lunes, febrero 09, 2015

Pensando en cumbia

Poner play, abrir el libro y ver el film que acompaña esta publicación llamada “Familias Musicales”. Y más: meternos en los barrios sin prejuicio alguno. Es la propuesta del periodista e investigador Mariano del Águila para entender la verdadera dimensión del fenómeno sonoro que comparte imaginario con el Gauchito Gil, la escena tropical y la villa. Ahora, el hombre que suele agitar las pistas mendocinas bajo el nombre de Sonido Campeón, participa en este proyecto donde se desmenuzan los géneros cumbieros como expresión folclórica de los márgenes. “Los catedráticos empiezan a ver más allá de la presunta simpleza de la cumbia”, señala.


¿Recuerdan el libro de Cristian Alarcón, “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia” (2003), en el que el cronista se mudó a la villa para relatar desde adentro la vida, la muerte, la fiesta de los márgenes?
 
¿Recuerdan las primeras novelitas de Washington Cucurto, esas editadas por Eloísa Cartonera también por el 2003, “Panambí” o “Noches Vacías”, donde todavía se debía aclarar en una ‘nota al pie’ que el título le hacía eco a una canción de Gilda, puesto que la intelectualidad argentina todavía no naturalizaba para la literatura el código cumbiero? 

Pues bien, con el tiempo, las distancias entre ese género musical socialmente masivo y la academia se acortaron. Ya lo dijo el antropólogo Pablo Seman a propósito de su libro “Cumbia, Nación, etnia y género en Latinoamérica”: “Se debe comprender que no se trata de un objeto menor, sino de un producto cultural que nos dice mucho con respecto a la realidad social argentina. La sociología de la música no puede limitarse a estudiar a un compositor de música clásica como es Alberto Ginastera. Para conocer la forma en la que se educa sentimentalmente una buena parte de la población del país, debemos conocer la cumbia”.

Ah, el tema la educación sentimental. Porque claro que no es igual una generación que ha crecido y amado con la banda sonora de Estela Raval, Valeria Lynch, María Marta Serra Lima (digamos, con esa cosmovisión básicamente conservadora, hétero, atormentada y rumiante de despecho) que la que oyó a Gilda cantar, con la pollera cortísima y las botas bien altas, esa declaración de apasionada libertad: 

“Y no me importa nada/porque no quiero nada...” O más acá, la que se identifica con Pablo Lescano cuando dice: “Por eso es que tú ¡concheta!, no/ no vas a ser para mí./ Por eso es que vos, caretón/ no vas a ser para mí”. A propósito, este tema acaba de ser versionado por la cantautora mendocina Mariana Päraway cuyo video no deja de sumar pulgares por la red. 

El enlazador de ritmos

Entre el periodista y productor Mariano Del Águila y Mendoza hay felices conexiones: como creador de las drumm&box (eventos que unen electrónica y boxeo) ya ha venido acompañado de una troupe de artistas y como DJ sonido Campeón también ha estimulado la escena local. El parentesco con la cumbia digital de este territorio es directo, así que, ya que ha escrito buena parte de los textos de este libro, nadie mejor para hacer ‘cumbiología’:

-¿Cómo ves la relación actual entre la cumbia y la academia, digamos, en cuanto a estudios sociológicos?

-Parece que, enhorabuena, los catedráticos empiezan a ver más allá de la presunta simpleza de la cumbia. Durante mucho tiempo se la calificó de música de pobre realización, para gente pobre. Sin embargo, ahora se está haciendo una mirada en retrospectiva sobre sus orígenes, sobre la complejidad de su narrativa. Por ejemplo al rock en su momento, cuando era una manera de expresar protesta y rebeldía, se lo ensalzó y se lo reivindicó. Hoy, que ha sido deglutido por el sistema, ya no escandaliza a nadie, y su importancia (histórica y musical) ya parece estar más relacionada con una época. 

De todos modos -aclara- “Familias Musicales” no es un acercamiento académico. “Es más bien de insider, de curiosos. De alguna manera recreamos en el formato, con un gran trabajo de la diseñadora Mariana Zerman, esa apariencia de material didáctico, de manual escolar. Jugamos con esa idea de una aproximación estudiosa”. 

-¿Todavía corren los prejuicios con el género? 
-Seguro que sí. Pero los prejuicios siempre se van corriendo hacia adelante. Creo que músicos como Pablo Lescano y un divo como La Mona Jiménez ya son indiscutidos. Ahora el prejuicio lo tienen que soportar los nuevos grupos como Wachiturros y toda esa camada. Incluso, los productores de las nuevas generaciones de cumbia digital, uno de los fenómenos más ricos que se han dado desde aquí hacia un panorama global, todavía son mirados de costado desde la electrónica.  

 -¿Cómo se fue modulando tu relación (periodística y musical) con esa escena?
-Hay una primera instancia. Cuando trabajaba como periodista de boxeo, la cumbia solía ser la banda de sonido de los entrenamientos que frecuentaba, sobre todo en los gimnasios de la zona norte bonaerense. Incluso, me iba a festejar después de algunos festivales de boxeo amateur, a bailes como Tropitango y Lamónica, dos lugares claves. Más adelante y post el fenómeno de la cumbia de los 90s, con el auge de la villera, me fascinaban agrupaciones como Jimmy y su Combo Negro. 

Dice que la cumbia densa, espesa, rebajada, que se acerca en su cadencia al dub, definitivamente lo puede. Más toda la cuestión del "relatos desde el margen" mezclado con picaresca que tenía la villera también. 

“Finalmente, cuando vi por primera vez a Damas Gratis en vivo, sonando como ninguna banda de rock, fue muy fuerte. Con el tiempo conocí un poco más a Pablo Lescano. Me parece una persona muy amable, muy respetuosa con el trabajo de los demás, y que deja espacios para una relación fluida. Otro hito fue haber conocido a Martín Roisi, el ideólogo detrás de este libro: veníamos por caminos distintos, yo desde el boxeo, él desde la música, y sintonizamos en esta cuestión de ver un arte complejo, una profundidad cultural, ahí donde muchos sólo ven estereotipos”.

La cumbia, sostiene Del Águila, genera en las comunidades en las que se difunde las mismas emociones que una canción de Chayanne o de Axel en una chica teenager. “Acordáte que el gran Koli Arce tiene una tremenda canción como ‘Doble Vida’ sobre un hombre que le pide un consejo a su amigo, porque ama a dos mujeres, y esto ya es un infierno para él. ¡Tremendo!”

Estación bailanta

Empecemos por la contratapa: “Familias musicales es una expedición a las raíces de los ritmos tropicales que se acuñaron en la Argentina. Los mismos que acompañaron las migraciones de una provincia a otra, como banda de sonido de sueños, sacrificios y el surgimiento de nuevos ídolos”. Claro que el formato excede las páginas del libro: como publicación musical, “Familias...” incluye un CD y linkea una película llamada “Arte Villero” que se puede ver on line en familiasmusicales.tumblr. com. Y el enfoque es original: se parte de los fans, de las familias de migrantes que oyen estos ritmos en sus equipos musicales hogareños para llegar, luego, al creador de cada estilo. 

Interesante punto toca Franco Denis, el hijo de Juan Carlos Denis, el creador de la cumbia santafesina: “Hay grupos que evitan tocar donde donde están los de cumbia villera. Yo no sé hasta qué punto sos Mozart. Me parece fascistoide.”

Y hay una historia, claro: las bailantas no empezaron hace 25 años sino mucho más atrás, con los hermanos Barrios, los hermanos Cardozo, Cejas Solís. La movida la inició la gente del Litoral. Al chamamé, lo tropical se le fue pegando, ese que venía de Colombia. Y luego fue el cuarteto. Y más tarde los cruces con toda la música mestiza. 

“La incorporación de los géneros tropicales en nuestro país viene de larga data y comienza en los ‘40 a partir de dos fenómenos diferentes: por un lado el surgimiento del cuarteto característico de Córdoba, y por otro la llegada de los artistas de origen colombiano, que con ansias de grabar se acercan al país, en donde estaba una de las pocas industrias de grabación de la época, la llamada RCA Víctor, subsidiaria de su central estadounidense”. 

Ya en los ’70, el guitarrista Juan Carlos Denis logró imponer una variante de la cumbia santafesina con guitarra eléctrica y elementos del pop y el rock vernáculo. Grabó más de 30 discos con su Stratocaster.

A fines de los ’90, la cumbia villera empezó su expansión: letras controversiales y sintetizadores más el uso de keytar (el instrumento que popularizó, entre otras, la banda Damas Gratis).

“En ese tiempo en la cumbia villera había una lucha por el sonido. Había una búsqueda de innovación constante por mostrar una base musical distinta, con teclados que buscaban mostrar quién tenía el sonido diferente, quién se destacaba más y renovaba la escena. Yo viví eso y me sentía como en Londres de los años ‘70, en pleno auge de Joy Divison”, rebobina Martin Roisi, guitarrista de Fantasma y creador de “Familias Musicales”.