jueves, julio 26, 2007


UTOPÍA: ESE LUGAR NO EXISTE*
Carlos Campelo

El horizonte es más amplio cuanto más alto está el vigía.

Los hombres, de distintas maneras, han deseado, han imaginado, y hasta han creído que había una utopía. Algunos la afirmaron, aunque se negaban a sí mismos la posibilidad de llegar a ella. Aunque nosotros no lo veamos, la verán nuestros hijos, o los hijos de nuestros hi­jos. Otros, en cambio, llegaron a ella sin reconocerla. De éstos, algunos fueron felices, y aunque otros no reconocieron que bajo sus pies estaba la Tierra prometida, y que lo que ellos comían eran los frutos prometidos del Paraíso, su felicidad era su sabiduría. Y la gratitud con la que devolvieron en trabajo y amor los bienes que esa Tierra les daba, hizo real el reino, creó un orden, dio a luz un sentido y rescató a sus cuerpos del desierto, de la necesidad, del vacío y de la muerte.
Entre los que llegaron a la Utopía, están también los que no fueron felices.
La mesa estuvo llena de manjares y ellos a su vera, inertes, hambrientos, sin apetito alguno que los pudiera saciar, sin un bocado que les fuera propio, por la propiedad que da el deseo. Al­guna vez habrá que hablar de cómo el hombre supo negar la Utopía, ese lugar que algunos creen que no existe.
Entre los que no llegaron están los que veían allá, en el horizonte, alguna señal, real o iluso­ria, de la Tierra Prometida. Y están los que no veían esa señal. Creo que debo decir mejor: están los que vemos en el horizonte alguna señal, real o ilusoria y están los que no vemos esa señal.
Los que no vemos esa señal, como los que estamos en Utopía sin reconocerlo (quiero decir sin ser felices) creemos que el horizonte es un asunto de geografía. No podemos ni siquiera imagi­nar que "el horizonte está en los ojos". (A. Ganivet) Esta frase me la enseñó Blanca Cotta en una receta de cocina. Es una maestra; enseña los domingos como si diera misa.
Los que afirmamos la existencia de esa tierra aunque no la veamos, los que sabemos de Utopía por nuestra felicidad, por nuestra plenitud (que es un estado de alma, y no sólo de nuestros estómagos, nuestros bolsillos o nuestras mentes), los que afirmamos por pequeñas señales, por vehementes deseos, por prepotencia del trabajo (Scalabrini Ortiz), por nuestra voluntad de creer, de crear, de procrear, de recrear que ese lugar existe, instalamos con esa afirmación nuestro des­tino. Nos ubicamos por encima del caos, y alcanzamos a mirar el mundo como si fuéramos Dios, que lo somos. El horizonte está más amplio cuanto más alto está el vigía.
A veces, perdidos en la bodega de la nave, ahítos de pan y de vino, o aún hambrientos y se­dientos, habremos de afirmar que la tierra sin mal no existe. Y también será verdad: en nuestros cuerpos, en nuestras almas, en nuestras acciones no existe la Utopía, cuando nuestra voz dice que la Utopía no existe.
Porque Utopía quiere decir (u) no, (topía) lugar, pero bien puede querer decir (eu) el mejor (topía) lugar, el mejor lugar. Cuando Tomás Moro la inventó (1516) seguro que lo quiso así. Por eso es santo.
Luis Gonzaga, Gonzaginha, un cantautor brasileño, dice en Es lo que es: "Eu sei que a vida debería ser ben melhor e será, mas isto nao impede que eu repita: é bonita, é bonita e é bonita¨.
*publicada por primera vez en la revista Uno Mismo en Buenos Aires a principio de los años noventa. (Fragmento)

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