martes, junio 22, 2010

Los Audaces de Coghlan
La murga del Pirovano

Se la vio bajar del tren
Allá por la estación Drago
Otra vino por Monroe
De los pagos de Belgrano
Se juntaron con Melián
Al costado de la vía;
Del parque Don Roque Pérez
Trajo olor a pasto y tierra
De Urquiza Don Efe Rusvel
Trajo aires de Triunvirato.
Y aquí se juntan, se cruzan,
Se anudan, se abrazan
Se mezclan con los duendes
Que salen de los pasillos
De los palieres, de los zaguanes,
De los ascensores,
De los umbrales, de los balcones,
Con los que se suben
Desde el asfalto,
Los adoquines, de todos lados...
Y nos envuelven, y nos atrapan
Y no nos dejan escapar
De esta telaraña sedosa,
De esta red misteriosa
Que se llama ¡¡¡la murga!!!




Esta murga que se viene
Es murga fenomenal
Del Programa de Campelo
De nuestra salud barrial

Si trae mala onda
Lo aceptamos igual
La murga lo transforma
Y eso es monumental

Saque su niño afuera
Y póngalo a jugar
No le hace mal a nadie
Y hasta le va a gustar.





Esta crítica señores
Es de tono cariñoso
Para muchos serán flores
Y si no te hacés el oso


La magia de la murga
Ganó nuestros corazones
No sabemos cómo ni por qué
¡Pucha con estas cosas del querer,
Que pasan por la cabeza,
Por las tripas, por la piel!




Cuando Dios creó al mundo
Se le fue un poco la mano;
A todos los personajes
Los metió en el Pirovano.

En el baile de la murga
Hay un lugar reservado;
Traiga su ritmo vecino
No se quede ahí parado.

Y ahora ya nos vamos
A corrientes y Bouchard
Para ver si allá cantando
Hoy se cae el Luna Park

La murguita del Pirovano contó con el privilegio de tener  padrinos y madrinas entre los grandes referentes de la murga porteña contemporánea que se acercaban a la placita de la Estación Coghlan o a la Sala de Rayos del Hospital   y también ofrecían sus ensayos y encuentros como espacios de aprendizaje, de contención y de ayuda: entre ellos, Ana Gerez con Los Traficantes de Matracas,  Daniel "Pantera" Reyes y Los Reyes del Movimiento, Rubén "Gallego" Espiño, Oscar "El Turco" Schumacher con Los Herederos de Palermo, "Tato" Serrano y Los Quitapenas,  Héctor "Teté" Aguirre...

Buenos Aires, 1995

DE ALGUNAS SIMILITUDES ENTRE EL PROGRAMA DE SALUD BARRIAL DEL HOSPITAL PIROVANO, EL PARAGUAY DE SOLANO LÓPEZ Y EL TRABAJO EN EL
SIGLO QUE VAMOS

Por Carlos Campelo




Bien sé que mucho de lo que diré suena a bobaliconada pero igual lo diré. Casi todo lo que aprendí y casi todo lo que me enseñaron me exigía creer que el trabajo (tripalium) era el castigo de Dios sobre el hombre, por aquello del pecado original y que la maldición bíblica –para mí bendición –ganarás el pan con el sudor de tu frente, hacía que el trabajo fuera lo ajeno al Paraíso. Poco importaba que Dios haya trabajado seis días para luego descansar. De esa imagen de Dios laburante que hacía del trabajo y del posterior descanso dos modos del estar (ser) de Dios, yo entendía la buenaventura de trabajar, pero, la mayoría de los filósofos y pensadores continuaron con la idea de que el trabajo era fuente de explotación y que era el principio de la alienación y que todo era del capitalista que con su capital explotaba el trabajo del trabajador y lo dejaba sin nada. Para esos pensadores, marxistones ellos, algo era capital y si no era capital nada era. Ni la fuerza de trabajo ni la prole, eran ni son, para esos intelectuales, algo, y la esperanza en un mundo mejor bobaliconada era, aunque la consumieran y la produjeran los trabajadores y la gente a quien yo quiero y sólo eso tiene: fuerza de trabajo, prole y esperanza.
Y bien. Ahora creo que llegó la hora de decir lo que yo tengo escrito en los músculos, en las tripas, en el alma. Me gusta trabajar, he logrado formular con palabras una categoría tercia: trabajo ad-gadium. Trabajo por el placer de trabajar. Diferente del trabajo ad honorem y del trabajo ad denarium, modo en que llamo al trabajo por la money. Ad gaudium es nuestro trabajo en el Programa, aunque algunos profesionalizantes retardatarios desconozcan la categoría, empeñados como están en repetir
 la estructura, en que nada nuevo brille bajo el sol.
En un reportaje publicado el 31/12/95 en Clarín, José Nun, el Rector del Instituto de Altos Estudios de la Fundación Banco Patricios, describe una utopía posible. El artículo –cuyo nombre es: El trabajo en el siglo que viene y yo rebauticé: El trabajo en el siglo al que vamos –describe una alternativa de las democracias (?) a la desocupación o mejor a la estructura del mercado laboral en el mundo actual y en el de un futuro próximo.
Nun imagina una sociedad en que los ciudadanos tienen aseguradas, por otros medios que no sean su trabajo, las condiciones de su subsistencia, de modo que una cuota significativamente alta de sus tiempos será tiempo libre, tiempo de gozo, tiempo de trabajo creativo y no remunerado. Algo así como lo que hoy es el hobby, el servicio voluntario y la recreación de aprovechamiento social. En esa futura democracia imaginada por el especialista, ciertos bancos de tiempo tendrían por función captar la voluntad laboral libre de los vecinos para su direccionamiento hacia tareas demandadas socialmente y de realización graciosa para el que ofrece su tiempo y su habilidad o interés. Alguien que quisiera trabajar en un coro para solaz de ancianos en hogares o aquel al que le interese pintar paredes públicas o animar fiestas familiares o dirigir grupos de juegos de niños, podría hacerlo a través de ese banco de tiempo.
La idea me dejó boquiabierto. Jauja, un país en que la gente no necesitará trabajar. Un país en el cual cada uno ha de trabajar en lo que le dé la gana y el que no, panza al sol, guitarra en mano y siesta larga. Pensé que eso que Nun imagina en el siglo al que vamos era algo que nos estamos prodigando los vecinos de Coghlan, a través del Programa Salud Mental Barrial, un sistema a través del cual la creatividad libre de los pueblos de Coghlan, Villa Pueyrredón, Belgrano, Villa Urquiza, Núñez y Saavedra (Área Programática del Hospital Pirovano) se dan a gozar en trabajos que son placeres, en servicios a terceros cuya principal cualidad y primera, es el beneficio para el que da el servicio. Lo que se dice la caridad bien entendida. Beneficios para esa parte del sujeto que solemos llamar su alma, eso del ser humano que crece cuando se da, a diferencia del bolsillo que al darse suele achicarse.
Recordé tres cosas: una, el potlash, ese mecanismo característico de las comunidades anteriores al consumismo y a las economías de acumulación, en que cada miembro de la comunidad daba – una vez al año – todo lo que tenía a su gleba y asentaba en ello las bases de su liderazgo en el próximo período anual. Recordé los pucheros dominicales, una amarillenta imagen de la dilapidación con que en mi casa paterna se recibía, en aquel diáfano y oloroso Mataderos de mi infancia, a la familia extensa de mi madre y a la de mi padre, en ostentosa demostración y ejercicio de liderazgo del clan familiar. Pucheros que se dieron en 1955, y después nunca más. Y recordé la tierra del Paraguay de Solano López, el Dictador, que ofrecía a los paraguayos, gracias a la prodigalidad de su Naturaleza y a la extremada eficiencia de su administración pública, la posibilidad de vivir casi sin trabajar, lo que resultaba una afrenta para la ética del coloso inglés, que en esos mismos años estaba aniquilando a sus súbditos, incluso a sus niños – ver las historias de Dickens – en jornadas oprobiosas de trabajo inhumano. ¡No puede ser! dijo la corona e inventó la Guerra de la Triple Alianza que tanta vergüenza debe darnos a los argentinos nacidos para el bien. Con esa guerra, Gran Bretaña, con la titiritera colaboración de sus siervos Uruguay, Brasil y Argentina, borró de la faz de la tierra una experiencia que mostraba que era posible la Tierra sin mal (ver Helene Clastres, La Tierra sin mal, Ediciones del Sol) en este mundo y no sólo más allá.
Ahora estamos nosotros aquí, haciendo que el paraíso sea posible por nuestros actos, que es la única magia posible. Vean si no la murga del Pirovano. Vean si no, una tarde de domingo en el Hospital. Vean si no, el Taller de suicidas, que es fuente de libertad, de alegría y de creatividad. Vean si no, a Gladys diciendo: El hospital Pirovano es un lugar para irse a vivir. Sí, a vivir y a ser felices. Felicísimos, corrige Héctor, de los jueves a las ocho de la mañana, creo que de 78 años y con un cáncer en algún lugar de su cuerpo que no le resta felicidad. Cosas que pasan en el Pirovano. No. Mejor: cosas que hacemos los del Pirovano porque en el Pirovano, todo puede ser.