viernes, septiembre 22, 2006




El angel de la Casa



























Algunas décadas han pasado desde que la suicida Virginia Woolf, novelista, ensayista y oradora inglesa expusiera sus ideas acerca de la conveniencia para toda mujer de un cuarto propio. En 1929 Woolf sostiene que es deplorable que la historia no contemple a la mujer y aparezca, de esa manera, extraña, irreal y desbalanceada. Al hilvanar una breve genealogía de la escritura femenina inglesa, señala un evento que – nos dice – de estar en ese momento reescribiéndose la historia, debería describir más completamente y considerar de mayor importancia que las Cruzadas o la Guerra de las Dos Rosas: el hecho de que hacia las postrimerías del siglo dieciocho la mujer de clase media comenzara a escribir y dejar testimonio de sus pensamientos. Todas ellas – incluída, por supuesto, Jane Austen – deberían, dice Virginia Woolf cubrir de flores la tumba de Aphra Benn a manera de homenaje póstumo al ser la primera mujer inglesa en escribir profesionalmente y que ganó para todas las demás el derecho a decir lo que pensaban. En 1931 escribe su ensayo "Professions for Women" leído en la Women's Service League. De allí este fragmento dedicado al Angel de la Casa:




"... Y mientras estaba escribiendo esta reseña, descubrí que, si quería dedicarme a la crítica de libros, tendría que librar una batalla concierto fantasma. Y ese fantasma era una mujer, y, cuando conocí mejora esta mujer, le di el nombre de la protagonista de una famosa poesía. "El Angel de la Casa". Ella era quien solía obstaculizar mi trabajo,metiéndose entre el papel y yo, cuando escribía reseñas de libros. Ella era quien me estorbaba, quien me hacía perder el tiempo, quien de tal manera me atormentaba que al fin la mate... La describiré con la mayor brevedad posible. Era intensamente comprensiva. Era intensamenteencantadora. Carecía totalmente de egoísmo. Destacada en las difícilesartes de la vida familiar. Se sacrificaba a diario. Si había pollo para comer, se quedaba con el muslo; si había una corriente de aire, se sentaba en medio de ella; en resumen, estaba constituida de tal manera que jamás tenía una opinión o un deseo propio, sino que prefería siempre adherirse a la opinión y al deseo de los demás. Huelga decir que sobre todo era pura. Se estimaba que su belleza constituía su principal belleza. Su mayor gracia eran sus rubores. En aquellos tiempos, los últimos de la reina Victoria, cada casa tenía su Angel. Y, cuando comencé a escribir, me tropecé con él, ya en las primeras palabras. Proyectó sobre la página la sombra de sus alas, oí el susurro de sus faldas en el cuarto. Es decir, en el mismo instante en que tomé la pluma en la mano para reseñar la novela escrita por un hombre famoso, el Angel se deslizó situándose a mi espalda, y murmuró: "Querida, eres una muchacha, escribes acerca de un libro escrito por un hombre. Sé comprensiva, sé tierna, halaga, engaña, emplea todas las artes y astucias de nuestro sexo. Jamás permitas que alguien sospeche que tienes ideas propias. Y, sobre todo, sé pura."
Y el Angel intentó guiar mi pluma. Me volví hacia el Angel y le eché las manos al cuello. Hice cuanto pude para matarlo. Mi excusa, en el caso de que me llevaran ante los tribunales de justicia, sería la legitima defensa. Si no lo hubiera matado, él me hubiera matado a mí. Hubiera arrancado el corazón de mis escritos. Sí, por cuanto, en el mismo momento en que puse la pluma sobre el papel, descubrí que ni siquiera la crítica de una novela se puede hacer, si tener opiniones propias, sin expresarlo que se cree de verdad, acerca de las relaciones humanas, de la moral y del sexo. Y, según el Angel de la Casa, las mujeres no pueden tratar libre y abiertamente esas cuestiones. Deben servirse del encanto, de la conciliación, deben, dicho sea lisa y llanamente, decir mentiras si quieren tener éxito. En consecuencia, siempre que me daba cuenta de la sobra de sus alas o de la luz desu aureola sobre el papel, cogía el tintero y lo arrojaba contra el Angel de la Casa. Tardó en morir. Su naturaleza ficticia lo ayudó en gran manera. Es muchomás difícil matar a un fantasma que matar una realidad. Siempre regresaba furtivamente, cuando yo imaginaba que ya lo había liquidado. Pese a que me envanezco de que por fin lo maté, debo decir que la lucha fue ardua, duró mucho tiempo, tiempo que yo hubiera podido dedicar a aprender gramática griega, o a vagar por el mundo en busca de aventuras. Pero fue una verdadera experiencia,una experiencia que tuvieron que vivir todas las escritoras de aquellos tiempos. Entonces, dar muerte al Angel de la Casa formaba parte del trabajo de las escritoras ..."






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