiendo al Mandón. El calendario de abajo cumplió el ciclo y el centenario alumbró un nuevo alzamiento. La sangre morena se reiteró, generosa, y sobre ella y por ella cayó el tirano. El final se decretó hecho monumento y los pendientes fueron tantos que el alivio fue escaso y la cura nula.
“La tierra, la Madre, brindó entonces su alimento de dignidad rebelde a otros colores y, como fragmentos de un espejo roto, la lucha tomó desde entonces la ropa del obrero, del campesino, del empleado, del otro amor, de la juventud, de la mujer, de la sabiduría que no se vende por comodidad o moda. “La resistencia floreció, florece. “Pero la historia de arriba vuelve a ofrecernos, como salida, la mentira que ni cura ni alivia…200 años después.
“El Emperador ha crecido y ha crecido su ambición y poder de destrucción. Si antes el tesoro era de oro,
plata, metales y piedras preciosas, ahora es de agua, aire, bosques, animales, conocimientos, personas. “Y si antes el ropaje de sus oficiales de conquista era la sotana y la armadura, y después la afrancesada levita de ‘científicos’ y militares porfiristas; ahora es la chaqueta de múltiples vistas de los partidos políticos”
(Subcomandante Insurgente Marcos, Las ropas nuevas de los viejos conquistadores).
La única salida real a la crisis de legitimidad es la construcción de un proceso organizativo de nuevo tipo, que tengan como banderas la libertad, la democracia y la justica para todos y todas. Proceso organizativo cuya práctica esté guiada por la ética, que construya una nueva forma de hacer política. Eso nuevo que tiene que imaginarse y construirse, tiene que nutrirse de la lucha de los pueblos de abajo y a la izquierda y ubicar su lugar histórico en ese continuo de 500 años de resistencia.
El capitalismo se enfrenta con la necedad de los pueblos a defender su derecho a la vida, a decidir tomar las riendas de su rumbo, alimentados por la memoria de sus muertos y de su historia. La fuerza que derrotará al capitalismo es el mismo impulso que ha guiado estos 500 años de lucha, es el impulso más humano que existe y se llama: rebeldía. Texto completo en revistarebeldia.org